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8 de Noviembre de 2008

El viejo sueño del Protestódromo

Por

Rodrigo Díaz*

Poder contar con un espacio especialmente acondicionado para realizar todo tipo de protestas sin generar mayor caos urbano es un viejo anhelo de autoridades y gran parte de la ciudadanía. Aburridos de soportar las molestias que marchas, plantones, tomas, encadenamientos y similares ocasionan a miles de personas, no son pocos los que abogan por la construcción de estas verdaderas catedrales del descontento, lugares de procesión adecuadamente habilitados con escenarios, sistemas de amplificación y mobiliario irrompible para dar cabida a todo tipo de manifestaciones públicas que para usarlo sólo debieran inscribirse con anticipación, tal como se hace cuando se quiere rentar una cancha de tenis.

Lo interesante es que aunque la idea no es nada nueva, que yo tenga memoria sólo ha sido materializada en una sola parte. En efecto, en abril de 2000 y en medio de la crisis desatada por la tuición del balserito cubano Elián González, el gobierno de Fidel Castro decidió ocupar 8.000 metros cuadrados situados frente a la antigua embajada norteamericana para la construcción de la Tribuna Antiimperialista José Martí, espacio destinado a la realización de eventos multitudinarios de protesta contra el imperialismo yanqui. Construida con un costo de 2,5 millones de dólares, la explanada cuenta con las comodidades necesarias para volcar en plenitud todo el odio hacia Norteamérica y su gobierno. Un escenario equipado con modernos equipos de luz y sonido sirve para que la masa disfrute de cuatro, seis, doce horas de diatriba antiimperialista sin conocer así las incomodidades de otros espacios tradicionalmente improvisados para la ocasión.

Los cubanos, tipos curtidos en esto de escuchar maratónicos discursos bajo el sol, también han podido ocupar el bautizado protestódromo para otros menesteres, como conciertos y actividades culturales, aunque no queda claro si el espacio se presta para otro tipo de protestas, no tan favorables al régimen isleño. En caso de ocurrir (no he sabido de ninguna) probablemente serán detectadas rápidamente por las cámaras de seguridad escondidas en los ojos de las placas de bronce de Simón Bolívar, Marx, Engels, Benito Juárez, Allende y otros tantos próceres del antiimperialismo inmortalizados en el recinto, las que darán la voz de alarma a los agentes encargados de apagar los asomos de contrarrevolución. Es que no se trata de alterar el carácter de un espacio que fue diseñado para propósitos totalmente distintos.

Un ejemplo fallido de protestódromo se encuentra más al sur, en Mendoza, Argentina, donde el Intendente Víctor Fayad, aburrido por el accionar de los piqueteros y marchantes que constantemente interrumpen el tráfico, también propuso dedicar un espacio de la ciudad para el uso exclusivo de los descontentos, amenazando con altas multas a quienes contraviniendo esta política ocuparan otros espacios públicos para realizar sus manifestaciones. El caso es que a los pocos días los maestros de la ciudad decidieron marchar donde les dio la regalada gana, sin importar si estaba o no permitido, actitud que fue seguida entusiastamente por otras organizaciones estudiantiles y sindicales, las cuales desfilaron y se instalaron en cualquier parte menos en el sitio previamente establecido por Fayad. Sobra decir que hasta el momento no se sabe de nadie que haya pagado un solo peso de multa.

Un protestódromo para la ciudad de México.

A pesar del poco éxito internacional de los protestódromos, aquí en México no son pocas las voces que exigen la oficialización de la concentración en un solo lugar todo el descontento nacional. Al respecto, una encuesta realizada por Mitofsky en 2003 reveló que el 81,6% de los entrevistados deseaba que el GDF (Gobierno del Distrito Federal) estableciera un sitio especial para manifestarse. Al parecer, estas personas todavía no se han dado cuenta que la ciudad cuenta con un sitio espléndido para tales fines, cuyas características son extremadamente difíciles de encontrar en el resto del orbe. Este espacio, llamado Zócalo, cuenta con todo lo que se requiere para concentrar todas las protestas de la ciudad: buena ubicación, fácil accesibilidad, ausencia total de elementos que se puedan arrojar o destruir en su interior, cercanía máxima a los máximos poderes de la nación y la ciudad, etc. La pureza de sus formas permite que con sólo girar la cabeza una persona pueda protestar contra el Gobierno Federal, el Gobierno del D.F. o la Iglesia, mientras que sus colosales dimensiones posibilitan que los irritados manifestantes de CCUPFTREMEX puedan expresarse tranquilamente, sin molestar la marcha de los empleados de RIPETLEMEX Iztapalapa o los airados gritos de los miembros del Sindicato número 2 de TOCOPOCOMEX que llevan tres meses de plantón.

Algunos dirán que el Zócalo no es para eso, que se trata de la plaza más importante del país y que por ello debiera estar despejada de manifestantes para así presentarse con la dignidad que merecen los edificios que la rodean. Precisamente por esto es que quizás lo que estas personas agobiadas de marchas y plantones debieran hacer es promover la designación oficial del Zócalo como protestódromo nacional y hacer los máximos esfuerzos para la construcción de todas las obras necesarias en su interior para facilitar las actividades a realizar allí: instalación de escenarios móviles, pantallas gigantes, equipos de sonido de alta fidelidad, baños irrompibles, colgadores de mantas, etc. El ejemplo argentino demostró que no hay nada que los manifestantes detesten más que la formalización de sus espacios de acción, así que de prosperar la iniciativa anteriormente descrita, los manifestantes probablemente moverían sus acciones a otro lugar de la capital, menos adaptado a dichos fines. Y es que la esencia de gran parte de las movilizaciones ciudadanas es precisamente subvertir el orden establecido; sin una dosis de rebeldía sencillamente no se llama la atención.

La experiencia nacional e internacional dice que la mejor manera de minimizar el impacto negativo de las manifestaciones públicas no es mediante la dictación de reglamentos o la delimitación de áreas, que pueden ser elementos útiles pero no suficientes para regular algo que en lo más profundo de su ser rechaza ser normado. En este sentido, hay que entender que los protestódromos fueron creados para ser ignorados. Lo que funciona más bien es el diálogo entre autoridad y protestantes, el que parte de la base del respeto a los derechos del otro: la autoridad debe entender que el expresarse en público es un derecho de todo ciudadano, mientras que quienes protestan deben a su vez comprender que sus legítimas opciones de expresión no pueden coartar las libertades de desplazamiento o trabajo del resto de la población. Esto que parece tremendamente idealista es lo que practican las sociedades maduras, las que se basan en un conjunto de reglas de convivencia estructuradas en torno al reconocimiento de los derechos del otro. No es tan difícil lograr esto; sólo se requiere un poco de buena voluntad para dialogar, algo que muchas veces olvidamos los que de uno u otro lado vivimos la ciudad y sus manifestaciones.

* Rodrigo Díaz es arquitecto de la Universidad Católica de Chile y Master en Planificación Urbana de MIT. [email protected].

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