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13 de Noviembre de 2008

Trasandinos mutuos

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¿Tiene algo que ver Chile con Argentina? Vistos desde lejos, son países al menos comparables. Tienen una frontera larguísima, el mismo idioma e historias parecidas. Incluso los unos siempre se refieren a los otros como “trasandinos”. Sin duda que son pueblos hermanos. Pero la idiosincrasia del gaucho es tan diferente de la del huaso como… bueno, tal vez precisamente como hermanos. ¡Como dos hermanos muy, muy distintos!


Arquetipo argentino

Argentina representa un personaje que debe existir en muchas familias. Es sumamente encantador (en ese aspecto, al menos, el imaginario personaje Argentina se parece a la típica persona argentina). Es deliciosamente irreverente y brilla con frecuencia. Pero su corazón le gana a su cabeza. El sentido común es para los mediocres, no para él/ella. Tiene una inclinación facilista y contraria a la disciplina, lo cual le causa periódicas crisis personales y sobre todo, líos de plata. No es casual que el nombre de la nación que encarna esta figura significa precisamente “país de plata” (del latín argentum). Es un fenómeno parecido a las numerosas dictaduras que se llaman algo con “República Democrática”.

Al igual que la vida de ese personaje, la historia moderna de Argentina transcurre en ciclos repetitivos. Un ciclo es circular, por lo que no tiene comienzo o fin, pero entremos arbitrariamente al punto más bajo de una “crisis”, que en el habla argentina significa un total despelote económico. Para quienes lo viven, es algo horrendo, aunque para los profesores de economía, es una rica fuente de anécdotas divertidas. Pasó a finales de los 80, antes de la era del celular, cuando en un momento la hiperinflación hacía muy barato llamar por teléfono público, pues seguía cobrando en monedas en vez de las fajas de billetes que se usaban para cubrir otros costos cotidianos. Claro, provocó escasez, y las monedas también subieron de precio, costando más que los billetes de baja denominación que caían al suelo sin que nadie se molestara en recogerlos. Y otro ciclo se había completado con el estallido de una nueva “crisis” en 2001, cuando el gobierno decretó que nadie sacara su dinero del banco, donde pronto quedó devaluado a la cuarta parte de lo “garantizado por el Estado argentino”. Ambas veces, los argentinos reaccionaron eligiendo a un presidente peronista, es decir, populista. Primero Carlos Menem del ala derecha y luego Néstor Kirchner del ala izquierda del mismo Partido Justicialista, pero los dos igualmente centrados en crear pan para hoy y hambre para mañana.

Menem introdujo un peso fortísimo y supuestamente garantizado con divisas del Banco Central. Trajo estabilidad y poder de importación, pero antes de que Menem terminara su segundo mandato en 1999, ya había advertencias de que los costos estaban llevando a un endeudamiento insostenible. Dos años después los argentinos le echarían gran parte de la culpa a Menem, pero su política económica contaba con la aprobación ciudadana hasta el final de su gestión. En las elecciones para suceder a Menem, lo que más exigía el electorado argentino era un firme compromiso con la paridad del peso con el dólar. Al candidato opositor Fernando de la Rúa le quedaron dos opciones: suicidio electoral o presidir sobre un desastre. No hay que tenerle lástima, él mismo escogió la segunda. Pero más allá de su voluntad, el triste y terrible ciclo estaba destinado a repetirse.

Golpeando sus cacerolas con furia, los argentinos decidieron probar otro peronista-populista, quien una vez más partió con gran popularidad, ganando un segundo mandato (con la elegante variante de una mujer en reemplazo del marido) gracias a su política de sobre-oxigenar la economía en forma cortoplacista, desincentivando la inversión y esquivando las necesarias reformas dolorosas. En el “DICOM para países”, la nutrida carpeta sobre Argentina no precisamente invitaba a confiar en su Tesorería, pero eso a pocos argentinos les preocupaba cuando, por mayoría aplastante, se eligió a Cristina Fernández de Kirchner como presidenta en octubre de 2007. Empezó con una nota estridente, cuando una maleta llena de efectivo en Miami le incriminaba en forma indirecta y con pruebas muy poco claras. En vez de defenderse ponderada y racionalmente, la presidenta contra-acusó de inmediato, ella sin tener ninguna prueba. No sólo cuestionó la buena fe de la justicia de La Florida, sino que alegó toda una conspiración en su contra fraguada por el gobierno de Estados Unidos.


Los peronistas son buenos para el show, pero no para la producción. Hoy está empezando a llegar la cuenta por la postergación de decisiones difíciles, que sólo se van haciendo más difíciles. El gobierno argentino se vale de todos los trucos menos sincerarse con la población. Se ha puesto ha “masajear” sus estadísticas económicas para no admitir la marcada alza generalizada de precios, porque el Estado ha tomado préstamos indexados a la inflación, y ahora quiere eludir sus compromisos para seguir gastando lo que no tiene. En su afán de traspasar la culpa y conseguir la plata de donde sea, la Presidenta Cristina Fernández llegó a declararle una verdadera guerra de clases al agro nacional, otrora sector insignia de Argentina. El discurso oficial fue un intento de borrar la romántica figura del guacho con la abominable imagen del oligarca rural, pero al menos el Congreso rechazó el plan de imponer un 95% de impuesto marginal a los granjeros. Hoy ni siquiera fía Venezuela (otro país-personaje sin disciplina, pero que al menos ganó en la lotería geológica, y ahora se lo está farreando con estilo). Entonces, desesperada por el déficit y en plenas turbulencias financieras internacionales, a la presidenta argentina se le ocurrió “nacionalizar” el sistema privado de pensiones para la “protección” de los jubilados.” Bueno, para no ganar puntos baratos con la obvia connotación gangsteril, quedémonos en el cuento infantil en el que parece vivir la mandataria argentina: que el Estado argentino proteja el dinero de la gente significa que el lobo va a cuidar a las ovejas (“pero no habrá problema, porque el hada hará que el lobo sea bueno”) y claro, provoca pánico inmediato, cada uno corriendo con la lana que pueda para salvarse del feroz depredador. No es la primera vez en Argentina que alguien grita “viene el lobo”, pero es que tampoco es la primera vez que realmente sí viene.

Qué distinto se vislumbra el panorama en Chile, donde la Presidenta Michelle Bachelet y el Ministro de Hacienda Andrés Velasco irradian calma. El gobierno de la Concertación, pese a sus propios elementos populistas, resistió la presión y tentación de gastar los grandes excedentes del cobre, sabiendo que habría provocado más inflación, otros desequilibrios y sobre todo una grave desprotección ante una caída del precio del metal rojo como la que vemos hoy. A mí no me asustan los “visionarios” que abogan por una moneda única del Mercosur. ¿Chile cerraría su Banco Central para adoptar el mismo dinero que Brasil y Argentina? Mientras los ciudadanos chilenos tengan voz y voto y estén en su sano juicio, es algo inimaginable.

Pero aunque tiene sus platas ordenaditas, siendo todo un ejemplo de prudencia, el personaje Chile también debe lidiar con sus defectos. El “nunca quedes mal con nadie” – una mentalidad así llamada por la autocrítica voz popular chilena – resulta paralizante. Un verdadero obstáculo para el progreso de Chile es la escasa cultura de crítica constructiva. Hay una falta de confianza – o patudez – para plantear ideas al jefe, por ejemplo. ¡Los argentinos no tienen ningún problema ni con la crítica, ni con la confianza, ni con la patudez! He visto cómo se gritan y pelean entre vecinos, y al otro día son amigos. ¡Así da gusto! Curiosamente, aunque los chilenos tratan a los argentinos de “pintamonos”, en el fondo les gustaría ser ellos mismos más así, más agrandados, menos apocados y sin esquivar la confrontación, aunque no les nace. Por algo se destacan tanto los actos finales de Arturo Prat y Salvador Allende, no tanto por dar el ejemplo con su valor suicida, sino por desafiar el estereotipo de la idiosincrasia nacional. Prat no quiso quedar bien con la armada peruana, y Allende no se puso a negociar una transición. Ambos dejaron un desastre, pero total, fue hace muchos años, y esas “crisis” son sólo recuerdos emotivos.


Arquetipo chileno

Es cierto que en los rankings internacionales de corrupción, Argentina se ubica con un montón de países africanos, y Chile está entre las más desarrolladas naciones europeas. Pero no es que los chilenos sean personas más honestas, ¡sino que tienen más miedo a ser pillados!

Mis amigos argentinos nunca han entendido el tema de la prolongada “transición” a la democracia, por mucho que yo les he explicado pacientemente que la derecha chilena siguió siendo una minoría importante y bien armada después de 1990, y que era para evitar algo peor. Es más, se preguntan exasperados como los chilenos se pudieron “bancar” que Augusto Pinochet asumiese como Senador Vitalicio en 1997. Con justa razón, muchos argentinos prefieren vivir 10 crisis económicas antes que un bochorno tan indigno como aquel.

Perdón. Si alguien se ofende por las gratuitas ofensas a Chile, mi amada segunda patria que tan bien me ha acogido, es con justa razón, y para al menos ser equitativo tiraré unos cuantos dardos contra mi primera patria Dinamarca en un artículo venidero. Pero en cuanto a los argentinos ofendidos, ¡que se jodan!

Los Kirchner tienen el mandato popular para seguir donde comenzaron hace cinco años, llevando a su país por otra crónica de una crisis anunciada, y más temprano que tarde los argentinos volverán a enojarse con su “podrida clase política”, sólo para llevar al poder a otra variante del populismo que los llevará a otra crisis que marcará otro ciclo más. O quizás no. Ojalá me equivoque. Que en algún momento, los hermanos argentinos se den cuenta, y rompan el “ciclo vicioso”.

Por ahora, no hay ningún indicio de eso. El hecho de designar a Maradona como DT de su selección de fútbol no indica precisamente que vayan a elegir gobernantes sobrios y medidos. Sin comparación, por supuesto. Maradona es el mejor hombre para el puesto, pero porque el fútbol es sólo un juego, y eso no creo que haya sido un criterio para decidirse por él, más bien el rechazo a la racionalidad manifiesto en su nombramiento señala una motivación espiritual.

Si al Dios Diego le va mal, nos reiremos con malicia, y si él lleva a la Argentina a la gloria, una buena borrachera futbolera nos parecerá un consuelo bien ganado por todas las penurias por las que deben pasar los pibes y pibas. Además, si los trasandinos levantan trofeos, los chilenos lo consideraremos (me incluyo siempre cuando me convenga) como prueba de la capacidad del Cono Sur, pidiendo solamente que por favor no elijan – acto seguido, che ¿viste? – a Diego Maradona como Presidente de la República. ¡Porque son capaces!

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