Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Nacional

30 de Diciembre de 2008

“He aprendido a convivir con el dolor y compartirlo de forma sana”

Claudio Pizarro
Claudio Pizarro
Por

Él se perfora el pene con una aguja. Le dicen John Zombie. Junto a su amigo “Amante de lo Insano” son protagonistas de “Noche de Mostros”, un espectáculo en el que con una aguja se cuelgan de ganchos, escupen fuego y se revuelcan sobre vidrios. John Zombie remata cada jornada atravesándose alfileres en el cuerpo. No le haya nada de extraño. “Lo único que me diferencia de otros es que no todas las personas se atraviesan el pico”, explica.

Por Claudio Pizarro • Fotos: Nicolás Wormull

El viejo caserón, ubicado en el centro de Valparaíso, comienza a llenarse de personas atraídas por un singular flyer repartido en las calles del puerto. El panfleto anuncia un espectáculo denominado “Noche de Mostros”. Es el primer sábado de noviembre alrededor de la medianoche. La gente avanza por un pasillo oscuro, tanteando las murallas, y desciende por una estrecha escalera hacia un sótano alumbrado con velas. Cada uno se acomoda como puede. La única fuente de luz proviene de un telón blanco que anuncia en letras negras: Freak Show.

El público sabe a lo que viene. Nadie puede pecar de ingenuo. Todos están al tanto que van a presenciar un espectáculo con tipos colgados de ganchos que se atraviesan alfileres, escupen fuego y caminan sobre vidrios. El dolor, en verdad, no es tema para los asistentes. En general se trata de personas vinculadas al mundo de los tatuadores, perforadores y modificadores corporales. La mayoría tiene las orejas expandidas, las tetillas perforadas, la lengua bífida y posee tatuajes marcados a fuego sobre la piel.

El show está a punto de comenzar. De pronto, de la nada, aparecen dos tipos con los rostros pintados. Son la dupla freak de la noche: John Zombie y “Amante de lo Insano”. Ambos cargan una plataforma de plástico donde arrojan vidrios quebrados. Luego de sacarse las zapatillas comienzan a saltar sobre las botellas rotas. A continuación se revuelcan en el suelo y se encaraman uno sobre otro. No hay ningún vestigio de sangre visible en sus cuerpos.

Las piruetas continúan hasta que, desde las penumbras, aparece un muchacho atravesado con unos ganchos en su espalda. Las cuerdas, amarradas a los “garfios”, comienzan poco a poco a tensarse y el chico queda suspendido en el aire. Su piel se dilata. Un hilo de sangre escurre por su espalda desde uno de los agujeros. Parece un “puchimbol” de carne. Que gira. Al cabo de unos minutos lo bajan, el muchacho se recuesta en el suelo y alguien le hace masajes en la espalda. De cada orificio sale sangre en pequeñas burbujas de aire que revientan. El pendejo se ve feliz.

Al rato aparece nuevamente John Zombie y “Amante de lo Insano” enganchados de la espalda. Cada uno tira en sentido contrario. La maniobra es conocida como pulling. La escena es muy similar a una tiradura de caballos, profusamente difundida en televisión, que terminó con 150 personas detenidas en una parcela de La Pintana hace un mes y medio atrás. Las diferencias, en verdad, son sólo técnicas. Acá la gente también grita, se enfervoriza y hace apuestas, pero no azuza a las bestias con un látigo. El aliento del público basta para estimular a los competidores que estiran su piel con la flexibilidad de un chicle al sol.

Antes que se les raje el “paño” los muchachos deciden cambiar de posición. En un par de minutos se enganchan a una barra, abandonan el piso, giran y hacen cabriolas en el aire. Es una imagen extraña. Parecen dos piezas macabras de un móvil a escala humana. Pero algo sale mal. Los seguros ceden y “Amante de lo Insano” cae al suelo. Fue demasiado peso para una delgada pieza de acero inoxidable. El Freak show concluye abruptamente por fatiga de instrumentos. La gente sale echando puteadas. Faltó el número final. El plato de fondo de John Zombie.

NO SANGRA PERO GOTEA

La primera vez que John Zombie hizo un show público fue cuando cumplió 20 años. En ese entonces vivía con sus padres en Copiapó y pretendía darle una sorpresa a sus invitados. Llevaba semanas entrenando. Un amigo suyo, dueño de una tienda de tatuajes, lo inició en el arte de las perforaciones. Se hacía llamar Pain Solution (solución del dolor).

-El loco hacía volás de vidrio, gozaba atravesándose agujas y esa cuestión me llamó la atención-, recuerda.

Jhon Zombie se entusiasmó y comenzó a practicar en su pieza. Compraba agujas en la farmacia y empezó a pincharse en distintos lugares del cuerpo. Primero se atravesó los brazos, luego las cejas, el cuello, las mejillas y el estómago.

“Sentía el dolor pero no me molestaba, lo tenía mentalizado”, asegura.

Por eso decidió compartir su experiencia y transformar su autoflagelación en espectáculo.

-No se trata de andar haciendo el payaso y atravesarse huevás así como así, hay que tener conciencia de los riesgos, yo lo veo como un arte- explica.

Para su cumpleaños llegaron 12 amigos. Tenía todo preparado. Acomodó un sillón y dispuso una alfombra como escenario. Primero se perforó las cejas y luego se sacó las agujas para exhibir el rostro ensangrentado. “Era el toque terrorífico del show”, rememora. -Después me perforé los brazos, el estómago y las mejillas.

El público estaba dividido. Algunos lo incentivaban a continuar y el resto quedó en shock. Pero John Zombie tenía preparada una sorpresa. El número final. El gran remate.

Después de sacarse todas las agujas del cuerpo, con hilos de sangre chorreando en su cuerpo, se bajó el cierre del pantalón. No tuvo el menor escrúpulo. Sus amigos miraban con cara de incredulidad. Lo primero que hizo fue agarrar dos agujas y las incrustó en su escroto. Luego atravesó tres más en el tronco del pene. Nadie podía creer lo que estaban viendo. Pero aún quedaba una aguja más. No fue necesario un redoble de tambores. Después de lubricarla con la boca traspasó de una estocada el glande. El show duró alrededor de 10 minutos. Una vez terminado se fue a bañar. Su pantalón estaba empapado en sangre.

-Antes de hacer ese primer espectáculo me había perforado unas cuatro veces el pene. La primera vez me acuerdo que estaba en mi pieza, dije lo voy a hacer y lo hice. Sentí mucho dolor pero me lo aguanté. El glande tiene más nervios que venas, no sangra pero gotea- cuenta.

Del pudor ni hablar. Agrega: “no me da lata. No tengo vergüenza del cuerpo humano. Lo único que me diferencia de otros es que no todas las personas se atraviesan el pico, nada más”.

Hoy, John Zombie reconoce haberse perforado el pene unas 15 veces y en más de 100 oportunidades otras partes del cuerpo. La mayoría de las ocasiones, asegura, lo ha hecho de manera gratuita.

REMOLCADOR DE OREJAS

En el norte, John Zombie se especializó en diversas actividades bizarras. Primero practicó suspensiones en un viejo galpón junto a unos amigos y luego otros trucos de corte freak. “Me sirvió para aprender qué cosas podíamos hacer y conocer mis límites”, recuerda.

Sin más incentivo que su curiosidad comenzó a trabajar primero en la “volá de los vidrios”. Todo a pulso, aprendiendo en la marcha.

-Me corté las patas todo el rato, después aprendí a seleccionar el vidrio y a saltar de forma vertical para no hacerme daño-cuenta.

Pero lo que más le costó fue acostumbrarse a la cama de clavos que construyó junto a sus amigos. “La hicimos en una superficie de terciado con clavos de cinco pulgadas ubicados a cuatro centímetros cada uno”, cuenta.

El show consistía en acostarse de espalda, de pecho, darse vueltas y soportar el peso de dos personas, o sea, aguantar más de 120 kilos encima.

-Duele caleta, es brígido, los clavos chocan con el hueso de la cola y te hacen cagar la espalda-rememora.

Pese a los inconvenientes, no se dio por vencido. Incluso se llevó la cama a su casa para practicar.

Cuando los trucos estaban medianamente aprendidos John Zombie y sus amigos, Carlitos y Banana, decidieron montar un show. En junio del año 2006 organizaron el primer Carnaval Bizarro en el local La Cantera de Copiapó.

El espectáculo partía con un ingreso apoteósico. “El Banana” arrastraba un carro de supermercado donde venía Carlitos y John Zombie. El toque bizarro era que lo remolcaba con las orejas mientras los otros dos hacían malabares con antorchas de fuego. Luego pasaban al show de vidrios.

-Rompíamos las botellas en el mismo lugar y saltábamos arriba de ellas. Después agarrábamos a “El Banana” de los brazos y le pegábamos un tortazo en los vidrios, al rato subíamos a una mina en una tabla y al final me quedaba yo lanzando antorchas con doble giro- recuerda John Zombie.

A continuación, venía el show de Carlitos en la cama de clavos. Lo primero que hacía era repartir tomates y luego contar chistes fomes. La idea era que el público le lanzara los tomates de vuelta para comprobar el poder triturador de los clavos. De ahí se subía a la estructura, hacía algunas “figuras” y se montaba una persona arriba de él.

Poco antes de finalizar el show venía el espectáculo de “pulling” que consistía en elevar a John Zombie en una hamaca con la ayuda de dos tipos enganchados de la espalda. Al final suspendían a Carlitos en la posición de Cristo y a John Zombie de las rodillas. El evento fue todo un éxito. Los muchachos rápidamente ganaron fama de bizarros y John Zombie, el aprendiz de fakir, se marchó de su ciudad natal.

MUTANTES

En marzo de 2007, John Zombie arribó a Valparaíso. Antes pasó por una casa okupa en La Serena. Fue allí donde se enteró que unos “colegas” del puerto habían recuperado una casa abandonada.

-Siempre me he relacionado con okupaciones y lugares liberados. En Copiapó fui el primero en abrir una casa y acá en Valparaíso soy uno de los más antiguos del lote- comenta.

Precisamente en la casona del puerto, donde viven alrededor de 30 personas, conoció a “Amante de lo Insano”, su partner en el show “Noche de Mostros”. Rápidamente se hicieron amigos y empezaron a practicar suspensiones.

“Amante de lo insano” no duda en calificar la experiencia como una droga.

-En este mundo culiao lleno de guerras, hambre y miseria, yo elijo sentir dolor, sino lo hiciera quizá andaría peleando en la calle, es mi volá, mi adicción- sostiene.

Para John Zombie es casi un asunto de secreción hormonal. “El dolor es una sensación como cualquier otra, como llorar o reír. He aprendido a convivir con él y compartirlo de forma sana”, afirma.

Aunque John Zombie admite que las suspensiones están emparentadas con algunos ritos sagrados, para él no constituye una experiencia mística. Simplemente le gusta. Odia las justificaciones filosóficas. De lo único que está seguro es que siempre han existido manifestaciones de este tipo. “Antiguamente la gente se perforaba, se tatuaba, comía cosas extrañas, se cortaba y quemaba la piel”, sostiene.

Su cuerpo, de hecho, es una oda a la modificación corporal. Tiene expansiones en las orejas, tetillas y nariz; además de un piercing en el pene y una chorrera de tatuajes. También se ha hecho escarificaciones, una técnica que consiste en trazar una figura con bisturí removiendo pequeñas lonjas de piel.

El “post-operatorio”, reconocen ambos, es infernal. Después de la sesión deben limpiar tres veces al día la herida con una escobilla para remover la piel y así levantar la cicatriz. Pero ahí no termina el suplicio. Los que quieren teñir la herida de blanco, por ejemplo, deben aplicarse limón; si la quieren morada, vinagre; si les tinca verde hay que frotarla con un bronce.

Pero hay otra técnica aún más dolorosa. Se llama branding y consiste en tatuar la piel con un sello de hierro candente igual al que se utiliza para marcar el ganado. O sea, por medio de una quemadura en tercer grado.

“Amante de lo insano” posee tres branding. Uno en el brazo derecho que dice amor, otro en el izquierdo que dice odio y una más grande en el pecho que dice caos.

-Es una volá romántica que me pasó- bromea.

La última moda en modificaciones, en todo caso, son los tatuajes en los ojos. “Te hacen un dibujo en la parte blanca y comienzan a pasarte la aguja despacito, sin máquina”, asegura John Zombie.

Siempre se ríen de ellos mismos y de algunos conocidos que llegan a la casa okupa. Uno de ellos es el “mutante”. John Zombie lo describe así: “tiene cuernos, las orejas terriblemente expandidas, al igual que la boca y las mejillas. Cuando se mueve parece gelatina. Es el hombre expandido”.

CLUB MORGANA

El rumor de que John Zombie se atravesaba agujas en sus partes íntimas no pasó inadvertido en el puerto. El club Morgana que hacía fiestas freaks todos los meses no dudó en llamar al joven fakir. Luego de traspasar el glande en el living de su casa jamás había intentado hacer el show en otro lugar. La oferta le pareció tentadora.

-En el fondo tenía ganas de hacerlo, como soy amigo de la dueña le cobré 40 mil pesos pero lo normal es que pida el doble, igual es arriesgado y me puede pasar cualquier huevá- reflexiona.

Aquella vez, recuerda, había más de 100 personas en el club. Andaba con unos pantalones cortos, unas zapatillas de boxeo y la cara pintada de blanco. Cuando lo presentaron, al ritmo de una base electrónica, lo primero que hizo fue perforarse las cejas y luego quitarse las agujas lentamente. Cada vez que se sacaba una, usaba una nueva para perforarse otra parte del cuerpo. Después de las cejas comenzó a perforar uno de sus brazos.

-Al principio estaban eufóricos, se quejaban, era como si a ellos los estuvieran perforando- rememora.

Tras la segunda incisión la respuesta no fue igual. Tras la tercera, menos. “Era obvio si ya me habían visto perforarme otras partes del cuerpo”, aclara. En ese momento entendió que la tensión debía ser progresiva. Calcular cada paso fríamente. “Si lo hací demasiado sencillo y parejo a la gente no le llama la atención”, agrega.

Pero todavía le quedaba una carta bajo “el slip”.

Apenas se bajó el cierre del pantalón recuperó la atención del público.

-Algunos empezaron a mirar para otro lado, otros me decían que no lo hiciera, mientras la mitad comenzó a gritar: ¡qué lo haga! ¡qué lo haga!- recuerda.

Era el estímulo que necesitaba.

John Zombie miró al público desafiante, luego bajó la vista y atravesó su glande en sentido horizontal. Un quejido multitudinario inundó la disco. El joven fakir se subió el cierre y partió raudo a los camarines.

-Ahí la gente entendió que era una imagen perturbadora a morir, que te llena de sensaciones la mente- reflexiona hoy en día.

La estocada genital todavía es el plato de fondo en el show de “Noche de mostros”. Hace dos semanas John Zombie y “Amante de lo Insano” viajaron a Santiago a un encuentro de tatuadores en beneficio de los ex lautaristas detenidos en Argentina por el asesinato del cabo Moyano. Una vez más John Zombie estaba dispuesto a ofrecer su glande a una causa noble. Su gesto no fue apreciado. La organización, que ya había visto el show, encontraba muy fuerte el final. Seguramente todavía rondaba en sus mentes aquella imagen “perturbadora a morir”.

Notas relacionadas