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30 de Diciembre de 2008

Tomo palco, por Renán Munizaga

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Con satisfacción he recibido la noticia de que este año la Municipalidad de Valparaíso no permitirá a nadie acampar en su borde costero. Medida sabia, de pantalones bien puestos y de corte nada populista. Hace algunos años, con mi mujer y una pareja de amigos tuvimos la “fantástica” idea de abandonar nuestro plácido departamento en Viña para ir a ver los petardos del puerto. “Macanudo”, fue mi primera reacción, sin imaginar que el entusiasmo infantil desatado en mi mente por cataratas de luces y colores se vería empañado de sopetón por la imagen truculenta de miles de seres humanos dejando un mugrerío dantesco, apropiándose salvajemente de lo que no es suyo y restándole dignidad a un espectáculo que, con otro público, sería de nivel mundial.
Valiente. Ese es el concepto que merece la decisión del alcalde Jorge Castro más allá de todo sesgo político. En un magnifico y desgarrador artículo sobre India leí que en la ciudad santa de Benares los niños se bañaban junto a los cadáveres en las aguas del río Ganges. ¿A eso queremos llegar? No señor, a eso nadie quiere llegar, y no si no deseamos ver a nuestros hijos metidos en el agua junto a los cuerpos flotantes de ancianos semi-calcinados debemos ponerle atajo a situaciones similares y antecesoras de tamañas barbaridades ahora mismo.
Yo ya no voy a Valparaíso porque prefiero Viña, pero la sola idea de que en la ciudad contigua haya gente que por opción duerma amontonada, cubierta por una lona, ebria y descontrolada, me indispone. Esto no tiene que ver con pobreza sino con decencia, y yo hace rato tomé partido por la gente decente

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