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12 de Enero de 2009

Un final hediondo

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No me gusta lamer genitales ni que laman los míos. No me gusta si se trata de mujeres o de varones. Me disgusta especialmente lamer genitales de mujeres y en muy raras ocasiones me puede gustar (aunque esto ya no me pasa hace años) que una mujer bese los míos.

No me gusta penetrar orificios de mujeres y varones. No me gusta introducirme en cuevas, cavernas, túneles pedregosos, alcantarillas. No me gusta hundir mi fatigado colgajo en la baja policía de los individuos de este mundo. No encuentro placer alguno. Me da miedo, angustia y eso que ahora llamen estrés. Soy un enemigo de toda forma de penetración y, por extensión, de toda forma de pene que intente penetrarme.

En efecto, no sólo me disgusta introducir mi desdichada verga comatosa en cualquier orificio humano, seco o lubricado, sino que me disgusta todavía más que alguien, por lo general un varón, intente horadar el reducido y estragado agujero que controlan mis esfínteres para evacuar el vientre, una operación que, con cuarenta y cuatro años ya casi cumplidos, me resulta cada vez más ardua, seguramente por la masiva cantidad de psicotrópicos que están destruyendo mi hígado y mi vida en general, aunque paradójicamente dicha destrucción no parece exenta de placer, reflexión y conocimiento cabal de mis propias miserias.

Lo único cierto a estas alturas es que soy un hombre solo, que no me interesa el sexo en ninguna de sus formas y que estoy condenado a vivir a solas el resto de lo que me quede por vivir, que presiento que no será mucho.

Y no porque me parezca glamoroso o sexy morir joven sino porque ya no encuentro sentido alguno a la vida y siento que hice todo lo poco que tenía que hacer. Lo que confirma, sin la menor duda, que soy un mediocre, un pusilánime, pero un mediocre feliz, con la sensación del deber cumplido.

Lo que me obsesiona últimamente es que lo único seguro en los miles de millones de humanos que poblamos el planeta, en los miles de millones que nos han antecedido y perecido en el caos puro que es la frágil existencia humana, es que el ser humano puede ser bruto o inteligente, emprendedor o haragán, simpático u odioso, puede producir una idea ingeniosa o innovadora o ser un perfecto inútil, puede dejar una contribución valiosa a la humanidad o, lo que es bastante más común, ser una insignificancia ridícula y prescindible en el contexto de la historia de la especie humana, un accidente genético que no sirvió de nada ni mejoró en modo alguno la evolución de los mamíferos parlantes que somos; pero, dentro de esa variedad de monos devenidos hombres que somos, una cosa es segura, irrefutablemente segura: lo que siempre produce el ser humano, no importa su cultura, su religión, su lengua, su sexualidad, es mierda, un montón de mierda, toneladas de mierda. El ser humano es, en efecto, y sin excepción conocida, una máquina de producir mierda. No es muy seguro que sepa producir otras cosas de valor o excelencia, pero sí lo es que a lo largo de su existencia va a producir una masiva, importante cantidad de mierda pestilente, kilos, toneladas de heces y estiércol apestoso. Me pregunto cuánta mierda producirá en promedio un ser humano a lo largo de setenta u ochenta años de vida. Me pregunto cuánto pesará toda esa mierda, en cuántos camiones de remolque cabría. Lo poco que he podido investigar es que un occidental caga en promedio 130 gramos de mierda al día y un africano caga 185 gramos diarios. Calculando la población mundial en unas 6 mil 300 millones de personas cagando sin descanso, podríamos calcular a la ligera (con alto temor a equivocarnos) que los seres humanos producimos alrededor de 950 millones de kilos de mierda cada día. Es mucha mierda. Me pregunto si no sería rigurosamente cierto decir que la mayor parte de los humanos que hemos poblado y poblamos este planeta hemos sido consistentes y porfiados productores de mierda y de nada más que nos sobreviva, salvo aquella mierda que se recicla en el mejor de los casos y contamina, en el peor. Cierto es que hay algunos escritores, pintores, músicos (artistas, como les gusta llamarse a sí mismos), pero la mayor parte de ellos han añadido a su miserable caca humana esa otra forma de mierda procesada y de muy dudoso prestigio intelectual (y cuénteseme por favor entre ellos). Pocos son los que, además de mierda, han dejado a la humanidad algo que posea un cierto valor artístico, una belleza indudable que perdure por siglos y nos conmueva y redima de nuestra condición de productores profesionales de mierda.

Lo que me lleva a un par de cuestiones un tanto descorazonadoras. Una, ¿cuánta mierda puede haber producido la humanidad desde que el hombre descargó el primer mojón en cuclillas y sin papel suavizante a mano? ¿Podría medirse toda esa mierda que el mundo ha producido en siglos de guerras, genocidios, barbaries y felonías, que sólo han confirmado que de mierda estamos hechos y pura mierda somos? Y la otra, que creo que la especie humana, siendo como es una fábrica incesante de mierda, y habiéndose multiplicado en proporciones alarmantes desde las cuevas hasta la modernidad superpoblada, lo que desde luego aumenta de modo considerable el volumen de mierda que depositamos discretamente en desagües, silos, albañales, alcantarillas y a veces sobre tierra firme como los perros o los gatos, está condenada a destruirse, no por el calentamiento global o en una guerra nuclear, sino ahogada en su propio mar de mierda. Veo el futuro con pesimismo: habrá tanta gente cagando y tanta mierda en los ríos y los mares y tantos glaciales derretidos y tan poca agua limpia, que no habrá forma de que la especie humana deje de extinguirse y perecer bajo el peso abrumador de los toneladas de mierda que lo envenenarán todo y acabarán con la poca agua limpia que quede y nos infectarán de las peores enfermedades y de las más resistentes bacterias alojadas en las heces humanas. Siglos de homínidos odiándose y entrematándose en nombre de unos dioses asesinos confirman que somos, ante todo, unos cagones, unos grandísimos cagones, y que tal vez habría más justicia en el mundo si todavía gobernasen, a su despótica manera, los dinosaurios y tiranosaurios. Cagones como somos, máquinas de producir caca como somos, será nuestra propia caca la que acabará con la humanidad. Y no habrá Dios ni juicio final ni castigo a los pecadores, que todos cagamos por igual y si Dios existe, seguro que cagará también y a lo mejor hasta con crisis de estreñimiento, viendo el desmadre que ha creado. Lo que habrá es una planeta entero cubierto de mierda, apestado a baño de estadio, y millones de moscas y cucarachas que habrán de sobrevivirnos y a lo mejor crearán formas de gobierno probablemente menos crueles que la democracia capitalista.

Sería justo por eso que la mayoría de los avisos de defunción publicados en los diarios del mundo terminasen de esta honesta manera: “Ha muerto Fulanito de Tal. Vivió tantos años. Cagó tantos kilos de mierda. Fuera de eso, no hizo nada que valga la pena de mencionarse”. Pero la gente, claro, se esconde para cagar, echa aerosoles para disimular el olor hediondo de sus deposiciones esforzadas, procura ocultar lo que es un hecho cierto e irrebatible: que los seremos humanos producimos mierda en todos los casos y muy excepcionalmente alguna buena idea.

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#caca#mierda

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