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Opinión

14 de Enero de 2009

Inscripción automática y voto voluntario: ¡Ojo con las cuentas alegres!

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Por Patricio Araya G., periodista

A la espera que la Cámara de Diputados apruebe la reforma constitucional sobre inscripción automática y voto voluntario –tras su exitoso paso por el Senado–, y mientras los expertos electorales se entretienen haciendo vaticinios en relación al comportamiento de aquella enorme y desequilibrante masa de no inscritos, cabe preguntarse a quiénes beneficiará la eventual promulgación de este cuerpo legal, y quiénes, en su calidad de potenciales damnificados, tendrán que ponerse a sacar cuentas alegres frente a los contratiempos que provoque su entrada en vigencia. El proyecto –que de ser aprobado con prontitud podría tener efectos en las elecciones presidenciales y parlamentarias de fin de año–, contempla por un lado, la inscripción automática de cerca de 3 millones 800 mil personas, y por otro, tal vez lo más importante, pone en juego la hasta ahora desconocida tendencia de esas personas al momento de ejercer su derecho a voto, desatando el apetito voraz de la política.

Algunos expertos electorales opinan que esta nueva masa debería comportarse de manera muy similar a la inscrita por decisión propia, y en consecuencia, su real aporte no sería capitalizado de manera decisiva por ninguno de los grandes bloques aspirantes, y sólo elevaría el porcentaje de abstención a cifras cercanas al 40%. No se trata sólo de unos jovencitos que acaban de estrenar su mayoría de edad y que ven en este acto la posibilidad de hacerse notar como nunca antes, también forman parte de esos 3,8 millones muchos adultos que por mera apatía o desconfianza se han mantenido al margen del sistema; estamos hablando de electores no comprometidos, cambiantes e infieles, conductas que no atormentan sus conciencias; jóvenes y adultos que bien podrán coincidir en los sentimientos que desde fines de los ochenta han venido articulando contra la política cupular; no son los típicos incautos boquiabiertos que se rinden a la elocuencia de la palabrería obvia, sin contenido, inmaterial; por el contrario, se toman la molestia de hacer un ejercicio dialéctico, se dan el trabajo de sopesar la situación, incluso, antes de entrar en la urna.

La intención de voto de los nuevos inscritos no tiene que ver con la historia ni su revisionismo a ultranza, sino con el futuro, no en el sentido de la sola proyección, sino en la necesidad de hacer las cosas de manera más inclusiva, participativa, no entre cuatro paredes; por lo mismo, hablar de un voto ideologizado, militante, sería desentenderse del fondo del asunto, porque, en rigor, lo que entrará de la mano de los eventuales votantes a la urna será lo emotivo, precedido de lo reflexivo, es decir, será un voto pensado y luego expresado desde los sentimientos, nada más alejado de la apuesta proselitista que puedan estar maquinando en las cúpulas partidistas. Por lo que pretender abonar parte de esos 3,8 millones a sus respectivas cuentas corrientes podría dejarlos con un sobregiro impagable. Los nuevos inscritos tendrán mucha más trascendencia que cuando eran vistos como simples observadores que apenas ejercían su derecho a voz; ahora, voto en mano, podrán materializar su disconformidad, y en algunos casos, podrán haberse ahorrado el trámite de inscribirse, ejerciendo el derecho postergado por comodidad. Con todo, si hay algo que caracterice a los nuevos inscritos es la incertidumbre, no de ellos, sino la que provocan en los demás, en especial, en los políticos que esperan su adhesión.

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