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21 de Enero de 2009

La rara voz de un hombre-mujer

Por

Por Juan Pablo Abalo

La música programática del siglo XIX, ésa que intentaba evocar situaciones naturales como el sonido de un río o el hurguetear de una ardilla en la cocina de una casa de campo, trabajó desde la ingenuidad e ingenuos fueron sus resultados: el traspaso que hicieron los decimonónicos de estos acontecimientos sonoros -y algunos no sonoros (sentimientos o atardeceres)-al terreno instrumental podría hoy parecer una caricatura que bien funcionaría para un reality show de impacto inmediato o para el truculento noticiero de Mega.

En el siglo XX, en tanto, compositores como el francés Oliver Messiaen -que trabajó lejos de la música programática pero cerca de la reproducción de los sonidos de la naturaleza, como lo demuestra su vasto trabajo sobre el canto de los pájaros-desarrollaron con agudeza e inteligencia musical el traspaso de estos comportamientos al terreno instrumental y vocal, con inusitados, pero siempre felices, resultados.

Y ahora, ya entrados en el siglo XXI, hay otro músico dedicado a reproducir los sonidos de la naturaleza: Anthony Hegarty, compositor inglés conocido mundialmente por su grupo Anthony and the Johnsons, que acaba de sacar su tercer disco, “Crying light”. Matizando poco y nada el perfecto tono melancólico que lo ha caracterizado en sus dos discos anteriores (“Anthony and the Johnsons” y “I am a Bird now”), el inglés logra ahora que las diez canciones de su nuevo álbum transiten, desde un acabado trabajo instrumental, por tres diferentes caminos, obteniendo en todos “Another world”, en cambio, demuestran resultados notables.

En el primer camino están “Her eyes are underneath the ground”, “Aeon” y “Everglabe”, temas que recuerdan la vieja canción ligada a los sonidos de pequeños grupos de cámara, como lo hacía el belga Jacques Brel o la inglesa Petula Clark. “The Crying light”, “Dust and water” y “Another world”, en cambio, demuestran en el trabajo instrumental gran astucia para sacar sonoridades poco frecuentes y de difícil determinación (ruidos des templados de flautas dulces o violines) logrando pequeños pero luminosos momentos de una experimentación refrescante para esta forma musical, la y canción. Y están, en el tercer camino, las canciones que transitan libremente por ambas veredas (lo conocido y lo novedoso),como sucede con las baladas “Daylight and the sun”, “Epilepsy is dancing” y “One dove”, las que con un sentido melódico envidiable para cualquier músico, gran dominio del tiempo, un equilibrio entre las tensiones y los reposos, alcanzan momentos climáticos recogedores y hacen de esta música una de gran esplendor y de personalidad única.

La excelente y versátil voz de Anthony and the Johnsons se mueve con la ligereza de un colibrí; desde la dulzura con la que da comienzo al disco, pasando por momentos de peculiar guturalidad, hasta los desgarradores gritos que van apareciendo al avanzar el disco, “The Criying Light” no puede dejar a nadie indiferente o, al menos, sin la convicción de que este hombre-mujer (transgénero rarísimo de la línea de Boy George) a la hora de hacer música lo hace con la sensibilidad y la voz del hombre y la mujer que lleva adentro y afuera.

Este es el video de Antoher world

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