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12 de Abril de 2009

Contra los no fumadores

Por

Por Richard Klein*

Para muchos, cuando de cigarros se trata, la disuasión es una manera de asegurarse de que seguirán fumando. Para otros, puede llevarlos a empezar.

Un corolario de esta conclusión sostiene que no es suficiente saber que los cigarros afectan la salud para decidir no fumar. Los efectos nocivos del tabaco se conocen desde que se introdujo en Europa al final del siglo XVI. Desde que comenzó el siglo XIX se sabe que el alcaloide de la nicotina, administrado a ratas en forma pura y dosis minúsculas, produce una muerte instantánea. Ningún fumador puede evitar reconocer tarde o temprano las señales que el cuerpo envía mientras envejece; de hecho, intuye el veneno desde el instante mismo en que experimenta los primeros efectos al encender un cigarro, y probablemente confirme esta certidumbre cada día con las fumadas iniciales del primero. Pero entender los efectos nocivos de los cigarros no es razón suficiente para hacer que alguien deje de fumar o se resista a empezar; por el contrario, saber que es malo parece ser una condición previa esencial para adquirir y confirmar el hábito. Es más, podría argüirse que pocas personas fumarían si los cigarros fueran benéficos, asumiendo que algo así fuera posible; el corolario afirma que si los cigarros fueran buenos para ti, entonces no serían sublimes.

Los cigarros no son bellos en un sentido positivo, pero son sublimes gracias a su poder seductor para presentar lo que Kant llamaría un “placer negativo”: un placer sombrío y bello e inevitablemente doloroso que emerge de un tipo de presentimiento de la eternidad; el gusto de infinitud que existe en los cigarros reside precisamente en el “mal gusto” que el fumador aprende a amar. Por ser sublimes, los cigarros, en principio, repelen todos los argumentos dirigidos contra ellos desde una perspectiva higiénica y utilitaria. Prevenir a fumadores o a neófitos de los peligros los arrastra con mayor poder hacia el filo del abismo donde, como viajeros en un paisaje suizo, pueden sentirse fascinados con la grandeza sutil de las visiones de muerte expuestas por los pequeños horrores en cada bocanada. Los cigarros son malos. Pero eso es que son buenos –no buenos, ni bellos, sino sublimes.

Alcohólicos Anónimos descubrió hace tiempo las limitaciones de asumir que un simple acto de voluntad en respuesta a un mandato imperioso, emanado de uno mismo o de alguna autoridad exterior, podría lograr que los alcohólicos dejaran de tomar. La idea de que uno puede “decir no” contiene la ilusión que precisamente alienta al adicto. Todo hábito acarrea la creencia, que se repite sin fin, de que uno tiene el suficiente autocontrol para detenerse, abruptamente, en cualquier momento: creer que uno puede detenerse es la principal condición para continuar.

Sólo decir que no una y otra vez, al tiempo que sigue fumando, se convierte en el propósito principal, el doloroso placer que consume al héroe de Italo Svevo en su novela La conciencia de Zeno. Pasa su vida entera representando para sí el ilusorio credo de que puede fumar “el último cigarro”. Pero el último resulta ser siempre un cigarro más, otro en una serie de últimos cigarros. Vistos en su conjunto, componen la narrativa de la existencia paradójica de Zeno, sirven como hitos que marcan el paso del tiempo y las progresivas etapas en su poco heroica pero extrañamente galante vida. El perenne intento de dejar de fumar lo lleva a un vida dedicada a fumar (hasta que, en el último capítulo, ya anciano, Zeno descubre una ingeniosa manera de curarse).

Para disolver esta encrucijada es necesaria una estrategia alterada –más paradójica, más hipócrita- : no intentar desalentar el acto de fumar para así desalentarlo. Al no querer condenar los cigarros, este libro puede tener un efecto positivo –es decir, negativo. Puede suceder que los fumadores, por el sólo hecho de leer este escrito que alaba a los cigarros por sus beneficios sociales y culturales, por su contribución al trabajo y a la libertad, por el consuelo que ofrecen, la eficiencia que promueven, la oscura belleza con que revisten la vida de los fumadores, adquieran una nueva perspectiva acerca de su hábito. Un cambio en el punto de vista muchas veces señala el primer paso –quizá sea una precondición fundamental– para cortar de tajo.

Pero para dejar fumar tal vez se necesite algo más que cambiar de punto de vista. Algo más hace falta, algo parecido a un compromiso activo con ello, un reconocimiento de amor. Tal vez uno deja de fumar sólo cuando comienza a amar los cigarros, cuando se enamora de tal modo de sus encantos que está tan agradecido por sus beneficios que por fin logra comprender cuánto se pierde al dejarlos, cuán urgente es encontrar sustitutos para algunas de las seducciones y poderes que los cigarros magníficamente combinan.

La premisa de este libro es que los cigarros, aunque dañinos para la salud, son una grandiosa y bella herramienta de civilización y una de las más enorgullecedoras contribuciones de Estados Unidos al mundo, Visto bajo esta luz, el acto de dejar los cigarros quizá deba ser abordado no sólo como una afirmación de la vida, porque la vida no es únicamente existir, sino como una ocasión para el duelo. Al dejar de fumar, uno debe lamentar la pérdida de algo –o alguien– inmensa e intensamente bello en nuestra vida; uno debe dolerse por el ocaso de una estrella. Escribir este libro en alabanza del cigarro fue la estrategia que yo vislumbré para dejar de fumar; algo que he logrado definitivamente; es, por ello, tanto una oda como una elegía a los cigarros.

*Richard Klein es autor de una historia cultural de los cigarros titulada, “Cigarretes are sublime”, de donde procede el librillo “Contra los no fumadores”, de adonde procede, a su vez, el presente extracto.

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