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Opinión

29 de Abril de 2009

El contagio

Por

Por Marcelino Perelló
(Columna publicada ayer en www.excelsior.com.mx)

Ya lo sé, ya lo sé. Sé que está usted harto, sufrido lector, de la gripe porcina. Entendámonos, espero que no sea de la infección viral de lo que esté usted harto, sino de la otra infección, la del frenesí paroxístico que se ha apoderado de los gobiernos y los medios. La granizada se ha vuelto insoportable. Unos y otros no saben hablar de otra cosa. Ha desaparecido la crisis económica, han desaparecido los narcos y los terroristas. Es como si el mundo se hubiera detenido.

Toma uno un periódico o prende el radio o la tele, a cualquier hora, y sólo escucha una cosa: “Lávese las manos”. Uno, disciplinado, va y se las lava. Regresa y le vuelven a decir: “Lávese las manos”. Y usted vuelve a ir. Recuerde que el Isodine es un magnífico desinfectante para las llagas que se le van a formar en las palmas y en los nudillos. Usted, sin embargo, resista y no deje de lavárselas, a menos que decida apagar chunches electrónicos y renunciar a mirar la prensa. Lea Madame Bovary, que no le va a levantar los ánimos, pero que al menos no lo mandará a lavarse las manos.

Los periodistas, hipócritas ellos, están felices. Tienen noticia. Aunque sea sólo una. Y los gobiernos también. Por fin pueden demostrar que son eficientes y que están harto preocupados por el bienestar de sus pueblos. Imponen una auténtica “dictadura sanitaria”, como la llama, con toda precisión y agudeza, Ciro Gómez Leyva. Leyes de excepción, como el aislamiento forzado de los “sospechosos” o el derecho de entrar sin orden judicial en casas y haciendas, con el beneplácito sumiso de todos. Total, es en beneficio de todos.

En México en particular, el Estado deja automáticamente de ser fallido. Su denuedo en contra de la catástrofe inminente sale a la luz pública y, por primera vez en muchos años, los cien millones de enfermos potenciales escuchan lo que dicen sus gobernantes, quienes demuestran que saben cerrar escuelas y cines (lo primero cae bien; lo segundo, no tanto) y que también saben contar muertos y enfermos. En buena hora.

No obstante, y pidiéndole disculpas de antemano, creo que hay cosas que deben ser dichas y no lo han sido. O a lo mejor sí, pero es imposible seguir todo lo que se dice y escribe, estos días, sobre el asunto. Se repite hasta la saciedad, en estilos y voces distintos, la misma retahíla de informaciones, recomendaciones y lugares comunes. Ya volveré sobre mi 2 de octubre, cuando el furor mengüe.

Empecemos por decir que la situación es en verdad seria. Se trata de un bicho nuevo, si bicho fuera, del que se desconocen su morbilidad y posible evolución. Y eso asusta. No sólo a los mexicanos, sino al mundo entero. Toda la prensa del mundo, impresa y electrónica, tienen hoy como titular principal la “gripe mexicana”. El miedo cunde. Entre el bajo pueblo y entre especialistas. Ayer, lunes por la tarde, habían sido identificados potenciales infectados en 12 países. Todos viajeros procedentes de México o de California. Sólo uno de ellos, en Albacete, España, ha sido confirmado como víctima de la gripe porcina.

El horizonte está nublado. No se ve ni se sabe a dónde puede llevar todo esto. Éste es el primer punto importante para destacar, a pesar de discursos solemnes y declaraciones sensatas, hoy por hoy no hay quién sepa qué pedo.

Se trata, eso sí se sabe, de un virus del género A(H1 N1), del tipo del que produjo la dramáticamente célebre pandemia de la “gripe española” en los años 1918-19 y que causó la muerte de unos 80 millones de personas. La actual es una cepa nueva, al parece una recombinación de tres virus distintos, del mismo género: el de la gripe aviar, el de la porcina y el de la humana.

No puedo no decirle, llegados a este punto, que el concepto de “virus” es asaz confuso y hay numerosos científicos que niegan su existencia. Se trata de una “solución teórica” a fenómenos no comprendidos del todo. De existir, los virus serían unas mirruñitas infames, cadenas de aminoácidos, a escala molecular. No son observables en ningún microscopio, por sofisticado que sea. Se “detectan” a través de los antígenos que generan los organismos infectados. Ya se lo dije, vamos a ciegas. Y también se lo dije: eso da miedo.

Se ignora, por ejemplo, cuál es el periodo de incubación de la sabandija, es decir, el tiempo entre que ingresa al organismo y produce los primeros síntomas. Parece ser que va de uno a diez días. En ese lapso el inoculado no sabe que lo es. Se siente y parece una persona sana. Es un portador asintomático. Y esto, aunque no se dice, no sé si por ignorancia o por estrategia, es ineludible. El portador asintomático sí es contagioso. De manera que cuidarse únicamente de los mocosos es insuficiente.

E, ignorar por ignorar, también se desconoce su labilidad. Es decir, cuánto tiempo permanece activo fuera de los tejidos. Si es depositado sobre la manija de una puerta, cuántas horas o días podrá esperar “vivo” a que llegue el incauto que lo recoja y lo ingiera. Se habla de algunos segundos hasta cuatro o cinco días. Lo más seguro es que quién sabe.

Un punto no menos importante, que no ha sido aclarado ni por autoridades ni por especialistas ni por comentaristas es si puede ser transmitido únicamente a través de la saliva o de la mucosidad —versión hegemónica— o si también por medio del aire, es decir, de la respiración. En este caso los tapabocas le harían lo que el viento a Juárez. Deberíamos usar máscaras antigases. Y a ver si así.

Finalmente, es importante acercarnos a una explicación de por qué parecen ser más vulnerables los jóvenes, de 20 a 40 años, que los otros estratos de la población, contrariamente a lo que parecería lógico, y a las recomendaciones, reiteradas ad náuseam, de que era preciso cuidar en primer lugar a bebés y ancianos. La probable razón es que el virus se inserta en el sistema inmunológico, y son precisamente quienes lo poseen más vigoroso, los chavos, los más inermes.

En fin, pobrecitos, los expertos no saben más. Hacen y dicen lo que pueden. Eso deberían decir.

Me es imposible no dedicar un párrafo a la etimología, rama fundamental del saber incluso en estos asuntos médico-patológicos. Gripe e influenza son sinónimos. Del todo. “Gripe” viene del francés “grippe” y éste del suizo-alemán “grüpi”, “acurrucarse, tiritar, estar cajoneado”. Por su parte, “influenza” viene obviamente del italiano y ésta del latín “influens”. Por lo visto en aquellos tiempos consideraban que contagiar a alguien era “influir” sobre él. También, en otra versión, que los astros celestes eran los responsables, influían, en las grandes epidemias. De la misma raíz proceden “influjo” y el inglés “flu”, gripe. Decir “influenza” es una manera cursi y esnob de decir gripe. Da más caché.

Me tengo que callar. El espacio ya dio de sí. Queda mucho por decir. Sobre etimologías y otros menesteres. En particular acerca de la visión paranoica del caso. No por paranoica, menos razonable. Y sobre todo sobre el contagio del miedo. Espero que, la semana que viene, ya no tenga mucho caso hablar de todo ello.

Empecemos por decir que la situación es en verdad seria. Se trata de un bicho nuevo, si bicho fuera…

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