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Opinión

11 de Mayo de 2009

Botiquín antigripal

Por


En Frutillares cerca del actual cementerio N° 2 de Tomé, se instaló hace muchos años, un “lazareto” adonde se enviaban a las víctimas de la epidemia de cólera que asoló la comarca. Don Felix Moena ofrecía en su botica, los “papelillos del Dr. Castagne a 20 centavos y a mitad de precio para los pobres; y también el licor anticolérico del Dr. Seigmoongen a $1, sin descuento especial para nadie” . La verdad es que ni uno ni otro remedio servía, ya que sólo el descubrimiento del antibiótico en 1949 sirvió efectivamente para detener la plaga. Los tomecinos que no fueron afectados por el cólera probablemente desarrollaron defensas naturales. Este recuerdo, escrito hace un tiempo en un libro de historia sobre la fundación de la ciudad de Tomé, saltó a mi computador a propósito de las alarmantes noticias llegadas desde las centrales noticiosas norteaméricanas, acerca la fiebre porcina.
Como soy de los que creen en la vida mas que en la tragedia, urgué en los rincones de mi botiquín intelectual en busca de un antídoto para sobrevivir a esta nueva catástrofe, cuya aparición, curiosamente, coincide con la llegada de Obama a Mexico. Al fondo de mi botiquín, entre libros de poemas, cuentos de Alfonso Alcalde, imprevistos de Cortazar, fotos de mis hijas, una chupalla vieja y rota que me resisto a botar, una mujer escultural que me regaló -en greda- Santiago Espinoza para mi cumpleaño; y unas castañas humeantes y cariñosas en esta fresca tarde de abril, encontré lo que buscaba: el 1 de septiembre de 1982 Gabriel García Márquez escribió en el Diario El País de España un artículo llamado Terrorismo Científico, en el que le da un pellizcón al pesimismo, ironizando con maestría, acerca de la enfermedad de poner de moda alguna enfermedad que de tiempo en tiempo aparece como el fantasma del comunismo que asola la moderna faz de la tierra. Comienza
García Márquez así: “Hace veinte años estaba de moda el colesterol. Las dietas eran rigurosas e insípidas, y no estaban destinadas, como ahora, a regular el peso, sino a impedir que el silencioso asesino se acumulara en la sangre. Alguna revista de divulgación científica publicó la versión de que la berenjena era el preventivo más eficaz del colesterol: sus precios se dispararon hasta un punto en que era como comer pepitas de oro” . Antes durante y después el cancer, la diabetes, las amigdalas, la moda de apendicectomía, el herpes que no mata pero tampoco muere.
La situación no es para morirse…de la risa, ni de miedo, aunque la H1N1 ha cobrado ya varias docenas de muertos y probablemente empatará a la influenza común. Lo mejor es tomar precausiones, evitar oportunidades de contagios, seguir instrucciones, pero no ponerse hiponcondríaco.
Boris Sánchez Elchiver, un escritor de textos sabios, breves y divertidos, debe estar mirando las estrellas, o una minifalda, mientras de reojo se entera de la influenza porcina. Es que ya ha pasado por estos trajines. Escribió un texto de advertencia: El doctor le advirtió que tenía que ser mas prudente y mas sensata con su vida, que disminuyera el consumo de sal, que no fumara, prescindiera del alcohol, evitara el exceso de grasa y que abandonara definitivamente esa existencia sedentaria que la estaba matando en vida y que por lo menos caminara alguna cuadras de vez en cuando, para que la energía circule. Así lo hizo. Salió a eso de las seis de la consulta y a eso de las siete estaba paseando por el Parque Forestal, a las ocho la asaltaron, le dieron una feroz paliza y murió en el acto.
No puede ser que cada día estemos con un distinto temor a morir que no nos deja vivir. La hipertensión, mucho huevo, leche descremada, cerveza sin alcohol, dulces sin azucar, mucho vino, que una copita al día, si a la aspirina, no a la aspirina. Corra, no corra. No, si, no. Informe de expertos, consejos de abuela, horóscopo, encuestas, lo dijo la tele, ¡no comadre! Termino con un mago, que adivina el futuro, le dicen El Gabo, y hace 25 años escribió “No es posible no preguntarse, habiendo tantos precedentes, si no estamos otra vez en presencia de una nueva campaña de terrorismo científico, cuya finalidad es condicionamos para quién sabe qué tremenda operación comercial”.

Darwin Rodríguez

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