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25 de Julio de 2009

Grado 3: Anécdoticos chistes con tono extrañamente pudoroso

Por

POR RENÉ NARANJO S.

Le han dado duro a “Grado 3”. La crítica especializada y la otra le ha restregado con ganas a este segundo largometraje de Roberto “Rumpy” Artiagoitia sus evidentes defectos, que parten por la debilidad de un guión que se centra en narrar con predecible dramaturgia cinco fugaces encuentros sexuales, que se prolongan en personajes arquetípicos y de pocos matices, y que culminan en un trabajo de dirección conformista, que no demuestra real sentido de la puesta en escena.

De acuerdo. Sin embargo, hay varios temas que afloran al mirar la película. El primero tiene que ver con cuánto más se puede estirar el formato de la comedia erótica chilena en la pantalla grande, que surgió hace una década con el mismo Rumpy y “El chacotero sentimental” y que hoy parece suficientemente explotado. Lo que en 1999 era goce privativo de la sala de cine, hoy la TV lo tiene completamente incorporado. Así, mientras se contempla “Grado 3”, es inevitable pensar que cualquier capítulo de “Infieles” es más desinhibido y divertido, y si eso no es un golpe moral al género, al menos es “chan” de alerta máxima.

Este aspecto debe ser advertido sobre todo por productores e inversionistas privados, que –en una causa más que bienvenida- se unieron aquí con el preciso afán de crear una película comercial, sin valorar debidamente que si en algo se diferencia el cine de la tele es en que no se trata de una fórmula, y que siempre hay aspectos complejos que cuidar.

En “Grado 3” se nota demasiado el deseo de crear un producto y no una buena película, y ese detalle señala una enorme brecha. Hubo poco cuidado en los detalles y mucha adhesión a la receta prefabricada (la cinta se basa en otra, de origen canadiense). Faltó imaginación y sobró cálculo fácil. Hubo encierro en demasía (todo ocurre entre cuatro paredes, casi como en un reality) y se echó de menos más aire fresco.

La oportunidad no era mala. Bucear nuevamente en las tormentosas sexualidades de los chilenos quizás permitía relanzar el formato, invocar otros demonios, avanzar otro paso en los secretos de esas camas criollas, tan buenas para arder cuando el estímulo huele a prohibido, a morboso y a perverso. Esa intención, por lo demás, está en el filme. Está el deseo de explorar las actuales relaciones entre homosexualidad y heterosexualidad de manera bien clara (y en dos de los cinco relatos), la noción de que la perversión genera fortalezas a edades impensadas, y la sospecha de que la pasión puede generar lazos que no se cortan tan fácilmente y que son más poderosos aún que la represión interna.

Pero la película no entra realmente en esos temas, y se queda en anecdóticos chistes en torno a la depilación vaginal, el tamaño del pene y el viagra mapuche. Todo, por lo demás, en un tono extrañamente pudoroso, donde la guapa Patricia López no se saca el sostén pese a encarnar una prostituta y Fernando Godoy eyacula en un gran orgasmo sin mojar el calzoncillo.

A propósito de los actores, sería injusto que estos bemoles de la realización opacaran lo que constituye el mayor mérito de la cinta, como son sus interpretaciones.

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