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Cultura

26 de Julio de 2009

El regreso de Guillermo Núñez, Premio Nacional de Artes 2007: El artista que por hacer jaulas terminó enjaulado

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POR CATALINA MAY

Guillermo Núñez estuvo dos veces detenido por la DINA; la primera por hacer una paleteada, y la segunda por hacer una exposición sobre esa primera detención. Finalmente, fue expulsado del país y volvió sólo a fines de los 80. Esta es la historia de Núñez, quien en septiembre repondrá la muestra por la que la DINA lo arrestó, y además publicará una caja con los cuadernos que escribió en prisión.

Es el 19 de marzo de 1975 y en la Galería de Arte del Instituto Chileno-Francés, en la calle Agustinas, se encuentra reunida parte de la mermada vida cultural chilena del momento. La dictadura no entrega mucho espacio para este tipo de eventos, pero se inaugura una exposición del artista plástico Guillermo Núñez, ex director del MAC, llamada «Printuras y Exculturas». Está compuesta por varios objetos visuales, sobresaliendo una jaula de palitos de madera con una rosa en su interior y una corbata blanca, azul y roja, anudada y colgada al revés, simulando una horca. La obra está basada en los cinco meses y diez días que el pintor pasó detenido en la Academia de Guerra Aérea (AGA) de la FACH. Mientras Núñez es felicitado por los invitados, Soledad Bianchi, su pareja, observa inquieta a algunos hombres que, en silencio y tratando de pasar desapercibidos, examinan la escena.

La inauguración termina en calma, pero a la mañana siguiente, agentes de la DINA aparecen en el instituto y exigen clausurar la muestra, mientras intentan llevarse los objetos expuestos. El agregado cultural Roland Husson les asegura que no pueden sacar nada, porque se encuentran en territorio francés. La ignorancia de los agentes le juega a favor, pues esta falsa afirmación hace que los DINA se retiren sin llevarse nada, aunque clausurando la expo.

Inmediatamente, Husson manda a un funcionario del instituto a avisarle a Guillermo Núñez lo sucedido a su parcela en Lo Curro. Unas horas después, el artista se entrevista con el embajador francés en Chile, Pierre de Menthon. Él le dice haber conversado con el Ministro del Interior Herman Brady, quien le habría asegurado que Núñez podía estar tranquilo, que nada le sucedería por el simple hecho de montar una exposición de arte.

El pintor, inquieto, vuelve a su parcela y se encuentra con un grupo de agentes de la DINA vestidos de civil, que lo agarran, le vendan los ojos y se lo llevan a Cuatro Álamos. “Con la exposición yo tenía dos temores: que no pasara nada y que me metieran preso. A pesar de esta posibilidad, no podía dormir tranquilo si no lo hacía. Si lo miramos ahora puede haber sido irresponsable, provocador. Han pasado los años y uno se ha ido edulcorando, pero en ese momento era vital, sobre todo porque sabía que había otros que estaban presos y yo estaba libre”.

JESÚS

Guillermo Núñez estudió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, en París y Praga. En 1975, al momento de montar su exposición y ser detenido, ya era un artista consagrado. Había expuesto, entre otros lugares, en Nueva York y Washington, había ganado los premios de la crítica, de la CAP y de la CRAV y había participado en la Bienal de Medellín. Además, había participado activamente en la campaña de Salvador Allende y dirigido el MAC hasta 1972.

En marzo de 1974, un amigo ligado al MIR le pidió que escondiera en su parcela, ubicada frente al Club de Tiro de Lo Curro, a un militante de dicho movimiento. Núñez aceptó y recibió a un hombre de unos 30 años, estudioso e interesado en el trabajo del artista, que se hacía llamar Jesús. “Era un hombre bajo, rechoncho, tosco, no se lo podría haber catalogado de elegante, pero era de modales suaves, no era agresivo”, recuerda Núñez.

Después de estar un mes escondido en su casa, Jesús se fue. Sólo unos días después, el hombre, que en realidad se llamaba Víctor Toro y era el máximo dirigente del Movimiento de Pobladores Revolucionarios, uno de los frentes de masas del MIR, fue detenido y confesó los lugares donde había estado escondido. Pasados algunos días, Nuñez estaba descansando cuando sintió unos ruidos extraños. No se sobresaltó, porque él mismo había dejado la puerta sin llave, esperando la llegada de unos amigos. Pero cuando se levantó, se encontró con un desconocido, que le dijo que mirara por la ventana. Afuera, un grupo de milicos lo apuntaba con metralletas. Entonces, el desconocido, que resultó ser el comandante de la FACH Edgar Ceballos, le vendó los ojos y lo llevó a los subterráneos de la AGA. Inmediatamente lo interrogaron para establecer cuáles eran sus conexiones con el MIR. Con fuerza, pero sin torturarlo físicamente, le preguntaban si conocía a tal o cual militante, si sabía sobre tal o cual evento. Núñez no sabía nada. Sólo era un simpatizante de izquierda.

Los cinco meses que siguieron, Núñez los pasó encerrado en una pieza con unas 15 personas -casi todos militantes del MIR-, con los ojos vendados todo el tiempo, excepto por media hora diaria. Durante esos minutos se dedicó a escribir un diario de vida, en el que reflexiona sobre el arte. recuerda a sus seres queridos, deja constancia de los vaivenes de su ánimo, recuerda sus viajes y añora las pequeñas cosas de su vida diaria en libertad. Y donde, por supuesto, dibuja. El lunes 29 de julio, escribe: “Los croquis actuales me importan. Son ideas-conversaciones que el papel aguanta. Pintar tendría un pintoresquismo casi romántico. Sería un caos demasiado visceral y no quiero eso”.

BEETHOVEN Y DALÍ EN EL AGA

El encierro y los abusos sometían al artista a un constante temor. “Dios, tengo que sobrevivir a todo esto. Superarlo hoy y mañana y pasado mañana y así hasta donde sea”, escribió el 19 de junio. Aún así, no dejó de escribir, cosa que sorprendía a sus captores. “Qué tanto escribí, hueón, si aquí no pasa nada”, le decían. Pero por la cabeza de Núñez pasaban muchas cosas: “¿Cómo renunciar a mis manteles de colores, al montón de quesos para elegir, a tus besos, al vino blanco helado, tu sonrisa y tu cintura o el tazón grande de café con leche y ese pan negro grumoso que voy llenando golosamente con mantequilla en las mañanas, frente a la ventana llena de árboles, pájaros y cordillera?”.

Como le estaba prohibido interactuar con sus compañeros, el único “vínculo” que Núñez creó durante su detención en la AGA fue con un militar joven y rubio, que al llegar a hacer la guardia cambiaba las clásicas cumbias que sonaban en la radio: “A veces llega buena música, por ejemplo, ayer Beethoven. Pero era distinto, tenía otro rostro que el que he escuchado siempre”. Ese mismo militar, al descubrir que Núñez era artista, le hablaba de lo mucho que le gustaba Dalí, pintor que él detestaba. Y sometía a su escrutinio los dibujos que el pintor hacía en su cuaderno, aprobándolos con un ticket o dejándolos en blanco.

A medida que pasaban los meses, el artista dibujaba cada vez menos. Y así lo explicaba en su diario, demostrando una evolución desde lo que escribía cerca de su detención: “Cuando escribo que no puedo dibujar es porque empiezo a necesitar que estos esbozos sean más definitivos, es decir: pintarlos de una vez. Hacer que estas ideas tan primarias empiecen a tomar forma cuando se unan con todo lo anterior en telas inmensas”.

El miércoles 9 de octubre los miltares simplemente dejaron que Nuñez se fuera. “Arreglo mis pocas cosas haciendo un bulto con ellas, estoy listo para el regreso. Todo está lleno de sol y pájaros. Me voy con ellos”, escribió.

“¡POR ESO NO LO PUEDEN HABER TRAÍDO!”

Cuando estuvo libre, Núñez comenzó a pintar unas láminas de fondo negro con figuras de extraños cuerpos, en los que destacan grandes bocas con dientes, inspirados por sus meses de encierro. “La visión interna causada por la venda de los ojos deforma la mirada y produce cuerpos monstruosos, donde el torturador y el torturado pasan a ser una sola identidad”, explica el pintor hoy.

En ese momento, estaba empeñado en montar una exposición a partir de la experiencia de su encierro, aunque era consciente del peligro que eso implicaba.”Yo buscaba decir lo que me pasaba adentro, no podía aceptar lo que estaba sucediendo”, explica . De lo único de lo que no estaba seguro entonces, era de que las pinturas fueran la forma más adecuada de hacerlo.

En su pieza, el pintor tenía siempre una rosa y en su jardín, algunas jaulas hechas de palitos de madera. “Visualmente metí la rosa dentro de la jaula, fue como una inspiración. Y empecé a imaginar cosas que se podían meter en las jaulas”, recuerda. Así, creó, por ejemplo, una jaula vacía, con un cartel que decía: “Meta la cabeza adentro y mire el mundo como un pájaro o un astronauta”. Y así, con objetos visuales que remitían a su encierro, montó la exposición «Printuras y Exculturas». “El asunto era hacer cosas que parecieran juguetes, ambiguas, pero estaban muy cargadas, aunque menos que las pinturas”, explica . Su idea era que ésa, por ser más “suave”, fuera la primera de una serie de cuatro exposiciones basadas en su detención. Pero, ya está dicho, su precaución no le sirvió de nada.

Después de inaugurar la exposición, Núñez fue llevado a Cuatro Álamos, donde estuvo incomunicado. De vez en cuando lo llevaban a Villa Grimaldi, donde lo sometían a ridículos interrogatorios. “¿Por qué está aquí?”, le preguntaban . “No sé, porque soy artista e hice una exposición”, contestaba él. “¡Por eso no lo pueden haber traído!”, le aseguraban los milicos. Él levantaba los hombros.

Durante su segunda detención, Nuñez mantuvo otro diario de vida, en el que las temáticas desarrolladas eran muy similares a las del primero: reflexiones en torno al arte y la vida, sin lamentos, pero con bajones y subidas de ánimo. Dibujó bastante más, nuevamente cuerpos extraños, esta vez rodeados de moscas. Además de Cuatro Álamos, el pintor estuvo en Puchuncaví y Tres Álamos.

Después de 4 meses de encierro, los milicos decidieron expulsar al pintor del país sin cargos en su contra. En una camioneta lo llevaron desde Tres Álamos al aeropuerto y Núñez partió exiliado a Francia, para no volver a nuestro país hasta 1987. “Nunca me arrepentí de haber hecho la exposición. Y no es que sea valiente, pero sentía que había que hacerlo en ese momento. Si bien es cierto que tuvo una repercusión pequeña, era lo que yo tenía que hacer”, asegura el pintor hoy.

En 2007, Guillermo Núñez recibió el Premio Nacional de Artes. Y este año, en septiembre, en la Universidad Arcis, se inaugurará una reposición de la exposición «Printuras y Exculturas», en la que, además de las jaulas, se mostrarán los dibujos realizados por Núñez entre sus dos detenciones. También estará a la venta una caja, llamada “El día que llovió en el diluvio (vieja memoria en papeles negros)”, que incluye los diarios escritos por el pintor durante sus detenciones y las láminas de las pinturas que se exhibirán. “Hay en esto un afan de cerrar una etapa. Toda mi vida he pintado sobre la condición del ser humano y sobre la violación de sus derechos y el dolor, pero este episodio lo acentuó. Antes eran preocupaciones intelectuales y un buen día me tocaron a mí. Así, el asunto se hizo carne”, explica Núñez.

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