Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Uncategorized

8 de Agosto de 2009

Premiar el 4

Por

Por Alvaro Díaz

Hace algunos meses, Sergio Lagos se paseaba enfurecido por las oficinas de The Clinic. Razones tenía, pues en nuestro sitio web habíamos publicado, por un descuido que asumo con vergüenza, un artículo que apuntaba con el dedo a su productora tras haberse ganado un fondo concursable para un proyecto musical que llevaba por nombre Movistar Música. Aunque el cuestionamiento inicial era razonable -¿puede el Estado financiar iniciativas que promocionan sin tapujos a una transnacional?- los argumentos expuestos en la nota eran gratuitos y malintencionados, y se resumían en que Sergio Lagos cantaba mal y tenía mucha plata. Más allá del talento musical del animador y lo que indica su saldo bancario, no había razón comprobada para ponerlo en la picana. Lo que sí se acumulaba a raudales era resentimiento, esa gran fuerza que mueve al periodismo con más entusiasmo que un sueldo o la curiosidad genuina.

La semana pasada, el Centro Cultural Mori tuvo que defenderse de las críticas emanadas por la obtención de 99 millones de pesos en el Fondart para su proyecto “Mejoramiento infraestructura Mori Bellavista y fortalecimiento de gestión comunicacional”. Los cuestionamientos no atacaban la iniciativa, sino el hecho que los propietarios del centro cultural fueran Benjamín Vicuña y Gonzalo Valenzuela, dos actores que ganan más plata que el resto y tienen contratos con multitiendas. El auspiciador del ataque era La Tercera, que señalaba como única fuente de su acusación los comentarios que la noticia de la entrega del fondo había generado entre los lectores de su versión digital. ¿Una manga de odiosos mueve a un periodista a llamar a los responsables de la sala Mori para que den explicaciones? Cuando uno recibe una llamada así, sólo dan ganas de mandar a la mierda al intruso de turno, quien tiene como gran encargo de su editor llenar de sospechas el éxito ajeno. En ninguna parte de las convocatorias a concurso de fondos estatales se exige como condición “no ser conocido ni millonario”. Es más, ésa es una garantía no escrita de probidad y cumplimiento, pues los robos y fraudes habitualmente se producen en iniciativas anónimas y misteriosas, en las que nadie repara para que rindan cuentas.

En lo personal, he podido trabajar y desarrollar una carrera relativamente independiente gracias a esos fondos concursables. Participo en bastantes y salgo derrotado en la mayoría, a veces con argumentos que no comparto o comprendo. 31 minutos, programa infantil que tengo el orgullo de haber inventado junto a mis socios Pedro Peirano y Juan Manuel Egaña, existió gracias a este tipo de aportes. Alguna vez un periodista me llamó para preguntarme si estaba dispuesto a devolver la plata que me habían dado, fruto del éxito comercial de la serie. Le dije que sí, siempre y cuando también la devolvieran los que fracasaron o la dilapidaron en programas anodinos que nadie nunca vio, si es que alguna vez se realizaron

En Chile se premia el 4 y se castiga el 7. El talentoso y el que brilla muere en un poco virtuoso mar de patadas. El distinto es una víctima. El real fracaso, ese sin luces ni literatura que transita en la medianía, es la forma más cómoda y aceptada de vivir. La única que no molesta.

Notas relacionadas