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Cultura

10 de Agosto de 2009

“Espero que Piñera no llegue al poder”: LA ÚLTIMA ENTREVISTA AL ESCRITOR ALFONSO CALDERÓN (1930-2009)

Vicente Undurraga
Vicente Undurraga
Por


Por Vicente Undurraga – Foto: Alejandro Olivares

El pasado sábado 8 de agosto, víctima de un infarto fulminante, murió el editor, investigador y polígrafo Alfonso Calderón (1930), Premio Nacional de Literatura 1998. Autor de importantes antologías y memoriales, a Calderón se le debe el rescate de la obra de varios escritores nacionales de primera categoría, como Joaquín Edwards Bello y Martín Cerda. En octubre de 2008, cuando publicó un libro sobre Eduardo “Chico” Molina -el escritor fantasma de la literatura chilena- The Clinic le hizo la que sería la última entrevista a fondo de su vida. De fútbol y de Bielsa, de la pérdida de la nostalgia, de las teleseries, de la indignación que le producen los especuladores bursátiles tipo Piñera y de la inminencia de la muerte; de todo esto y más trató esta conversación.
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“A Limache”, cuenta Calderón, “fui a veranear en febrero de 1936, con mi madre y mis primas, que eran algo menores que ella. Poco antes, en diciembre de 1935, había muerto mi hermana. Pero más que esto, fue el verano en Limache el que me proporcionó una impresión terrible.

¿Qué pasó?

-Mi madre y mis primas me dejaron un día solo en la casa y se fueron a nadar a una poza. A mí no me interesaba nadar, nunca aprendí. Vi entonces que unos hombres estaban persiguiendo a un chancho. Me llamó la atención que estuvieran con unos palos. De repente comenzaron a apalearlo. Yo estaba en una glorieta, como el personaje de un folletín del siglo XIX, una glorieta llena de buganvilias que fue mi refugio tras la muerte de mi hermana. El chancho gritaba y gritaba y estos tipos tenían una artesa llena de agua hirviendo. Asistí al sacrificio de un cerdo, lo que casi era un acto ritual de la Polinesia o de alguna novela de Salgari, a quien yo leería poco tiempo después. Nunca conté en mi casa nada de lo que vi, pero tuve la sensación de que el mundo podía ser horrible. Ese Limache que recuerdo está asociado a la muerte de un animal que no era culpable de nada. Muy impresionante. Pude tener unas vacaciones soñadas, pero no lo fueron por esto.

Esta hermana tuya que murió, ¿era mayor que tú?
-No, menor. Tenía un año y nueve meses y murió de una apendicitis que pasó a peritonitis porque le dieron alguna agüita para aliviarla. Mi madre fue muy fuerte. Yo creo que tuvo problemas con dios a partir de ahí.

En una entrevista hace algunos años dijiste que en tu casa “se sufría para adentro”.
-Así era. Yo estaba sentado junto al ataúd de mi hermana y empezó a molestarme el olor a descomposición de las flores. No sabía qué era. Tenía la confianza de que mi hermanita, que era mi compañera de juegos, fuera un ángel, porque me habían dicho que ella se iba a ir al cielo, precisamente porque era un angelito. No vi llorar nunca a mi mamá. Mi papá me dijo que la procesión siempre va por dentro. Nunca lo vi quejarse, lamentarse. Sólo me acuerdo haberle visto un llanto muy rápido cuando murió mi abuela. Exteriorizar los sentimientos no se podía, no era urbano. El manual de urbanidad llamaba a reprimirse.

¿Y eso que tu madre era italiana?
-Sí, los italianos son gritones, llorones. No sé por qué mi mamá y mi padre eran así. Trataban de que los niños no se enteraran de que existía el sufrimiento. Pero yo ya había pasado por la experiencia de la matanza del cerdo. Es difícil de entender esa costumbre familiar. Me acostumbré a vivir para adentro, ocultando mis dolores. Poco tiempo después el fútbol me dio la oportunidad de salir de mí mismo.

BIELSA SÍ, ALEXIS NO

¿Por qué el fútbol?
-Con el fútbol yo saqué otra personalidad; del tímido que era, que en la sala de clase no se atrevía a levantar la mano cuando el profesor preguntaba algo y sabía, pasé a ser alguien con seguridad. En el fútbol se gritaba, se mandaba.

¿Eras bueno?
-Mira, profesional no; alcancé a jugar en el Pedagógico. Tenía cierta gracia, hacía jugadas que había aprendido mirando partidos profesionales. Las miraba y las practicaba, a lo Bielsa.

Jugador de laboratorio.
-Exactamente. Yo daba instrucciones para que alguien al marcar a un tipo mirara la pelota nomás, para evitar que lo engañara. Así, retaba al de mi equipo y de pasada injuriaba al otro.

¿Sigues viendo partidos?
-Ya no. No tanto. Ahora veo los mundiales –algunos partidos de los mundiales– y de repente los partidos de Chile, pero me irrito mucho, me enfurezco.

¿Ah sí?
-Me enfurecí viendo el partido contra Ecuador. Dije “esto no puede ser”, parecían un equipo de tercera división. En cambio, cuando vi el partido con Argentina dije “estos son otros hombres”. Me cuesta entender.

¿Pero eres entusiasta de Bielsa?
-Sí. Trajo las tácticas. A ver si logra introducir el profesionalismo. El de Chile en el Sudamericano del 45 es un modelo de organización táctica en el fútbol. En cambio, las fiestas que hace Alexis Sánchez cuando juega –hasta donde yo lo veo– son buenas para él, pero no para el equipo. Siempre hace una jugada de más, y el que hace una jugada de más va perdido en el fútbol… Bielsa tiene además la ventaja de que es serio y no busca la publicidad. No es un espíritu primario sino uno culto, se ve honorable y tiene ascendente sobre los jugadores. Y se atreve, pone a jugar a reservas, juveniles, apuesta.

¡Así que el fútbol te sacó el carácter!
-Me permitió salir de mí mismo. Cuando llegaba a la casa volvía a ser el introvertido, el que leía poemas, el que leía todos los escritores que podía. Yo leía tanto como el Chico Molina. El problema era que él siempre había leído uno o dos más. Y cuando te recomendaba a fulano de tal, e ibas, lo leías y se lo comentabas, entonces te decía que ya no –esa frase: “ya no”–, que ahora era otro al que había que leer.

ACEPTAR A MOLINA

Así con Molina.
-Conmigo era muy cortés; con otros era descalificador, se peleaba. Conmigo nunca. En el fondo yo trataba de proteger a Molina. Puede que nos viéramos cada diez días, pero la verdad es que le tenía una gran simpatía.

¿Tanta?
-Sí; el gran problema de Molina era que te envolvía de tal manera que en un momento tú olvidabas el tiempo y el espacio reales, y por lo tanto “permitías” que él pudiera haber almorzado con Somerset Maugham, asistido a una cena de Proust o conversado con alguien que estaba muerto ya cuando él nació.

¿Había que tenerle paciencia?
-No era que uno dijera “a este mentiroso le voy a dar soga”, sino que sus palabras uno no las encontraba mentiras, sino invenciones, y al aceptarlas como tales podías aceptar a Molina como aceptas que el personaje de “La Cartuja de Parma” de Stendhal pudiera haber visto pasar a Napoleón al lado suyo en pleno campo de batalla. No cabe duda que Stendhal, que decía haber tenido varias conversaciones con Napoleón, no las tuvo nunca. El problema de Molina no era que viviese en un mentidero, sino en un espacio de nostalgia permanente.

“NO TENGO NOSTALGIA”
(VALPARAISO CON CADÁVERES)

-Me gusta escribir sobre el pasado, pero ya no sufro nada. Ya no tengo nostalgia.

¿No?
-No, porque he perdido el dolor. Cuando uno tiene dolor en el presente, naturalmente busca el momento en que pudo tener menos dolor o nada de dolor. Y utópicamente se instala en un tiempo pasado al cual referir. Cuando me dicen “mira Santiago, una ciudad contaminada”. ¿Y cómo era antes? El año 50 leí “Infierno gris”, una novela muy mala de Joaquín Ortega Foch. Ahí un personaje sube el San Cristóbal y mira a Santiago tapado, cubierto por la niebla, por lo irrespirable. ¡Años 50! La felicidad perfecta instalada en el pasado la concebí sólo hasta los 30 años. En el fondo era una nostalgia del hogar. El origen de la palabra nostalgia tiene que ver con dolor. De lo perdido, del pasado, de lo antiguo, nostalgia yo no tengo. No me gustaría vivir de nuevo en Los Ángeles en el año 46 o en Lota en el 39 como viví en esos momentos. Quererlo sería tener una mirada puramente falsa… Para mí fue muy importante descubrir en un momento dado que otras personas miraron esas épocas con otros ojos, distintos a los míos; iban retrocediendo las nostalgias.

¿Cómo?
-Joaquín Edwards Bello, por ejemplo, tenía nostalgia de Inglaterra, de París, de un Valparaíso de infancia. Pero en el mismo momento en que él nace –él mismo lo dice–, viene la salida del tranque de Mena, con muchos muertos en Valparaíso, y después el terremoto del año seis. Edwards Bello dice que caían los muertos del cerro, que de repente alguien encontraba instalado un cadáver en el asiento de su comedor mientras estaba almorzando y parecían todos convidados al banquete de Banquo, en Macbeth. Es evidente que si está contando eso, esa infancia tampoco fue una infancia feliz. Yo creo que no ha habido una época de la humanidad en que la felicidad se haya enseñoreado de verdad, porque las pestes, la mortalidad infantil, la explotación, el dolor… basta leer las novelas de Dickens. Por eso no tengo nostalgia. Yo creo que es un recurso de sanidad mental.

¿Sí?
-Nietzsche dijo una vez que el gran problema del historiador es que de tanto andar hacia adelante y hacia atrás se vuelve cangrejo. Eso aplicado a un escritor o a un ser humano cualquiera significa que no vas a poder vivir el futuro porque no vas a poder avanzar. Ahora, puedes quedar prisionero del presente, pero el presente pasa. La primera vez que tuve conciencia de ello fue cuando Eugenio González, profesor de filosofía, habló en una clase de que el espacio y el tiempo según Kant son formas de intuición. Ahí yo entendí el asunto.

¿Cómo exactamente?
-Existía gente que había sido muy desdichada el año 44, el 45. Y fíjate de lo que tenía nostalgia yo: de la segunda guerra mundial. O sea nostalgia de una carnicería atroz, la mayor desgracia del siglo XX, los campos de concentración, la guerra civil española. Yo no tenía por qué apropiarme de esa infancia y considerarla un período dichoso.

INVERNADERO DE LIBROS

A propósito del pasado, uno de los géneros que más has escrito son las memorias y los diarios.
-Todos cuando escribimos memorias o diarios de alguna manera reelaboramos los hechos. O inventamos: yo creo que hay una actitud molinista general en la literatura. Una invención sobre la cual se reflexiona, o la cual se amplifica, despotenciando lo que pudiera ser negativo para el que narra.

¿Lo pasas bien hoy por hoy?
-Estoy consciente de que me quedan algunos años de vida –no sé cuántos–, que tengo que hacer determinadas cosas, que no lo estoy pasando mal, que estoy más lento probablemente y que tengo un poco más de generosidad por los otros: he dejado de oírme a mí mismo. Sólo ahora que estoy hablando contigo me estoy oyendo. Soy capaz de pensar en otros. Trato de colaborar, de ayudar, de hacer cosas.

Nacido y criado en el sur, ¿te gusta vivir en Santiago?
-Para mí no es, como muchos dicen, una ciudad invivible. Ahora bien, yo paso muchas horas del día en la casa. He instalado una especie de invernadero con plantas vivientes, que son los libros. No salgo sino para llevar a cabo algunas actividades. Leo, leo, leo, escribo, escribo, escribo. El problema mayor reside en no perder la fe en la escritura.

Alguna vez dijiste que practicas la escritura de “ningún día sin una línea”.
-Sí. Y mucho más de una línea. Tendrá que salir algo bueno de repente.

“PEINAR LA MUÑECA”

Sentado en el café de la Biblioteca Nacional, Alfonso Calderón, Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua y autor de un “Diccionario de voces desautorizadas”, define posiciones frente al lenguaje juvenil: “A esta edad, a uno le cuesta incorporar las palabras nuevas. En cambio, en la edad plástica, la joven, puedes aprender veinte palabras diarias, y las va a aceptar. Yo no puedo hacerlo”.

Pero no te haces parte de las lamentaciones y los quejidos que a menudo se oyen contra el empobrecimiento del lenguaje en Chile.
-Yo creo que la gente joven siempre ha tenido una jerga diferencial, que se usa como una manera de marcar distancia. Pienso que el lenguaje puede haberse empobrecido con respecto al siglo XVIII, pero de joven yo usaba el lunfardo, por el tango. Creo que el jergón de los jóvenes marca diferencias y al mismo tiempo restablece sus identidades. Ahora, cuando se quedan en eso, terminan en las cunetas, en los carretes. Se quedan ahí y se mueren ahí. Uno no puede hablar como diccionario tampoco. Sería horrible. Además, me divierten algunas de las metáforas de los jóvenes.

¿Por ejemplo?
-Peinar la muñeca, andar arriba de la pelota, echar la foca.

¿Cuánto lees?
-Mínimo, 300 páginas diarias. En periodo de vacaciones 600 ó 700. Pero también practico una exploración de la vida. La vida no son sólo los libros.

¿Qué tipo de libros lees más últimamente?
-Menos cuentos y novela que antes, menos poesía también. Mucho menos. No dejo pasar libros de historia, de antropología de lo sagrado, y no por creencias, sino por un inmenso placer, que se ha ido corriendo, a medida que he envejecido, hacia los libros llamémosle de no ficción, pero que son de ficción también. Tarde me he interesado por la historia y la música docta. Nunca fingí conocimientos que no tengo. También veo televisión. Sigo series, alguna película antigua.

¿Televisión chilena?
-No, salvo el noticiario. Antes, de repente me quedaba viendo algunas teleseries, porque me hacían sentir muy primitivo.

¿Cómo así?
-Son emociones muy simples; es la tragedia griega al servicio del pueblo, como lo fue la tragedia griega en su momento. Las teleseries me permitían enojarme con alguien, odiar a alguien. Hace bien por un momento volver a ser primitivos.

Entregarse al efecto buscado.
-Claro, te contagian. Y algo más: en la dictadura yo en un momento no tenía entradas ($), me habían echado de la universidad y me salió un trabajito para opinar sobre libretos de teleseries. Intervine en tres, una de ellas “La Torre 10”.

¿De qué modo interviniste?
-En los libretos; por ejemplo, sugerí que había que tener un fotógrafo en la Plaza Brasil, cosa de darle algún trabajo a un amigo que estaba sin pega. También yo sugerí al personaje del bedel de la torre en esa teleserie. Otro amigo. Aparecía en todos los capítulos y le pagaban. Hasta que me descubrieron y me echaron. Esa es mi relación con las teleseries.

CAPITAL Y SOBERBIA

¿Qué te produce indignación?
-La acumulación del capital. Debe ser por haberme formado en el marxismo. A mí la especulación, la acumulación y la volatilización de los capitales me indigna. No he comprado nunca una acción, ni siquiera cuando todos me decían que las acciones de tal banco eran tan sólidas que primero tendría que venirse abajo el país para que se cayeran. Y en 1982 se vino abajo. Soy muy desconfiado en todo lo que prometa dinero en plazos breves. No tengo buena mirada a los financistas.

¿Qué te parece la conducción económica del gobierno?
-Yo pensé siempre que los ministros de hacienda de la Concertación han sido muy atinados, y éste de ahora especialmente, porque cuando todos querían gastar, él hablaba de guardar para los riesgos futuros. No tengo ninguna seguridad de que vamos a pasar bien la crisis ni de que no vayamos a tener problemas, pero no se puede gastar todo lo que se gana. Es un consejo de economía primaria, casera.

Era Piñera el que proponía no tener superávit estructural.
-Sí, y si llega a ganar la presidencia, postulará que se privatice Codelco, lo cual sería un desastre para la economía del país y jauja para los capitalistas no populares.

A los capitalistas duros, ¿los obliga esta crisis a meterse un poquito la cola entre las piernas?
-El problema básico es que a muchos empresarios y capitalistas los posee el pecado sin remisión: la soberbia, el orgullo. El soberbio y el orgulloso siempre van a encontrar justificación para lo que han hecho y nunca van a reconocer culpas; las atribuyen a otros. He estado leyendo que en países como Finlandia los impuestos a los capitales son muy fuertes. Aquí les ponen un impuesto que supere, no sé, el 20%, y ponen el grito en el cielo. Tengo un gran temor de que los volatilizadores de capitales lleguen al poder. Espero que no ocurra.

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