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13 de Agosto de 2009

El gusanillo del juego bursátil

Por

    “(…) Tan pronto como se alejaba algunos pasos del edificio de la Bolsa, comenzaba a sufrir una angustia desesperante, que se traducía en un verdadero delirio de locomoción. Cuando a las cinco y media de la tarde terminaban las operaciones y veía el boletín, quedaba un poco más tranquilo; pero más tarde, la obsesión volvía. No podía apartar de su mente las acciones (…) y ni aun en la noche se libraba de la terrible pesadilla. (…) Pero al día siguiente, al despertar, la vida le cogía de nuevo entre sus ruedas, y la mujer y el juego le arrastraban”.

Jenaro Prieto

POR JP BARROS

¿La especulación financiera es una forma de juego? No, si se cree que el verdadero juego implica siempre la posibilidad de perder. Y nuevamente no, si se considera que el especulador profesional siempre contará con una buena ventaja. De lo contrario no jugará.

Una de estas ventajas tenía antes un nombre pudoroso y simpaticón: el “dato”. Ahora lo llaman “información privilegiada”, una expresión que -como todo lo relativo al privilegio- retumba simultáneamente a tentación y escándalo.

La otra ventaja habitual, que implica en sí misma tener información privilegiada, es pertenecer a una especie de liga de winners. Esto puede traducirse como militar en un partido, club, mafia o en tener amigos actuarios, martilleros, síndicos y similares merodiadores de la ruina ajena. O, más recomendable aun, en incluso ser él mismo parte de una corporación importante como el Congreso, actuando de legislador, lo que le puede ser útil para borronear y garabatear constantemente las reglas de su juego. Estos son los caminos que el especulador ha tomado desde siempre.

La especulación informada es emocionante no por la incertidumbre del riesgo o de la apuesta; sino por la ansiedad de esperar la remesa. Así, el gimnasta del dinero se confunde con el ludópata por su excitación constante y por hiperventilarse con facilidad, pero poco tiene en común con él en realidad. El inversionista bursátil es tan jugador como el dueño de un tablero de “Pepito paga doble”. Como el encargado de un puesto de feria playera, donde se lanzan aros a botellas de boca ancha. Es tan deportista como un boxeador con los guantes llenos de tuercas.

Se ubica, cual oso salmonero, de frente a la marea humana y espera que algunos infortunados entren a su controlada porción de río. Al inversionista le gusta hablar de riesgo, pero si conoce el oficio su único peligro es engolosinarse. Morir de obesidad, creerse invencible, ser demasiado desprolijo. O pasarse de listo y entrar en el cuadrante del enorme oso vecino. No pocos caen en la torpeza. Pero a veces no se necesita cometer ningún error. El grizzli más grande simplemente embiste. ¿Pero eso es jugar?

Claro que existe gente que si “juega” a las acciones. Los que pierden… Y a veces ganan, como todo jugador del azar. Yo conozco a una señora muy amable que apostó buena parte de su escaso montepío en la Bolsa. Le preguntaba siempre si sabía qué diablos hacían las compañías de las que era accionista infinitesimal. Para ella “Monte Grande”, “Soquimich” y “Chilquinta” eran como los nombres de caballos de carrera en los oídos de un apostador novato. “Pero si han estado subiendo”, decía hasta que de repente se desplomaban los precios.

No. Un buen especulador no es un jugador. Si quieren lo dejan en mago. El que es realmente bueno puede corporizar, hacer desaparecer y volar las cosas. Porque en la vida, como en el juego, la banca siempre gana.

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