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Opinión

27 de Septiembre de 2009

¿Por qué Darwin?

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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POR RAFAEL GUMUCIO

La Casa de Piedra y el CEP fueron testigos de un seminario inédito en Chile. Científicos, filósofos, escritores (nada menos que Ian McEwan) discutieron durante una semana el legado de Charles Darwin y su teoría de la evolución de las especies. Un seminario como ése es así una buena noticia que debería ser imitada a la brevedad. De ser rigurosos después de rehabilitar a Darwin lo normal sería hacer lo mismo con los otros dos barbudos: me refiero a Karl Marx y Sigmund Freud. Seguidores polémicos del mismo Darwin, tan audaces, tan fundamentales, tan equivocados, tan transcendentes como él. Sospecho, quizás injustamente, que no recibirán estos el mismo trato que Darwin. No poco de los neodarwinianos de la Casa de Piedra son fervientes anti marxistas y se burlan cada vez que pueden del psicoanálisis. Marx y Freud son aún incómodos, son aún molestos en Casa Piedra, pero también en la Universidad de Chile. Millones de hombres murieron en el nombre de las teorías del primero, otros han sido internados, destruidos, castrados por las investigaciones del segundo. ¿Pero es Darwin más inocente que sus dos colegas? El darwinismo vulgar alimentó parte esencial de las teorías nazis. El darwinismo social, por su parte, probó en la crisis del 29 ser además de cruel, ineficiente.

¿Esos muertos, esos heridos le quitan grandeza a los tres barbones? Sí y no. El vigor intelectual, las verdades que supieron ver sin miedo sigue siendo la misma, pero los muertos hacen de frontera, de límite que no podemos olvidar al encarar las montañas y llanura de su pensamiento. El Libro Negro del Comunismo, y el Libro Negro de la Siquiatría se han vendido como pan caliente. Darwin, que yo sepa, no tiene un libro negro para sí mismo. ¿Por qué Darwin tiene derecho a esa amnistía y no la tienen ni Freud ni Marx? Darwin es el ateo, el destructor de valores que la empresa y la elite aguantan porque el único valor, el único orden con el que no rompió, fue justamente el del mercado. Eso explica que haya pocos darwinianos pobres. Al darwiniano le suele entusiasmar la selección natural porque se siente a sí mismo parte de los esencialmente seleccionados. El darwinismo en su versión vulgar, es un consuelo para millonarios. El marxismo y el freudianismo son justamente lo contrario, una fuente de disturbios, de culpas, de complejidades. Síntoma visible de lo que nos hemos convertido como sociedad, la revolución darwiniana -esa que prueba de manera científica el lema de Quincas Borba “Al vencedor las patas” o la chilena ley de Moraga “el que caga caga”- no sólo no nos horroriza sino que nos acomoda.

Darwin como Marx o como Freud es cruel, frío, amplio, raro, pero le falta lo que a los otros barbones le sobra. Marx y Freud incorporan a su pensamiento la idea de que se puede cambiar la línea trazada por la especie, que se puede sanar al hombre o la sociedad de sus taras, miedos, e injusticia. Marx y Freud odiaban la religión, y despreciaban la idea de Dios, pero incorporaron a su pensamiento el libre albedrío, y la redención. Los métodos que propusieron para lograrlo hoy nos parecen cómicos si no siniestros. A mí me parece aún más cómico y más siniestro evitar, como evita el darwinismo el tema.

El realismo darwiniano olvida que las cosas son lo que son pero también lo que son, lo van a ser y lo que nunca serán. Olvida que la revolución es siempre un error, y muchas veces una suma de horrores, pero la falta de revolución es la muerte segura. El reino de los fuertes supone que hay una sola manera de serlo. El mundo de los elegidos, olvida que todos lo somos. Creer que el génesis es literalmente una descripción de la creación del mundo es tan tonto como pensar que es sólo una leyenda que no cuenta ninguna verdad oculta. Porque las leyendas y saber leerlas es justamente lo que nos ha distinguido del mono. No comprender la Biblia, no lograr ya la exacta distancia intelectual para saber que Adán y Eva no existieron pero existen cada vez que lo leemos, es lo que está empobreciendo el mundo de manera acelerada.

El Chile en que ese seminario se realizó con justificado éxito, es el ejemplo mismo de esta involución intelectual. Un país donde los fuertes, los poderosos, los ricos, quieren que ya no les pregunten cómo y porqué llegaron ahí. Un país donde los poderosos quieren serlo científicamente.

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