Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Nacional

31 de Octubre de 2009

Las perversiones sexuales del cura de Chillán

Por

Por Verónica Torres Salazar • ilustraciones: Leo Camus

La historia de Jorge Baeza es conocida en todo Chillán porque durante los noventa fue el párroco de la clase alta de esa ciudad, un gran orador y el guía espiritual de jóvenes y adultos. Así, logró enamorar a varias señoras, entre ellas, Lucía, la ex esposa de un empresario, con la cual Baeza iba a casarse hasta que ella se enteró que mantenía relaciones sexuales con dos de sus cuatro hijas. Hoy, luego de 13 años y una querella criminal por estupro, las víctimas del cura se atreven a contar lo que pasó pidiendo reserva de sus nombres. La Iglesia nunca las apoyó. Sólo se limitaron a publicar un comunicado de prensa, tal como lo hacen las empresas, donde anunciaban que Baeza había dejado de ser sacerdote.
_____________

“Me encuentro muy arrepentido de lo que pasó, pero puedo indicar que lo sucedido se debió a que pasaba una crisis espiritual muy grande, que no medía las consecuencias de lo que estaba ocurriendo, teniendo conciencia sí que estaba malo lo que hacía, pero mi crisis era demasiado fuerte como para detenerme, por lo que le pido perdón a las personas que dañé con mi actitud irresponsable y espero encontrar a Dios para que me perdone por mis actos indebidos”, dijo hace tres meses Jorge Baeza Ramírez en un tribunal de Los Ángeles.

Por “actitud irresponsable”, Baeza, cura hasta enero de 1996, se refería a la seducción de una mujer y dos de sus hijas, de 15 años.

La confesión del cura está en un proceso ya extinto porque los tribunales consideraron que el delito que se le achacaba al cura, estupro, ya estaba prescrito. Pero si la justicia decidió enterrarla, en Chillán las heridas hechas por Baeza siguen abiertas: familias rotas, jóvenes que van a siquiatras tratando de rehacer sus vidas y el largo silencio de la Iglesia, que dejó que un cura hiciera y deshiciera sin nunca decir nada.

EL CONFESOR

El 20 de marzo de 1996, Jorge Baeza recibió una paliza. Se la dio el ex marido de Lucía, la mujer con la que mantenía una relación de siete años y con la que iba a casarse. Los golpes sin embargo no eran de celos: ese día Lucía y su ex esposo se enteraron que Baeza, cuando todavía era cura, mantenía relaciones sexuales con dos de las cuatro hijas del matrimonio: Consuelo y Andrea, desde que ellas tenían 15 años.

A los golpes, Baeza sólo respondió con un apostólico “Hombre, ¿por qué me pegas?”, que recordó el tono que usaba cuando predicaba en su iglesia. Pero esa tarde la oratoria le sirvió de poco.

Lucía conoció a Baeza en 1989, cuando él oficiaba misa en la capilla San Juan de Dios de Chillán, y era famoso en la ciudad por sus prédicas dominicales. Un gran orador. Por ese entonces, el matrimonio de Lucía andaba mal y el sacerdote la maravilló. Tanto, que llegó a grabar sus prédicas para después transcribirlas a mano.

-Él era muy inteligente, tenía un carisma muy especial. Te hacía sentir importante. Cuando te confesabas con él, sentías que te estaba escuchando -recuerda ella.

Un domingo después de misa, Lucía y su marido invitaron a Baeza a almorzar. Después, el cura le pidió a Lucía que lo llevara a un bautizo porque no tenía auto. Así fue que se hicieron amigos hasta que Baeza le dijo que la amaba.

-Yo me pasaba películas con él, pero no las sentía correspondidas. Un día estábamos en un auto cuando me dijo “hágame el amor”, y yo temblaba, porque me sentía la Magdalena más pecadora con este santo señor -dice Lucía.

Para entonces las hijas de Lucía eran pequeñas: Consuelo tenía 13 años, Andrea 11, Javiera 8 y Francisca 5.

    Capilla San Juan de Dios de Chillán

El matrimonio de Lucía sobrevivió un año. En ese tiempo, Lucía y el cura continuaron viéndose a escondidas. Cuando Lucía quedó sola, su vida empezó a girar en torno al sacerdote y sus dictámenes: dejó de pintarse, de teñirse el pelo; empezó a usar faldas largas, nada ajustado. Baeza le decía que era tan hermosa que no necesitaba eso. Ella le lavaba los pies y su ropa a mano. Todos los lunes iba almorzar a su casa. Sus hijas lo querían tanto que le decían “papi”.

-Él asumió el rol del papá, nos apoyaba en el colegio, conversaba las cosas que nos pasaban. Sabía todo lo que hacíamos y lo que pensábamos, porque además era nuestro confesor -cuenta Consuelo.

Ninguna de las niñas sabía que Baeza además era la pareja de su mamá. Aún cuando en 1991, y Consuelo tenía 15 años, el cura empezó a quedarse a dormir en la casa, pero no en la cama de Lucía, porque dijo que por el bien de las niñas ellas no podían saber la verdad mientras él siguiera siendo sacerdote. Una excusa para meterse en la pieza de las niñas.

El cura dormía en la pieza que compartían Consuelo y Andrea, las hijas mayores. Las dos, además, participaban de un grupo de jóvenes católicos que Baeza lideraba. Fue ahí donde Consuelo supo lo especial que era para “el papi”.

-Él me transformó en una de las regalonas del grupo. Ahí mi opinión era más importante que la del resto, él me hacía sentir así -dice Consuelo.

En la casa, Consuelo también era su favorita. La llamaba “mi primogénita”.

-Se iba a ver tele a mi pieza. Hasta que una vez me rozó un pecho y después empezó a tocarme más intenso por debajo de la ropa, y acariciarme y después de un mes tuvo relaciones conmigo. Siempre escondido -recuerda Consuelo.

Un domingo antes de misa, Consuelo fue a confesarse con él para que le explicara “esas cosas” que hacían en la noche.

-Él me dijo “este no es el minuto, vamos a entrar a misa, pero quiero que sepas que las cosas que pasan ocurren porque estoy enamorado de ti”. Yo quedé plop y después de eso pensé que era algo malo, que no era sano. Me sentía pésimo, pero estaba presa. No sé si me estaba enamorando o embaucando, pero guardé el secreto hasta que llegué a la universidad.

“MÁS FUERTE QUE YO”

En 1993, cuando Andrea cumplió 15 años, el cura empezó a hacerle lo mismo que a su hermana.

-La primera vez que me tocó, desperté. Yo tenía un altar en mi pieza y lo miraba y decía “esto es un sueño, diosito ayúdame a despertar”. Pero al día siguiente, cuando me duché, tenía petequias en las pechugas, como los capilares rotos, porque me había chupado la pechuga tan fuerte que yo me refregaba tratando de sacarme las manchitas, pero no podía. De ahí comenzó a hacerlo más seguido, pero nunca tanto como con mi hermana.

Andrea también habló de esto con Baeza durante una confesión, pero él le dijo “esto es rico, es el cuerpo que Dios nos dio y yo pensaba “él me quiere como una hija, entonces, capaz que sea normal que los papás hagan esto”. Pero sabía que no era así, que él sólo buscaba una justificación”, dice Andrea.

Mientras tanto, la relación de Baeza con Lucía se consolidaba.

Fue en la navidad del ‘95 cuando las cosas se precipitaron. Lucía y el cura le contaron a sus hijas que tenían una relación y que él dejaría el sacerdocio porque iban a casarse.

El cura le había prometido lo mismo a Consuelo y por eso ella se puso a llorar. Su madre quiso saber qué le pasaba, pero Consuelo no le contestó. Sí le preguntó al cura si estaba enamorado de Lucía y él no le quiso responder. Lucía se extrañó.

-Ahí la cosa me pareció muy extraña, porque si ya estaba todo el mundo sabiendo de nosotros ¿por qué no podía responder? -explica Lucía.

Para entonces, Consuelo había entrado a la universidad en otra ciudad y veía menos a Baeza. La lejanía con el cura le sirvió pero él de todos modos no la dejaba escaparse. “Conocí un mundo distinto y reforcé todo lo que pensaba: que esto estaba muy mal. Quería salir, conocer gente, pero él no me dejaba hacer mi vida: empezó a mandarme cartas todos los días, telegramas, me decía que me amaba, terminé ahogada”.

Baeza en esos días cometió un error. Nadie sabe por qué, pero le contó a una amiga de Consuelo, que también participaba en su grupo católico, que tenía una relación con la joven. Fue gracias a esa amiga que Consuelo se enteró que en el grupo había otras tres chicas a las que el cura había seducido.

-Ahí fue la primera vez que tuve fuerza para decir lo que estaba pasando. Le dije a mi mamá que tenía una relación con él desde los 15 años. Ella casi se murió, pero me abrazó y me dijo que me quería -dice Consuelo.

El golpe fue duro. Andrea también contó su secreto. La madre y las dos hijas en poco tiempo se enteraron que además de las adolescentes Baeza tenía relaciones con tres adultas, todas esposas de empresarios conocidos de Chillán. Luego vino el día de la paliza al cura.

La familia, pese a la terrible verdad, decidió no denunciar al cura para no exponer a sus hijas. Recién el año pasado Consuelo, hoy de 33 años, presentó una querella contra Baeza por estupro. Pero el proceso quedó en nada: hace tres meses Baeza fue sobreseído definitivamente.

En el proceso, Baeza declaró dos veces. Primero, con la policía y luego en un juzgado de Los Ángeles. Lo hizo acompañado de su abogado, Eric Chávez, y nunca negó su relación con Lucía ni lo que hizo con las niñas mientras era sacerdote. Al revés, intentó culpar a la madre de las niñas:

-Puedo indicar que mantuve relaciones sexuales con Andrea en muy pocas ocasiones, en las mismas circunstancias que mantuve con Consuelo, ya que Lucía me pedía que cuando me quedaba en su casa me acostara con sus hijas, por ello, con Andrea fue lo mismo, ya que una vez estando acostados comenzamos a tocar nuestros cuerpos por encima de la ropa para después con el tiempo mantener relaciones sexuales de mutuo acuerdo. Nunca me objetó que estaba malo lo que estaba ocurriendo y esto no perduró en el tiempo. Yo no tenía ningún interés que esto durara, ya que a veces me daba cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero no podía decir basta, esto era más fuerte que yo.

EL PAPI

Durante el tiempo que Baeza estuvo con Lucía y sus hijas, evitaba hablar de sí mismo. En siete años, Lucía sólo supo que él jamás había pololeado, que su padre era médico y su madre, una dama que frecuentaba a los monjes benedictinos. Pero todo era una fábula.

El propio sobrino del cura, César Reyes Baeza, es el que desmiente los sueños de Baeza. Según Reyes, locutor de radio en Yungay, “nuestra familia ni siquiera alcanzaba para clase media”.

El sobrino cuenta que la familia del sacerdote vivía en la población Eugenio Araneda de Chillán, que quedaba al frente de un prostíbulo famoso, “Las Tinajas”. Baeza era el menor de 6 hermanos, “el que más sobresalió”. El sobrino tampoco se explica la vocación del tío, que si bien era católico “tuvo una juventud muy normal, con varias pololas”.

En 1982, dice el sobrino, cuando Baeza se ordenó sacerdote, él fue el único familiar que lo acompañó.

-Él dijo que no tenía más familia que yo porque me da la impresión que se avergonzaba de los orígenes. Sólo se entendía conmigo. Me pagaba los estudios, me compraba ropa, me inculcaba que en vez de decir “nadien” dijera “nadie” -recuerda César.

Según Reyes, Baeza vestía muy elegante. “No era como el curita de la pobreza franciscana, él se movía en muy buenos vehículos. Muchas veces vino a mi casa con la esposa del dueño de la Casa Rabié. Siempre andaba acompañado de gente de alta alcurnia; porque a la Capilla San Juan de Dios iba la gente acomodada”, dice.

En la capilla Baeza además era guía espiritual de los jóvenes y con ellos formó cuatro grupos cristianos, que funcionaban por separado y que bautizó con nombres bíblicos: Horeb, Genezaret, Emaús y Alianza. Los jóvenes lo llamaban “papi” y se reunían con él los domingos en la tarde. Preparaban las canciones para el coro, rezaban de rodillas por horas, limpiaban los candelabros de la capilla, y la oficina de Baeza. Y también seguían sus reglas: no pololear entre ellos, confesarse seguido (pero sólo con él) y jamás comentar lo que pasaba en el grupo ni menos en los campamentos de verano, que realizaban a las afueras de Chillán, en algún terreno de la Iglesia, o en el campo de alguna de las fieles adineradas de Baeza. El único adulto a cargo era Baeza, secundado por la líder de todos los grupos, una joven llamada Sandra.

Los grupos hacían “campamentos de silencio”. Carolina Abello, que en ese entonces tenía 15 años, participó en Emaús, y recuerda los vía crucis nocturnos escuchando canto gregoriano. “Nos hacía caminar descalzos llevando al hombro una cruz hecha de troncos”, dice.

César Peña, otro miembro de Emaús, recuerda que a veces Baeza les ordenaba cavar una fosa en la tierra en la que pasaban las noches recostados, “reflexionando sobre nuestros pecados y las cosas que queríamos enterrar ahí”.

-Estábamos ciegos, éramos las ovejas de Baeza. Él nos sedujo con su oratoria, porque todos éramos jóvenes carenciados de afecto y él manejaba mucho ese tema -dice Claudia Barrantes, ex miembro de Horeb.

Milady Sepúlveda, miembro de Alianza, concuerda con Claudia: “Era tal el convencimiento que si el tipo se compraba un campo y nos llevaba a todos para allá, armábamos una secta”. El sacerdote controlaba todos los aspectos de sus vidas, desde los pololeos hasta los libros y la música que escuchaban.

A Milady Sepúlveda le tocó soportar la ira del cura una vez que, con un amigo del mismo grupo, fue a ver a Silvio Rodríguez.

-Nos apuntó con el dedo, nos dejó como pecadores delante de todos porque íbamos a ver a alguien que apoyaba la revolución. Era así: te tiraba al suelo y después te levantaba -recuerda Milady.

Esas actitudes hicieron que César Peña dejara de confesarse con Baeza, aún cuando él era uno de los líderes de su grupo. La distancia que Peña tomó del sacerdote le sirvió para entender que uno de los pilares del poder del cura eran los secretos de confesión de cada uno, que después usaba para debilitarlos frente a los otros.

No fue el único secreto que Peña le conoció al cura. En 1996 se enteró de todo.

-Una amiga me contó que Baeza tenía una relación con Susana, que era una integrante del grupo. Pensé que era posible y me bastó eso para darme cuenta de lo que estaba haciendo -dice.

Para entonces, recuerda Peña, Sandra, la líder de todos los grupos, había renunciado porque tenía problemas con Baeza. Al tiempo se enteró que ella también mantenía una relación con el cura. A esas alturas, César y otros ya sabían “que Baeza tenía relación con 4 mujeres del grupo”. Entonces vino la bomba de la casa de Consuelo.

-Fue doloroso lo que pasó con nosotros. Darte cuenta que tus amigas fueron abusadas, de que Baeza rompió familias, separó matrimonios, y le causó un daño a la gente que veía en él una figura paterna. No considero que sea un enfermo, pero tiene un problema grave de mitomanía, quizás causado por un complejo de inferioridad, quizás el tipo vio en el sacerdocio una vía de progreso social y cuando tuvo poder abusó -reflexiona César.

EL INVENTO DEL HOMBRE

Apenas supo que Baeza había mantenido relaciones sexuales con sus hijas, Lucía partió a denunciarlo frente al entonces obispo de Chillán, Alberto Jara Franzoy. Se encontró con un muro.

-Yo esperaba que me preguntara si podía hacer algo por mis hijas, pero él me dijo que lo lamentaba mucho, que este tipo ya no era sacerdote y que debía haber hablado con él antes -recuerda Lucía.

Baeza había dejado de ser cura el 24 de enero de 1996, dos meses antes que todo explotara. Sin embargo, hasta el día de hoy Lucía y sus hijas, además de la mayoría de los ex integrantes del grupo, creen que sus conductas no pasaron inadvertidas para sus superiores. Sobre todo porque en marzo de 1994 Baeza fue enviado a estudiar a Colombia, al Instituto de Teología y Pastoral para América Latina (Itepal) y, luego, a su regreso lo nombraron párroco de San Gregorio, un pueblo cercano a Chillán; hasta que meses después fue remitido a Santiago donde compartió casa con el ex sacerdote José Luis Artiagoitía, mejor conocido como “Cura Jolo”, uno de los protagonistas del escándalo del caso Spiniak.

Aunque parezca raro, la única reacción que provocó la denuncia de Lucía en el obispo fue un aviso que se publicó el 25 de marzo de ese 1996 en La Discusión, el diario local. Es del tipo que usan las empresas para anunciarle a proveedores y otros que alguien ya no trabaja con ellos. Dice así:

“Se cumple con el deber de informar a los fieles de la Diócesis local, que el Pbro. Jorge Baeza ha dejado el estado sacerdotal, a partir del 24 de enero recién pasado. Ha sido, por lo tanto, privado del ejercicio de sus funciones sacerdotales (…) Queremos acompañar con nuestra comprensión a las personas o grupos que, habiendo tenido especial cercanía con el afectado, puedan sentirse sorprendidas o defraudadas por esta lamentable situación”.

Nunca quedó claro si Baeza dejó el sacerdocio o lo expulsaron. Consultado por The Clinic, el ex obispo Alberto Jara Franzoy dijo escuetamente que Baeza se había retirado y que mucho después supo lo demás. Sin embargo, el propio Baeza dejó en claro que sus jefes sabían de sus andanzas cuando ratificó su primera declaración ante tribunales:

-En el año 1996, creo que en el mes de enero, cuando el obispo de la Diócesis de Chillán en esa época Don Alberto Jara Franzoy, fue informado sobre los comentarios que circulaban en mi contra, por lo cual, no tuve más remedio que confesarle lo que había ocurrido indicándole además que me encontraba muy arrepentido por lo que había hecho, diciéndome que dejara el sacerdocio, separándome de la Iglesia.

En esa declaración Baeza además se justificó con una crisis emocional que arrastraba desde el tercer año de seminario, cuando le comunicaron que su madre había muerto.

-Yo me cuestionaba el hecho que estuviera entregándole mi vida a Dios y él me quitaba la vida de mi madre, por lo que está crisis nunca la pude superar. Y es el caso de por qué la llegada de Lucía a mi vida fue muy importante, ya que en ella me refugié naciendo un sentimiento mutuo de amor, y por ello comenzamos a tener una relación de pareja sin que nadie se enterara.

No sólo Lucía le pidió explicaciones a la Iglesia. Otros miembros del grupo, encabezados por César Peña, se contactaron con el sacerdote español José Luis Ysern, que venía llegando de Salamanca, luego de haber hecho un doctorado en psicología.

-Me acuerdo que les dije a estos jóvenes que a pesar del impacto que les había causado la salida de Baeza y lo que habían sabido de él, tampoco dejaran de reconocer lo bueno que habían recibido de Jorge porque, indudablemente, hizo cosas muy buenas: tuvo grupos muy activos dentro de la pastoral y eso hay reconocerlo, una cosa no quita la otra -recuerda Ysern, actual director de la Escuela de Psicología de la Universidad del Bío-Bío.

Hoy, Lucía y sus hijas ya no creen en la Iglesia. Andrea, la segunda, intentó seguir siendo católica, pero las ganas se le derrumbaron cuando vio la película “El Crimen del Padre Amaro”.

-Dije “esta hueá pasaba desde 1800” y de ahí, chao. Ahora pienso que la Iglesia es una mierda, que es un invento del hombre, que los curas son todos unos huevones turbios, porque para pensar en ser célibe toda tu vida tenís que tener una teja corrida.

UN POLLUELO

Cuando Baeza lo perdió todo en 1996, recurrió a su sobrino César Reyes, que se lo llevó a Yungay, donde él es locutor radial.

-Mi tío me comentó que tenía problemas, que le prestara ayuda, albergue. Lo hice, pero después, con el grado de inteligencia que él tiene, comenzó a desenvolverse solo -cuenta Reyes.

Baeza hizo amistad con el entonces concejal DC Luis Cárdenas y le ofreció asesorarlo en su campaña para alcalde. “Se convirtió en el jefe de campaña, en el ideólogo político y lograron ganar”, dice Reyes orgulloso.

Cárdenas además era dueño de la radio “Estefanía”, donde Baeza trabajó hasta que -según su sobrino- tuvieron diferencias económicas.

Antes de eso, el cura volvió a cruzarse en la vida de Consuelo. Fue una casualidad: una de las hijas de Cárdenas era su amiga y así se enteró que el cura trabajaba en la radio. Consuelo habló con su siquiatra y éste le recomendó encarar a Baeza. Ella lo llamó por teléfono pero se encontró con una sorpresa.

-Me dijo ‘oh, Consuelo, me muero por verte, juntémonos’. Pero entonces le dije ‘viejo culeado, te voy a perseguir hasta que te mueras’. Pero él sólo me decía ‘¿por qué me estás diciendo esto?’. Ni siquiera cortaba -recuerda.

Después de eso nadie supo de Baeza hasta el año pasado, cuando una de las hermanas menores de Consuelo se lo encontró en el supermercado. El ex cura andaba con una mujer y dos niños. No lo encararon pero sí lo rastrearon en Google y se enteraron que participaba en Los Ángeles en un grupo católico perteneciente al movimiento de Schöenstatt llamado “Los Madrugadores”, integrado sólo por hombres -de todas las edades- que se reúnen a rezar los sábados a las 7 de la mañana.

La sola idea que Baeza pudiera repetir sus antiguas conductas las desesperó. Consuelo decidió demandarlo y con otra integrante del grupo Horeb, lo funaron en Facebook. Subieron una foto suya y escribieron “éste es un chanta teológico CON EL DON DE LA ORATORIA Y EL CONOCIMIENTO LITÚRGICO Y ECLESIAL… LA IGLESIA DE LA VIII REGIÓN LO CONOCE… Y ABUSÓ SEXUALMENTE DE VARIAS JÓVENES Y AHORA SIGUE PARTICIPANDO EN “GRUPOS DE ORACIÓN””.

Los medios regionales se interesaron por el caso y Consuelo y sus hermanas contaron la historia siempre pidiendo resguardo de su identidad, como en este artículo.

En todo ese tiempo, Baeza había estado viviendo en Huepil, un pueblo cercano a Los Ángeles, donde tenía un negocio de fotocopias. Además, se había casado con una mujer varios años menor, con la que tenía dos hijos, que hoy tienen 10 y 9 años. Los fines de semana participaba en Los Madrugadores, donde sólo sabían de su pasado como sacerdote. Julio Beltrán, miembro del grupo, cuenta que Baeza los impresionaba con su oratoria.

-Él se destacó en un encuentro internacional que tuvimos, donde contó la historia de un polluelo que se había caído del árbol y luego lo recogieron y lo criaron, pero el polluelo tenía sus propias actitudes… Hacía una comparación entre el polluelo con el hombre, cosas bien bonitas -dice Beltrán.

El 7 de julio a Baeza se le cayó su nueva vida con una breve nota que publicó Las Últimas Noticias con su foto, contando la polémica que había en Facebook. Beltrán no volvió a verlo, aunque supo que su casa y el negocio en Huepil estaban cerrados.

Hoy, su sobrino y su abogado dicen desconocer dónde está Baeza. Sin embargo, Julio -de Los Madrugadores- dice que le han contado que podría estar en Argentina.

Sin presión judicial ni condena de sus antiguos superiores en la Iglesia, Baeza puede desaparecer. Y esa es la gran pena de Consuelo, quien con los años ha intentado rearmar su vida. Terminó su carrera, se puso a pololear. Pero el cura todavía le pesa. A veces regresa en pesadillas: “sueño que vuelve y me cuesta vivir el día a día; me imagino qué sería de mi vida si no hubiera pasado esto”.

Notas relacionadas