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Cultura

3 de Noviembre de 2009

Jingles presidenciales, canciones huecas

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POR JUAN PABLO ABALO
La historia de la música está llena de citas, de homenajes. Compositores y tradiciones diversas han tomado prestadas melodías o pasajes ya existentes para transformarlos y reconvertirlos en obras propias. Bach lo hizo con sus preludios, alimentados por melodías populares; Violeta Parra e Igor Stravinsky tomaron del mundo folclórico un buen número de melodías que –transmutadas–hicieron suya. Sin embargo, hay casos en los que este accionar no es sino un simple y elemental rateo. En ese terreno se mueven los jingles, dice el musicólogo mexicano Armando Tabuco, pues este formato publicitario es probablemente una de las músicas más engañapichangas que existen.

Los jingles chilenos no son la excepción; al contrario, suelen no ser otra cosa que la copia más o menos exacta y evidente (esa es la política con que los encargan) de músicas idealmente de moda (un caso evidente es el jingle “Arráncame la vida”, de la teleserie “Sin anestesia”, cuyas similitudes con la canción “I Kissed a girl”, de Katy Perry, son audibles hasta para un sordo). Aunque también la copia puede retrotraerse a los viejos éxitos: copiar a los Beatles, Edith Piaf o el Bolero de Ravel resulta siempre óptimo para producir esa particular sensibilidad televisiva. Todo esto, dicen, tiene una explicación: las productoras no quieren pagar derechos y prefieren –por cuatro chauchas– encargarle al músico de turno que copie alguna canción ya probada en el mercado, cambiando un par de notitas por aquí, uno que otro acorde por allá y/o modificando las líneas de acompañamiento, para así zafar de posibles demandas.

Hay también los jingles de campaña política, que, menos propensos a parecerse demasiado a una canción existente (seguramente por el temor a ser masivamente descubiertos y perder votos por tal torpeza), no engañan por medio de la música como por medio del discurso, por lo general pura chapucería sobre cambios profundos para una vida más feliz.

El himno oficial de la campaña presidencial de Piñera (que, como el de Meo y Frei, puede verse en su web) fue controversial por la utilización de quenas y zampoñas, pero ese no es el problema: esos y otros instrumentos no son patrimonio de nadie. El problema es la chilenidad caudillista, relamida y pulcra del jingle, sobrepoblada de lugares comunes, como los ritmos usados en las fiestas de La Tirana y puestos acá bajo imágenes de paquete turístico, y acompañados por frases como: “Un Chile así creciendo fuerte / comienza a asomar un Chile así / con entrega y pasión / y una estrella su ilusión / un Chile así se va a iluminar”. Hay que mencionar, además, la triquiñuela de invertir la melodía de “Lejos del amor”, de Illapu, que aparece de entradita.

El jingle de ME-O, por su parte, no se parece demasiado a ninguna canción (aunque en el fondo es igual de malo que todos los jingles que se hacen para campañas o series adolecentes). El jingle meísta no presenta rasgos musicalmente interesantes y está acompañado por imágenes que sólo proyectan, hasta el cansancio, la cara de ME-O, al son de: “Marco por ti / un nuevo Chile es posible / Hazlo por ti, hazlo por mí / Marco Marco por ti”. Por último, el jingle de Frei intenta por todos lados acercarse al indiscutiblemente buen jingle que se hizo para la franja del NO, copiando el arranque con voces solas y palmas de éste, lo que mantenía en gran tensión al espectador, hasta que entraban los instrumentos y sacaplaf. Pero ahora, en cambio, todo eso suena medio desinflado, y no emociona ni un milímetro.

Y es que para los candidatos, los jingles son solo una formalidad con la que hay que cumplir para empatarse con el del lado, pero nunca un elemento que pueda atraer y hacer suyos a nuevos votantes: canciones huecas que nada importan y nada cambian. Tal vez por lo mismo es que Arrate se ausentó, tal como lo hizo de un reality y de CQC, de tal automatismo musical (no hubo caso de encontrar su jingle, canción oficial o algo que se le parezca. Bien por él).

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