Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

9 de Noviembre de 2009

“Primeras damas”

Alfredo Jocelyn Holt
Alfredo Jocelyn Holt
Por


POR ALFREDO JOCELYN-HOLT
___________
A primera vista, el tema –las señoras de los presidentes o de los candidatos a presidente– es de revista de peluquería. Es sexista y farandulero. Sorprende que después de haber elegido a Bachelet a la presidencia en vez de preguntarnos acerca de la relación del poder con la mujeres, de la bajísima presencia femenina en el Congreso, y por qué las mujeres siguen percibiendo ingresos comparativamente más bajos en todo orden de cosas, estemos preocupados de cómo Cecilia Morel administra su economía doméstica en tiempos de crisis (aunque su respuesta fue reveladora), o bien, indagando sobre qué tan buena o mala “química” existe entre las cónyuges de los presidenciables. Preocupaciones de esa índole le dan la razón a Diamela Eltit cuando afirma que se trata de una figura “anacrónica e indigna”. Sin ir más lejos, en su caso (una de nuestras intelectuales más sobresalientes), el papel de apéndice o costilla desprendida cobra ribetes absurdos. “En política yo me comprometo con opciones [apoya a Arrate] y no con maridos”, ha precisado.

El asunto, sin embargo, es porfiado. Bachelet podrá no tener a su lado un “primer damo” o “significant other” (los yanquis son muy imaginativos con sus siutiquerías), pero igual tiene “mamá”, y ese dato no ha pasado desapercibido para el Gobierno ni el Comando Frei. A juzgar por cómo la presentan, de ella poco menos que depende el “traspaso” del apoyo de La Moneda para salvar a la Concertación y al candidato en caída libre (“Frei es el continuador de mi hija”, afirma doña Ángela). Karen Doggenweiler, por su parte, ha sido objeto de presiones, dada su doble calidad de figura de televisión y mujer casada con Marco Enríquez; no está claro si fue porque, además de esa extra-cobertura y visibilidad que le daba a ME-O, ella al parecer “se las trae” políticamente por sí sola. ¿Es que ese es el peligro? ¿Por eso la quieren encasillar inocuamente al igual que las señoras Morel y Larraechea? Estas dos, especialmente la última (experiencia no le falta), perfectas en su papel “clásico” o convencional.

Factores simbólicos (¿y qué más simbólico que este asunto?) siempre han sido significativos en las elecciones. La Presidencia de la República es un derivado quiltro de las monarquías. Que se le proyecten muchas de sus cualidades y comportamientos no constituye novedad alguna. En Chile hemos tenido cuatro hijos de presidentes que han accedido al puesto (Frei, de repetirse el plato, sería el “quinto”) y existe una serie de otras conexiones que vuelven incluso más endogámica y dinástica a la institución. Casos de mujeres poderosas que se perfilan como herederas políticas de sus maridos (suerte de “regentas”) no es algo exótico; en Argentina vienen practicando esta modalidad desde hace rato. La sucesión de viudas en ciertos cargos electivos es también una socorrida práctica. Por último, que en EEUU o en Francia, no así en países con regímenes parlamentarios, se recurra al expediente publicitario “popular” de la mujer que acompaña “de la mano” al mandatario (la Bruni no lo puede hacer mejor), confirma el punto.

Parecieran haber, incluso, otras proyecciones simbólicas en juego. No se ha investigado suficientemente pero la dictadura militar promovió una imagen prototípica de mujer –asistencial (“damas de rojo”), fiel y sumisa— muy de acuerdo a patrones de comportamiento corporativo de señoras de oficiales. Fueron ellas –cuenta la leyenda— quienes le pidieron a sus maridos que se pusieran los pantalones durante los postreros días de la Unidad Popular, ergo, sin ellas la historia habría sido distinta. Suele decirse que Pinochet ronda aún en el subconsciente nacional; y ¿Lucía Hiriart, no?

Lo que es la señora Bachelet es un atado de símbolos, cual de todos más equívocos (muy propio del capital simbólico). Madre soltera, víctima de la dictadura, doctora de niños, primera mujer presidenta, ella misma su “primera dama” como también “La Hija del General”, “hija de su mamá” (la acompañó voluntariamente en su exilio en la RDA), una “madre” para Chile, y últimamente, una suerte de “Virgen del Carmen” (ha sostenido Rafael Gumucio Rivas) en ascenso estratosférico permanente: reina y no gobierna, de ahí que esté más allá del bien y del mal, las encuestas en eso no mienten. Quien descifre ese nudo hermenéutico se anotará un poroto seguro.

Pretender, además, que la compañía femenina de los gobernantes de turno, en especial de los presidentes, sea un puro accesorio, minimiza la larvada historia de cómo las mujeres han accedido meritoriamente o no a fuentes de poder, los castigos que han recibido por ello, y cómo su ausencia, incluso, suele suplirse. ¿Si O´Higgins no hubiese tenido el pasado “huacho paterno” que tuvo y que, en su vida personal repitió, importarían tanto su madre y hermana, ambas anodinas? La obsesión y reticencia pudorosa, paradójicamente concomitante para con los amoríos de muchos primeros mandatarios, hace pensar, de nuevo, en el parangón monárquico: la presidencia de la república supone códigos de conducta virtuosa estrictos, pero también pareciera ser que no se concibe a un hombre en el poder (el poder es, de por sí, licencioso) sin su debida satisfacción sexual.

Es más, a menudo los “vacíos” de poder que circunstancialmente se producen (los presidentes enfermos, Woodrow Wilson y Pedro Montt por ejemplo) generan especulaciones de toda índole que recaen en su entorno familiar inmediato. Las cosas que se han dicho de Sara del Campo, la mujer de Pedro Montt, por Vicuña Fuentes y Gonzalo Vial (¿cuánto de ello chisme o mala leche?, ¿cuánto, verdad?), refuerzan la sospecha que esta “institución apéndice”, la de la “primera dama”, es mucho menos insignificante de lo que se cree. Lo que pasa es que sabemos poco al respecto. Tratándose de mujeres, además, el asunto es doblemente oscuro. La imagen de mujeres cercanas al poder o “detrás del trono” produce curiosos efectos porque se supone que no deben poseer poder alguno cualesquiera sean las circunstancias envueltas. Un supuesto absurdo que, sin embargo, “corregimos” ya sea demonizando a mujeres en dichos escenarios, o bien, albergando la sospecha (no del todo infundada aunque vulgar) que ni el presumiblemente más invulnerable de los hombres está del todo solo.

Debiéramos, quizás, aprender de la crítica que se les hiciera a las monarquías absolutas en su momento. Crítica en gran parte –recordemos– al desmesurado poder que podían llegar a esgrimir “validos”, consortes o cortesanas. Por eso el parlamentarismo posterior objetó el personalismo que rodeara a la Corona, y de ello surgió la solución sensata que las señoras de los primeros ministros importaran cero.
El parlamentarismo hizo otras cosas que también merecen atención: dictó constituciones que aseguraban la separación de poderes y una responsabilidad política periódica (en consecuencia los cónyuges no tienen mucho tiempo para figurar).

Pero no, a nosotros nos “gusta” este esquema autoritario paternalista (matriarcal oculto). Concebimos nuestra sociedad peregrinamente como “una gran familia” presidida por “papás”, “mamás”, “papá y mamá”, “hijos de”, “señora de”, “la otra mujer”, un esquema con resonancias infantiles subconscientes profundas, como si fuera un cuento, una fábula que, igual, encubre complicadas motivaciones (no hay nada más complejo que una fábula infantil) sin que se repare en las irracionalidades, algunas idiotas, en que incurrimos. Nada, por supuesto, que se “descubra” o “devele” en un reportaje periodístico al abordar estos temas. Nunca en los reportajes de revistas de peluquería o sus equivalentes en libro. A propósito, el libro de André Jouffé, “Primeras Damas” (1999) –ojo, escrito cuando era agregado cultural en París durante los primeros gobiernos concertacionistas–, es pésimo. Pierden el tiempo leyéndolo. Recomiendo, en cambio, la biografía de Antonia Fraser, “Marie Antoinette” (2001); es insuperable. La de Stefan Zweig sobre el mismo tema no lo hace nada mal tampoco.

Notas relacionadas