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Opinión

13 de Noviembre de 2009

Me dijeron

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

POR PATRICIO FERNÁNDEZ (*)

Es martes, el día está caluroso y abochornado y, según dicen, mañana entregarán los datos de la encuesta CEP. Cuando esta edición llegue a la calle, todos los análisis políticos arrancarán de sus porcentajes, como las luces arrancan de una ampolleta. Anoche fue el debate, pero yo preferí salir de copas. Las conversaciones de esta mañana apenas dieron para breves comentarios sobre el tema. Se repetía que Arrate era un caballero y que había estado simpático y suelto. Es un hecho que le sube el pelo a estos programas de televisión. Introduce ideas con temperatura de diálogo en vez de listas de medidas y sentencias y monólogos ensayados. Sin Arrate, faltaría el humanismo en estos encuentros. Pero, como sucede en la literatura, lo que le gusta a los críticos no es lo que la gente compra, y por muy celebrado que sea, este candidato no huele a peligro. (Lo de seguir defendiendo a Fidel convengamos que fue una tontería con ribetes de crueldad.) Aunque algunos opinaran que Marco estuvo mal y otros lo pusieran entre los ganadores, no sorprendió. Nadie repitió una frase suya. Comienza a instalarse la convicción de que no pasará a segunda vuelta y de que sus tiempos de gloria tienen los días contados. Dos anécdotas fueron las más recordadas, independientemente si para festejarlas o condenarlas: cuando Frei reclamó, sin demasiada gracia, en contra de la chacota y la farándula en la que estaba cayendo el debate presidencial, y cuando Piñera acusó a Marco de malas pulgas, de andar demasiado enojado y encontrándolo todo terrible, intervención que, según un amigo, Piñera soltó a destiempo, porque hasta ese minuto Marco se había mostrado de lo más apacible. Parece que a Frei no le gustaron los coqueteos con las primeras damas, esto de andarlas piropeando a tiro de escopeta, ni buscar lo que cada participante le envidiaba al vecino. A mí me sorprendió que ninguno le envidiara la plata a Sebastián. Algunos dijeron que Frei estuvo insoportable y otros que había dejado en claro su mayor estatura recurriendo a la gravedad. Me contaron que propuso hacer una fiesta o un malón en lugar de seguir hablando huevadas y, a los freístas, la escena les fascinó. Es raro comentar un debate de oídas, pero no por eso menos relevante. A las finales, la realidad es en gran medida el cuento que contamos de ella. Unánimemente, todos consideraron que había estado entretenido, más que el anterior. Gustó el formato. Lo vio, sin embargo, mucho menos gente. Compartió el cuarto lugar en el raiting a esa hora con un programa de Chilevisión. De seguro lo esperaron exclusivamente votantes convencidos, así como se aguarda un partido de fútbol. ¿O acaso muchos van al estadio para estudiar los movimientos de los jugadores? No creo que sea desinterés por la política, sino más bien la sensación de que nada nuevo acontecerá ahí. La entrevista a Rocío Zamorano, la hija de la Quintrala, tiene mucha mayor tensión dramática. Huele a teatro griego. Su madre, la asesina intelectual de Diego Smith-Hoebel, se supone que también mató a su padre… homosexual, como si fuera poco. Una especie de ¿Dónde está Elisa? con personajes reales, y dramas sicológicos tanto o más violentos que el crimen. Le preguntaron a Rocío qué pensaría si su madre salía libre, pero prefirió no imaginárselo. La sola idea la aterraba. Todo indica que la rucia de Seminario con Rancagua era una mala de película, mientras que las elecciones, por momentos, pierden la tensión, como una mala película.
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* Este texto corresponde a la editorial publicada ayer jueves en The Clinic, edición de papel.

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