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LA CALLE

28 de Noviembre de 2009

La historia del cartonero sepultado bajo toneladas de basura

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POR CLAUDIO PIZARRO • FOTO: ALEJANDRO OLIVARES

Hace dos años Víctor Zúñiga desapareció en el vertedero El Molle, de Valparaíso, en extrañas circunstancias. La fiscalía presume que todavía está ahí y formalizó por cuasi delito de homicidio al operador de una máquina removedora de desperdicios. La familia del cartonero está desesperada y espera la última faena de búsqueda para darle una digna sepultura. Si es que lo encuentran.

A medida que Margot Zúñiga avanza por un estrecho sendero de tierra se desprende lentamente de un puñado de claveles y los deja caer, uno tras otro, dejando a su paso una estela de flores rojas. Cada vez que viene a este lugar realiza el mismo rito. Pero hoy tiene un significado distinto. Su hermano Víctor está de cumpleaños y ella lo viene a “visitar”. Hace más de dos años que no sabe nada de él. Pero está convencida que está aquí, en algún remoto lugar de este inmenso predio.

-Este es el camino que Victorcito recorría todos los días -dice y se muerde el labio para no llorar.
Continúa su camino, como poseída por un imán. Innumerables bandadas de pájaros revolotean en el cielo. Es señal inequívoca que está a punto de llegar. El sendero de pronto se abre y aparece el vertedero El Molle de Valparaíso. Margot apunta a un cerro de basura en el horizonte y exclama: “¡Ahí está, esa es la horrible tumba de Víctor!”.

A lo lejos se aprecia el movimiento de las máquinas, el ingreso incesante de camiones y el trajín de una treintena de hombres que escarban en los desperdicios en busca de latas, metales y papeles. Víctor Zúñiga era uno de ellos. La última vez que se lo vio con vida fue precisamente aquí, el cinco de julio de 2007. Testigos cuentan que lo vieron llegar ebrio, que discutió con un colega por un saco de residuos y que alrededor de las doce de la noche desapareció sin dejar huellas.

-Estaba como a diez metros mío, después la maquina retrocedió y ya no lo vi más, ahí comencé a buscarlo y encontré su mochila -declaró a la policía Luis Muñoz, un recolector que lo vio aquella noche.

A Margot Zúñiga nadie le saca de la cabeza que su hermano está sepultado en el vertedero, bajo miles de toneladas de basura. La investigación también apunta hacia allá. Mario Ramírez Beissa, el conductor de la máquina que supuestamente atropelló a su hermano, fue formalizado en julio pasado por cuasi delito de homicidio. Pero ya han pasado más de dos años y, tras dos operativos de búsqueda, no han podido encontrar el cadáver del cartonero. Es por eso que Margot se ha dedicado a explorar por su cuenta cada rincón del basural.

-A veces me encontraba un zapato negro y me ponía a escarbar desesperada, hundiéndome hasta las rodillas, buscando con palos entre las bolsas, varias veces pensé tirarme debajo de una máquina -confiesa.

Margot no disimula su pena. Cada vez que ve un camión recolector de basura, dice, le dan ganas de vomitar. Está destrozada. Su única meta en la vida es encontrar a Víctor y darle una digna sepultura. “Lo único que deseo es rescatar aunque sea un trozo de mi hermano, uno o dos huesos, para sentirlo cerca y en un lugar limpio”, dice. Luego respira hondo, se toma la cabeza y suspira: “Ya no aguanto más, me estoy volviendo loca”.

EL VULCA

Antes de transformarse en cartonero, Víctor Zúñiga trabajó de vulcanizador en el centro de Valparaíso. Empezó como empleado de un local y luego instaló un taller propio en avenida Colón. Fue en esa época, a principio de los noventa, que conoció a Gabriela Escobar, una garzona de un restorán que luego se transformaría en su pareja.

-Era muy servicial, buena persona, pero muy bueno para el trago, así que le dije si quería tener algo serio conmigo tenía que dejar de tomar- cuenta Gabriela.

Víctor, a quien todo el mundo conocía como El Vulca, terminó por aceptar las condiciones y se fue a vivir a la casa de la mujer en Montedónico, en Playa Ancha alto. Un par de años después tuvieron un hijo. Fue una época de mediana estabilidad pero, después de 15 años, el negocio se fue a pique.

-Es malo que lo diga pero Víctor se vio con plata y se volvió loco, cambió mucho, buscó mujeres y se farreó el dinero del local -cuenta Gabriela.

Después de largos meses sin pagar el arriendo, y ante la eventualidad que le remataran las pocas máquinas que tenía, Zúñiga decidió devolver el taller a sus dueños. Sin trabajo estable, El Vulca volvió a beber como en los viejos tiempos.

-Le afectó mucho el tema del negocio, como era simplón y no tenía estudios, le costaba un mundo levantarse -recuerda su hermana Margot.

Zúñiga abandonó completamente su antiguo oficio y comenzó a frecuentar el vertedero igual que la mayoría de sus vecinos. Cuando no alcanzaba a colgarse de un camión recolector, iba a pie al vertedero acortando camino entre cerros y quebradas, uniéndose a la caravana que todavía suele verse en las noches, iluminando los senderos con rústicas linternas mientras descienden de los cerros. Son hombres y mujeres que entran clandestinamente al depósito. Patotas de cesantes, adictos a la pasta y prófugos de la justicia. También los sábados, comentan, se ven mujeres y niños. Margot Zúñiga los ha visto innumerables veces.

-Llegan las mamás con una tracalada de niños, de siete años para arriba y comen ahí mismo lo que encuentran… es terrible -cuenta.

Rodrigo, uno de los recolectores, dice que los niños son los que tienen más opciones en el basurero.

-Igual los cabros chicos son harto agujas, no les pasa nada porque ya saben el sistema, son como más escurridos de mente y la saben hacer -relata.

Todos buscan cómo sobrevivir en una ciudad que ostenta la más alta cifra de cesantía del país con el 18,5% de desocupados.

-Yo junto mensualmente como 20 sacos de papel blanco, el kilo está a tres gambas y cada saco le trae 40 kilos. ¿Saque la cuenta? Me gano como 40 luquitas al mes. Poco, para arriesgar la vida aquí -reflexiona el viejo Toño, otro ilegal del vertedero.

El basural además deteriora. El Vulca perdió la visibilidad de un ojo producto de un herpes que contrajo en el “botadero”. Poco antes de su desaparición estuvo internado un par de semanas en el hospital. Margot Zúñiga, hasta esa fecha, no tenía idea a lo que se dedicaba su hermano. Cuando supo se quería “morir”.

-Le dije “pero cómo es posible Víctor” y me respondió que estaba viejo, no tenía estudios, más encima había perdido un ojo y no tenía dónde ir -cuenta Margot.

Víctor le explicó que juntaba plástico y metales y que los vendía por kilos. Según él, le alcanzaba para “vivir a medias”. También le dijo que al vertedero llegaba de todo: cigarrillos, trago, comida, conservas, juguetes y peluches que, al igual que sus compañeros, después los vendía en la feria de avenida Argentina.

-A veces llegaba con carne y yo le decía que está bien ser pobres pero no había que llegar al extremo de comer basura- cuenta Gabriela Escobar.

La recuperación de productos vencidos parece ser una práctica habitual en Montedónico. Y lo peor es que a casi a nadie parece preocuparle.

-Acá casi todos se alimentan del vertedero, la gente trae yogurt, mortadela, jamón, fiambre, aceite, de todo, si llega el Jumbo y el Lider allá arriba -agrega Gabriela, la pareja de Víctor.

Pero Girsa S.A., la empresa concesionaria del vertedero, asegura que ningún producto sale hacia la comunidad y que cada camión que ingresa al recinto está debidamente identificado.

-Además, toda la basura que pueda ser reutilizada pasa por un tropel, que es una gran máquina trituradora, para dejarla inutilizable- advierte Ricardo Faine, Gerente General de la empresa. También, niega de paso, que acudan niños al relleno sanitario.

Pero hay voces discordantes. Mariano Salas, abogado de la familia Zúñiga, asegura que la gente no sólo recicla productos para su propio consumo sino que también los vende en pequeños emporios y minimarket de Playa Ancha. “Es un hecho de la causa”, asegura.

La autoridad regional de salud, por más que intentamos comunicarnos con ella, no accedió a conversar con The Clinic.

LOS ILEGALES

La noche en que Víctor Zúñiga desapareció, el puerto estaba cubierto por una espesa niebla. El Vulca entró al vertedero, alrededor de las diez, colgado en la pisadera de un camión. En cuanto se bajó del vehículo sus compañeros se percataron que venía ebrio. No fueron pocos los que le reprocharon que llegara a trabajar tan “pasado”.

-Estaba terrible curado y perdía el equilibrio al caminar- recuerda el Negro Coco, un recolector que trabaja en el basural.

Al poco rato, El Vulca se enfrascó en una discusión con Fernando Rivas, El Jeringa, pues éste le debía el dinero de dos sacos de residuos plásticos. El asunto no pasó a mayores y acordaron cancelar la deuda al otro día.

Aquella noche fueron pocos los recolectores que se quedaron en el vertedero. De los 15 que estaban trabajando solo quedó el Vulca, Luis Muñoz y Mario Ramírez Beissa, el operador de máquinas. Hasta ahí todos los testimonios coinciden.

Muñoz asegura que esa noche se encontró unos relojes y que le regaló dos al chofer del camión. Pero hay quienes atestiguan que Zúñiga habría sido el afortunado y que Mario Ramírez, al enterarse de su hallazgo, le habría exigido parte del botín. El Vulca se habría negado rotundamente y, pocos minutos después, se lo “tragó” la tierra. Las sospechas, desde entonces, recayeron sobre el conductor de la monstruosa Trashmaster, una máquina removedora de residuos de casi 4 toneladas. Al ser interrogado por el fiscal que tramita la causa, Ramírez entró en contradicciones. Primero dijo que vio al Vulca retirarse del vertedero en un camión y luego afirmó que no estaba seguro si era él. Pero, lo más controversial de su relato, fue que no descartó la posibilidad de haber atropellado al cartonero.

Para Mariano Salas, abogado de la familia Zúñiga, en la declaración de Ramírez hay gato encerrado.

-Existe una lógica de disfrazar los hechos para encubrir un crimen- asegura.

En vista de los antecedentes recopilados, el fiscal de la causa, Juan Ignacio Sepúlveda, formalizó a Ramírez por cuasi delito de homicidio. La investigación comprobó que trabajaba para la municipalidad como conductor de un camión y también para el vertedero como operador de la máquina. O sea, más de 12 horas diarias. Con esa carga de trabajo es perfectamente posible que no se haya dado cuenta del accidente. Hay otros trabajadores, sin embargo, que piensan que El Vulca se quedó dormido y la máquina le pasó por encima.

Pero las dudas no sólo se remiten al momento de los hechos. Luego de la desaparición del cartonero hay una seguidilla de irregularidades que la defensa de Zúñiga ha puesto en tela de juicio.

-En primer lugar la empresa tomó conocimiento del accidente de forma inmediata, hicieron participar a carabineros en la búsqueda, y éstos no dieron aviso al Ministerio Público, lo que constituye una infracción grave al artículo 175 del Código Procesal Penal- asegura Salas. Luego remata: “Es evidente que intentaron echarle tierra al asunto”.

Durante esos cuatro días en que la justicia no fue notificada se estima que sobre el cuerpo de Zúñiga se habrían depositado alrededor de 4 toneladas de basura. Dos años y medio después la cifra es incalculable.

-Mi hermano fue discriminado porque era pobre. Si esto le hubiera pasado a una persona ajena al vertedero, hubieran detenido las faenas de aseo y esto estaría resuelto -acusa Margot Zúñiga.

Ricardo Faine, gerente de la concesionaria, dice que las imputaciones en contra de la empresa son totalmente falsas.

-Nos enteramos cuatro días después, a través de personas que trabajan aquí, y decidimos de inmediato informar a carabineros y al Ministerio Público- asegura.

Pero son los mismos operarios quienes desmienten a su jefe. Luis Muñoz declaró que al otro día de la desaparición de Zúñiga llegó al vertedero y José Faúndes, jefe de operaciones del recinto, lo llamó para conversar.

-Me preguntó qué había pasado, le conté todo, al rato reunió a toda la gente, en presencia de carabineros, señalándonos que no dejaría que nadie trabajara a la mala y que tampoco podíamos beber alcohol- cuenta Muñoz.

Margot Zúñiga piensa que la empresa intentó silenciar todo. “Trataron de coartar a la gente para que no hablara. Fue una manera burda de decir este muerto no lo cargo yo”.

Mariano Salas, abogado de la familia, comparte la tesis y asegura que “hubo ánimo de obstruir a la justicia”. Su análisis, incluso, va más allá. Las razones tendrían que ver, asegura, con una infracción a la ley de 19.744 que regula los accidentes laborales.

-En el fondo se intentó omitir el deber contractual de la empresa de velar por la integridad física de todos los trabajadores del vertedero, sean contratados o informales -advierte Salas.

Víctor Zúñiga era precisamente uno de ellos. No tenía contrato pero nunca nadie le impidió ingresar al vertedero. Es más, muchas veces llegó al recinto en camiones municipales. Y, al igual que muchos compañeros de faenas, vendía los metales que recolectaba a personas que sí trabajaban formalmente en el recinto. A cambio, tampoco recibió boletas. Las faltas legales y tributarias saltan a la vista.

Pero los dueños del vertedero tienen una explicación para justificar este fenómeno. Carlos Asalgado, Gerente de Rinoplast, una empresa de reciclaje instalada hace un año en el recinto, dice que se trata de un tema cultural.

-Cuando abrimos la planta de reciclaje invitamos a todas las personas a trabajar con contrato pero sólo 12 aceptaron las condiciones y a los demás los empadronamos. La gente no está dispuesta a asumir un horario, les gusta la libertad, uno no los puede obligar-comenta.

De leyes laborales, ni hablar. Asalgado asegura que ha intentado poner freno al asunto acudiendo personalmente al vertedero a retirar a los ilegales. No le ha ido bien. “He pasado unos sustos que ni te cuento. Lo menos que me han ofrecido es matarme en el auto, cuchillo en mano”, cuenta.

LOS CHARLATANES

Tan sólo un mes después de la desaparición de Víctor Zúñiga, otro macabro hallazgo remeció al vertedero. Un grupo de funcionarios encontró, entremedio de la basura, el cadáver de un hombre con indicios de haber sido aplastado. La noticia no tardó en llegar a oídos de Margot Zúñiga. De inmediato acudió al Servicio Médico Legal.

-Cada vez que aparecen restos humanos en el vertedero pido un examen para identificarlos -cuenta.

Pero esa vez no tuvo suerte. El cuerpo correspondía a un hombre de 57 años que se quedó dormido dentro de un contenedor y luego fue triturado por un camión de basura. A estas alturas, el gran miedo de Margot, es que su hermano se haya desintegrado por efecto de los líquidos percolados. Gabriel Zamora, director del SML de Valparaíso, piensa que es poco probable.

-Es muy difícil que suceda… los huesos más chicos pueden reducirse pero hay otros que son más duros, como los maxilares, que perduran más tiempo. Evidentemente el tema aquí es el lugar, porque hay restos orgánicos de otra naturaleza que hacen más difícil su identificación -asegura.

Margot no se da por vencida. Hace cinco meses regresó al SML tras enterarse que un joven que recolectaba metales encontró, en un cerro cercano al vertedero, un cráneo y otras piezas óseas. Una vez más se retiró con las manos vacías. Así se la ha pasado todo este tiempo. Yendo y viniendo por distintas reparticiones. Ha gastado, dice, alrededor de tres millones de pesos en trámites, gestiones y arriendo de vehículos. “Todo, dentro de mi pobreza”, agrega la mujer que se gana la vida con un pequeño quiosco de diarios.

-Me metí en préstamos para pagarle a personas para que me entregaran datos sobre mi hermano- cuenta.

La experiencia fue amarga. Su casa se llenó con todo tipo de charlatanes. Margot recuerda que una vez la visitó un hombre que se identificó como funcionario del aseo y le dijo que conocía a una persona en el vertedero que poseía información valiosa. El problema, agregó el sujeto, era que el tipo era bueno para el carrete y tenía que invitarlo a tomarse unos tragos para que se le soltara la lengua. Margot, ingenua y desesperada, le creyó. El hombre nunca más regresó.

Con algo de pudor reconoce que llegó a desembolsar hasta 80 mil pesos por dato. Pero el récord se lo llevó Paloma, una vidente que apareció en La Estrella de Valparaíso diciendo que podía ubicar a Madeleine McCann y que, de paso, podía ayudar a encontrar al cartonero desaparecido. Nuevamente Margot Zúñiga cedió. A los pocos días concertó una cita con la vidente.

-Me dijo que tenía un mapa del lugar exacto dónde estaba mi hermano, que no había sido asesinado y que se había caído por una quebrada- recuerda. Acto seguido, la mujer acotó que su trabajo era “caro y la desgastaba mentalmente”. Margot, en total, le entregó 300 mil pesos. Pero la cuarta vez todo se fue al carajo. La supuesta vidente le dijo que cuando se descubriera todo hasta ella sería sospechosa. Después de escucharla abrió unos tremendos ojos y le contestó: “hasta aquí no más llegamos”.
Margot dice que ahora no sabe qué más hacer.

Pero aún queda pendiente otra búsqueda y es probable que se desarrolle antes de fin de año. Seguramente será la última. Margot Zúñiga lo tiene claro. De vez en cuando va al vertedero con su infaltable ramo de flores. A veces se pasa rollos. Cree ver a su hermano caminando, con un parche en el ojo y un saco al hombro por un estrecho sendero de tierra. Cuando la imaginación cede a la espantosa realidad, Margot mira el basural y comenta con rabia: “nadie se merece estar ahí por ser pobre”.

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