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Cultura

6 de Diciembre de 2009

Al final, la vida sigue igual

Juan Pablo Abalo
Juan Pablo Abalo
Por

POR JUAN PABLO ABALO

Al cierre de esta edición, el cantante y compositor argentino Roberto Sánchez, Sandro de América, se recuperaba exitosamente de sus trasplantes como si la operación hubiese consistido en sacarle una muela o una uña encarnada. Al parecer todo indica que la mejoría seguirá y el hombre, que apenas despertó de la operación ya quería irse a hueviar a la casa, volverá a sus viejas andanzas cantarinas. En buena hora.

El paso natural, por allá por los años 60, que dió Sandro desde el rock and roll -al que dedicó en principio su voz y creatividad- al extraordinario género de la balada (influida en su caso por la italiana; “Penumbra” es un buen ejemplo, más que por el uso de la mandolina, por las armonías empleadas), lo convirtió en una de las inconfundibles y más notables voces dedicadas al “lirismo cebolla”, como dice Marcelo Mellado, género que a ratos puede resultar más dramático incluso que el drama wagneriano post-romántico. Y género -todo hay que decirlo- al que insistentemente se le ha querido mirar a huevo, especialmente por parte de los llamados músicos profesionales. Pero se equivocan: su música, construida con la economía de lo simple, bien orquestada por lo general y de arreglos instrumentales precisos, contribuye, en el nebuloso acompañamiento de su voz, a aumentar la tensión de estos llantos cantados que no son otra cosa que melodías nada melosas. Al contrario, sus canciones rebosan una tristeza firme, sabiamente plagada de susurros y hablares graves, lo que repercute en la crispación de sus remojadas admiradoras.

Las canciones de Sandro relatan toda clase de sufrimientos producidos casi exclusivamente por los vaivenes del amor. Titán de la balada latinoamericana, Sandro ha importado, en parte, el espíritu del bolero y del tango. Un coctelito de entre la enorme cantidad de éxitos del romanticismo sandriano son las canciones “Existe una razón”, “Me amas y me dejas”, “Balada para dos” o la espectacular “Páginas sociales”, en la que, con sarcasmo sereno, Sandro espeta: “Ayer, leyendo el diario / supe que te casaste / tu foto sonreía / qué bien que simulaste / llevabas traje largo / y un flamante marido /… / las páginas sociales / no cuentan que me amaste”.

Junto con lo propiamente musical, sus extravagantes puestas en escena, una no habitual noción del escenario que muestra por lo general a un Sandro descabelladamente artístico, heredero, más que de Elvis, de Gardel, le han llevado a un éxito indiscutido, merecido e intenso. “Un piano, un acordeón y un contrabajo y ganas de sentarnos a charlar”, dice Sandro en una de sus destacadas canciones (“Dos solitarios”) y tal parece que no pasará demasiado tiempo antes de que el “Gitano” se siente a charlar, se case unas cuatro veces más y vuelva a fumar diez cajetillas al día, considerando que los órganos que le han instalado son de un joven aparentemente saludable, lo que le da un rango de uso y abuso generoso, pues, como dice otra de sus grandes canciones “Al final, la vida sigue igual”.

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