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Opinión

3 de Enero de 2010

¿Tiempo de morir?

Diamela Eltit
Diamela Eltit
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POR DIAMELA ELTIT

Un ciclo político parece a punto de cerrarse. Un tiempo que une varias décadas de una historia que transcurrió mediante la administración sistemática de la violencia del Estado hasta llegar a consolidar la violencia del mercado.

Lo que pretendo afirmar aquí es que cada sistema genera una cultura, que es en definitiva esa cultura la que posibilita procesos de subjetivación y de representaciones sociales. La dictadura militar se fundó culturalmente en un modelo autoritario, jerarquizado, estrictamente cupular. Un modelo autoritario que ha persistido, en gran medida a lo largo de la transición porque parte de la estructura misma de la transición se funda en el viejo eje que escribió para sí la dictadura: el binominalismo como condición crónica para el fortalecimiento político de la derecha.

Y hay que agregar el ultra mercado (sin límites ni concesiones) implantado en Chile como el feroz instrumento de dominación sobre una ciudadanía obligada a la deuda como condición de vida. La relación determinista entre vida y deuda ya se ha naturalizado. El poder del ciudadano radica en el acto de comprar (la erótica del consumo) pero, a la vez, su sumisión se cursa en la necesidad de endeudarse (el sistema usurero que lo sobreexplota y reprime sus reclamos).

La Concertación, más allá de sus logros múltiples en materia de libertades públicas e ingreso en los sistemas sociales básicos, no pudo o, quizás, no quiso romper las relaciones híper contaminadas que ha mantenido con la derecha. Se puede pensar que la Concertación nunca consiguió, en lo medular, despegarse de su cuerpo siamés porque ese cuerpo siamés (Alianza-Concertación) fue producido por la dictadura misma como un tentáculo póstumo para garantizar, a largo plazo, una arquitectura política que permitiera el curso más fluido para los capitales.

La derecha se ha preparado para un nuevo ciclo. Es posible que Piñera sea el que retome el poder presidencial por la vía democrática o para ser rigurosa por la vía relativamente democrática (por el binominalismo) después de más de cincuenta años. Si ese hecho llega a suceder, habrá mucho tiempo para pensar la caída de la Concertación y las versiones serán un festín para los analistas. Pero sin duda el autoritarismo cupular concertacionista (una cúpula que no se repensó y sólo esgrimió el espectáculo de sus pugnas y deseos primitivos) habrá sido el mayor signo de su deterioro.

Un deterioro que podría ser considerado suicida, como no entender, por ejemplo, que sencillamente Eduardo Frei (por sí mismo) no está en condiciones políticas de llevar adelante una candidatura en los escenarios del siglo XXI.

Pero, el problema –digamos- de fondo-fondo radica en el modelo económico cómodo (especialmente para la derecha) pero frágil que implementó la Concertación, sin audacia alguna, repartiendo superficialmente sus excedentes, dejando a medio decir sus mensajes, persiguiendo una delincuencia cada vez más cultural y masiva, sin asumir de manera honesta (que sería el único mecanismo para reparar este flagelo) que Chile cuenta con una de las distribuciones del ingreso más desiguales del mundo y que se requiere de una intervención de proporciones al modelo económico.

Quizás el movimiento más interesante sea ahora la disputa por los votos y el comportamiento del electorado ante la inminencia de la primera derrota concertacionista en 20 años. Jorge Arrate se concentró en la izquierda como paradigma mientras Marco Enríquez apostó a la ruptura entre las fronteras izquierda y derecha y le habló transversalmente a una forma indeterminada de progresismo. Desde esa estrategia, Marco Enríquez consiguió una votación muy notable y constituye hoy el centro de la captura de votos, en parte porque la filiación de esos votos no termina de clarificarse.

Quizás el punto más significativo o complejo para Enríquez lo constituyó la migración automática de Paul Fontaine (asesor económico de Enríquez) al comando de Piñera. Fontaine no sólo le endosó el concepto de progresismo al propio Piñera, sino –y esto sí me parece a mí bastante significativo y curioso- tomó el programa económico que había elaborado para Marco Enríquez (y me imagino que con Marco Enríquez) y se lo entregó tal cual a Piñera ante las cámaras de televisión del país. Pero, más allá de este insólito caso puntual, los votos parecen no definidos a pesar que la aplicación de una aritmética básica señale que el repunte de Frei en las urnas sea una tarea cuando no irremontable al menos casi imposible y, por ello, sólo las épicas podrían conseguir cambiar el curso de los acontecimientos.

Para algunos de nosotros resulta difícil políticamente enfrentar este “futuro” y este “cambio” con Piñera. Pero, desde otra perspectiva, este horizonte para muchos de nosotros también nos resulta demasiado conocido. Y lo es porque al lado de Piñera aguardan disciplinadamente “Los Coroneles” UDI para recordarnos que los negocios son obra y gracia de su Dios Opus. Y demostrarnos que poseen la capacidad de capturar los imaginarios de los pobres de la tierra, que en el colmo de la dominación que experimentan, proyectan erradamente en los “coroneles” el conjunto de sus fragilizadas esperanzas.

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