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Cultura

22 de Febrero de 2010

Ni tan elemental, mi querido Watson

Por

POR RENÉ NARANJO

Había prejuicio contra este “Sherlock Holmes”, y no era para menos cuando se sabía que el más admirado detective de la Inglaterra victoriana iba a ser moldeado por las manos del megaproductor Joel Silver (las sagas “Arma mortal” y “The Matrix”) y del director con menos prestigio autoral de todo el reino, Guy Ritchie. Vapuleado por la mayoría de sus películas anteriores y más conocido por ser el ex marido de Madonna (quien también lo ninguneó a nivel profesional), Ritchie parecía el menos idóneo de los cineastas para poner en escena una nueva aventura de Holmes y su fiel amigo Watson. Para completar los temores previos, el rol del flemático Sherlock era entregado a Robert Downey Jr, actor profundamente neoyorquino y muy alejado del arquetipo físico que Arthur Conan Doyle describe en sus novelas de fines del siglo XIX.
Pero el cine es capaz de dar vuelta las cosas, y he aquí que este “Sherlock Holmes” que parecía destinado al purgatorio de las malas películas, ofrece más de un aspecto interesante. El guión se basa libremente en diversos relatos de Conan Doyle y mezcla elementos de ellos para crear una nueva historia, relacionada con los límites de la razón y la fuerza de lo sobrenatural. Así, la idea de que Holmes vive en un ambiente sucio y que él mismo es un desaseado, proviene de varios textos, en especial del relato “El ritual de los Musgrave”. También está el misterioso pelirrojo, sacado de “La liga de los pelirrojos”, y la amenaza del Más Allá, que marca la historia, remite a más de una narración célebre del detective, como “El sabueso de los Baskerville”.
Pero también hay detalles menos fieles al espíritu de Baker Street 221B. De éstos, el más llamativo es la incorporación de una mujer con afanes detectivescos (Rachel McAdams), quien se inserta en medio de la estrecha amistad entre Sherlock y el doctor Watson (Jude Law). Este personaje femenino proviene de la narración “Un escándalo en Bohemia”, y nunca tuvo la importancia que esta película le atribuye. ¡Cómo iba a tenerla! En la cinta, ella juega un rol más relevante, lo que no termina nunca por calzar. De este modo, lo primordial sigue siendo la relación entre Holmes y su amigo, pero, sobre todo, lo que cautiva al espectador es la sólida interpretación de su protagonista.
Actor no siempre valorado como se merece, Robert Downey Jr. saca a relucir aquí todo su talento, en un trabajo que recicla a este Holmes crespo como héroe de acción sin que pierda su agudeza deductiva. “Las cualidades emocionales son antagónicas del limpio razonamiento”, aseguraba Sherlock en pleno apogeo de la fe en la razón, y Downey Jr. sabe combinar, en estos tiempos que descreen de lo racional, ese postulado con una dimensión física y un apasionamiento más siglo XXI, que obliga a engancharse con sus actos, peleas, disfraces y deducciones.
Cada vez que Holmes aplica su sensacional pensamiento deductivo, y logra colegir toda una historia de vida a partir de pequeños detalles (como en la escena en que analiza a la novia de Watson), fluye en él una intensa pasión por la vida y sus misterios. Por ahí va también lo mejor del trabajo de Guy Ritchie, que logra que la acción sea dinámica sin por ello restar espacio a agudas escenas de diálogos.
Agréguese a este producto un notable diseño de producción, un ágil montaje, el retrato de este Londres desastrado y una sensacional y creativa música de Hans Zimmer, y se tiene mucho más de lo que cualquiera pensó al entrar al cine. Es posible que sea el mejor filme de Guy Ritchie, pero eso da lo mismo. Lo importante es que Sherlock Holmes se actualiza en el cuerpo bien tonificado de un actor de excepción, y en una película que no llega a traicionar a nuestro querido personaje; una cinta que entretiene sin ser vacía, y que hasta da para conversar a la salida sobre la percepción de la realidad y las bondades del ejercicio.

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