Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

LA CALLE

12 de Abril de 2010

Orientología, la nueva religión: Primera epístola

The Clinic
The Clinic
Por

Por Ramiro Espinoza Fortines, “El Orientador”
___
Me presento. Soy Ramiro Espinoza, orientador del Liceo República de Zaire de la comuna de Macul. Y, si, aunque les sorprenda he decidido fundar una nueva religión. En el principio era el verbo, luego el sujeto, el predicado y, por añadidura, las tablas de multiplicar. Luego yo, Ramiro Espinoza. Pues tal como una clase de Lenguaje y Comunicación puede terminar en una visita a mi oficina, del mismo modo se puede decir: después del verbo estoy yo. Pueden llamarme El Orientador.

Llevo ya tiempo cumpliendo con el melancólico apostolado de mi oficio: ser un humilde consejero de la juventud chilena. Suficientes años como para aparecer en una de las fotografías que inmortalizaron la visita oficial del presidente zaireño Mubutu Sese Seko a nuestro humilde establecimiento, allá por 1985. El divino Mobutu aparece en primer plano junto al director, Cedomir Espinoza, mi medio hermano. Ahí estoy yo, como una aparición fantasmal o, por que no decirlo, como una ausencia mística que es imposible ignorar. Mis ojos y mi pelo asoman sobre el gorro de panadero forrado en piel de leopardo, tan característico del estadista africano.

Pero no solo me he forjado en el contacto con grandes hombres, como Mobutu, el alcalde Sergio Puyol y el comisario Vega, que vino a dar recientemente una charla sobre las leyes del transito, sino que también he alternando con seres infinitesimales y ridículos: Pequeños hombrecitos que, en pleno desarrollo adolescente, suelen visitar mi oficina. Nínfulas, que aun no sienten pudor por heder a vagina. Ellas son derivadas a mi consulta.

Son legalmente unos interdictos, que en teoría debieran pasar la totalidad de su tiempo reclusos, ya sea en el liceo o en sus hogares. Pero en la práctica deambulan libremente por ahí, cometiendo fechorías y distrayéndome de mis reflexiones acerca de la vida y la muerte.

Sí. Es una triste realidad la de contemplar a diario a estos abortos de la sociedad calentando un asiento frente a mi escritorio, mientras navego por internet en busca de la sabiduría y fotografías de señoritas checoslovacas. Viéndolos es evidente que una almeja tiene mayores inquietudes metafísicas. Tan deprimente espectáculo me ha hecho cuestionar acerca de la necesidad de una regeneración de la sociedad. Y, por qué no decirlo, me insta a predicar en el desierto. A lanzar mi palabra, como un arcano arrojado en medio de una verdulería o una semilla de mostaza perdida en la barba de un borrachín de la caleta de Horcón.

¡Yo tuve un sueño! Luego me desperté y no me acordaba de cuál. Pero ya nadie me puede quitar ese sueño.

Sí. Presiento que era un sueño importante. Y me inspira a proclamar la verdad por el mundo.

Puedo y debo hacerlo. Es mi vocación. Y no olvidemos que el oficio de orientador me transforma en un experto para discernir sobre este punto. De hecho, me he practicado a mí mismo un test de perfil vocacional con total seriedad. Y el resultado es estremecedor: debo dedicarme a Mesías.

Silo, un estudiante de derecho que no pudo titularse y que es descrito por uno de sus antiguos prosélitos como un “gran lector de solapa de libros”, logró finalmente liderar una secta. El emperador Constantino, tras escuchar por años las monsergas de su madre, Santa Helena, fundó el catolicismo, no sin antes degollar a unos cuantos compatriotas a las afueras de Roma, en la fratricida Batalla del Puente de Milvio. Por supuesto, él también tuvo un sueño antes del combate; una cruz le dijo que le iba a ir bien con la degollina.

Estas historias de superación no deben ser desatendidas. Sería de provecho que los escolares las conocieran. Así como la edificante vida del divino Mobutu, un sargento lector de Maquiavelo que se transformó en padre de la patria de su desaparecido país.

Y sin más, lanzo mi primera clarinada al mundo. El que tenga ojos que vea. El que tenga estómago, que digiera:

Hay demasiados niños en Chile, o por lo menos demasiados alumnos en el Liceo República de Zaire. Para entenderlo es útil recordar las palabras del sabio Buda al enterarse del nacimiento de su hijo: “Me ha nacido Rahula. Me han forjado una cadena”. El nombre de Rahula se puede traducir como una frase que hasta el más ígnaro de los lectores habrá oído alguna vez. De hecho Homero Simpson suele gritar “Rahula” (pequeño demonio) cuando zamarrea apropiadamente a su hijo por el cuello.

Se puede apreciar cómo desde Buda a Homero Simpson, desde el más espiritual humano al más pedestre personaje dibujado, todos odian a sus hijos. Y se puede culpar a los padres. Pero yo no osaré levantar mi palabra contra Buda, ni contradecirlo. Rahula debió de ser una verdadera desgracia, como todo niño. En su calidad de infante se le habría podido definir acertadamente como un intestino que habla incoherencias.

Alguien podrá decir: Todos hemos sido niños alguna vez. Y yo respondo como un oráculo: a mí qué me importa. Lo que siempre se silencia es que, por suerte, ya no lo somos. Si los niños gobernaran el mundo quemarían mi oficina en 5 minutos. Y antes de un cuarto de hora habrían instalado una fábrica de jabones a base de grasa humana, utilizando a los adultos como materia prima. Se los aseguro porque los conozco.

Temas relevantes

#orientología

Notas relacionadas