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Cultura

19 de Abril de 2010

¿Qué pasó, maestro?

René Naranjo
René Naranjo
Por

LA ISLA SINIESTRA
Director: Martin Scorsese
EE.UU., 2010

POR RENÉ NARANJO S.
Es difícil que alguien que trabaje en la industria del cine haya visto más películas que Martin Scorsese. El director neoyorquino se instala, desde hace más de tres décadas, a revisar cuatro películas por día, y es capaz de memorizar hasta los detalles más insignificantes de cada una. En los últimos años, ha realizado dos estupendos documentales de recopilación cinematográfica (uno dedicado al cine clásico estadounidense y otro al esplendor del cine italiano) y, más que eso, sus filmes se han convertido en intrincados viajes en los que se siente la presencia de los grandes clásicos en practicamente la totalidad de sus planos.

No es que Scorsese copie a ninguno de sus mentores. Es otra sensación, más cercana a que él habita el planeta del cine, a que respira cine, a que está hecho de cine. “La isla siniestra” (Shutter Island), su más reciente trabajo, es la prueba evidente de esto. Desde la escena inicial, en que el jefe de policía Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) vomita a bordo de un barco que se dirige hacia una isla que es también cárcel, manicomio e infierno, uno no puede dejar de pensar que Scorsese ha puesto a su hoy actor favorito a expurgar su pasado de “Titanic” para hacerle asumir una adultez lindante con el delirio y la demencia misma. Y a medida que avanza el relato, este DiCaprio quebrado internamente, que parece una versión joven del Orson Welles de “Sed de mal”, se sumerge en un laberinto en el que resuenan “Vértigo”, “Shock Corridor”, “El gabinete del doctor Caligari”, un par de filmes de los años 30 del inglés Michael Powell, y también dos clásicos con Jack Nicholson, “El resplandor” y “Atrapado sin salida”.

Y Scorsese, ¿está atrapado sin salida en esta constante alusión a fantasmas que acosaron ya a Hitchcock y Kubrick, entre otros directores que percibieron la existencia como prisión? Algo hay de eso, sin duda. Su cine, impecable siempre en el manejo de la cámara y los recursos del montaje, ya no posee la frescura lúcida e inquisitiva de “Casino” (1995), su última gran película, y se instala derechamente en la neurosis, de la cual DiCaprio es el gran intérprete. Si con De Niro los filmes de Scorsese pisaban firme en la tierra y en la vida, en la compulsión física y el presente forjado a pulso, con DiCaprio (“Pandillas de Nueva York”, “El aviador”, “Los infiltrados” y ésta) se zambullen progresivamente en los zócalos de la mente, en los claroscuros del espíritu y en la más profunda neurastenia.

El atormentado detective Daniels de “La isla siniestra” no tiene paz ni de día ni de noche, pues su esposa (Michelle Williams), muerta en circunstancias trágicas, se le aparece sin cesar y le habla en sueños. En una apuesta inesperada, Scorsese recarga los delirios de Daniels con imágenes barrocas y colores intensos, y aprovecha el pasado de su personaje como soldado en la Segunda Guerra para revisar la liberación del campo de concentración de Dachau, con el consiguiente trauma surgido de la contemplación de tanto horror. Son los pasajes menos felices de la película, con forzados diálogos entre el policía y su difunta cónyuge, y pilas de cadáveres maquillados que no le llegan ni a los talones a las verdaderas imágenes que revelaron los documentales captados en 1945.

Son los riesgos que corre Scorsese en su búsqueda por explorar el enorme tema del doble y al adentrarse en los secretos de una intriga que une locura, crímenes brutales, experimentos de lobotomía, dos grandes actores en clave exagerada de maldad (Ben Kingsley y Max von Sydow) y la estética de las cintas B de terror.

Mejor le va al director de “Taxi driver” en los instantes en que la historia se vuelve un poco más lineal y acotada. Los primeros 50 minutos, en particular, son notables como realización, y en la segunda mitad de la cinta hay una gran secuencia en los acantilados (iluminados con total maestría) que bien podría usarse para dar clases en la universidad. Asimismo, el juego entre lo que parece ser la objetividad de la situación y lo que –según entendemos- es la subjetividad de Teddy Daniels, genera interés hasta muy cerca del desenlace. Sin embargo, al final de las algo más de dos horas de proyección, queda la impresión de haber asistido a la película de Martin Scorsese que más se aleja de sus obsesiones y a la que nos presenta las mayores contradicciones de estilo. Y no eso, ciertamente es, lo que esperamos de un maestro.

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