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Mundo

22 de Abril de 2010

Cuba hoy

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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por Patricio Fernández

Max Marambio sabe que de esta historia no sale bien. Conoce, como pocos, el tejemaneje interno del sistema cubano. Durante décadas ha sido un hombre cercano a Fidel; como un hijo, dicen los que exageran. Siempre ha defendido al régimen; mientras fue “jefe político” de la campaña de Marco Enríquez, se las arregló para nunca renegar, aunque algunos de sus postulados contradijeran de manera flagrante las prédicas castristas. Yo lo conozco, y me cae bien. Es un individuo lleno de historias. Tiene de calle y de palacios. Conoce a medio mundo. Ha pasado por las de Kiko y Caco. Fue amigo de los hermanos De La Guardia, altos funcionarios del Ministerio del Interior cubano, ambos dependientes del general José Abrantes. Todos ellos, unos primeros y otros después, cayeron en desgracia. Existe, en la cima del poder cubano, una vieja suspicacia entre el MINFAR y el MININT. Ellos pertenecían al Ministerio del Interior (MININT), dependiente directamente de Fidel, mientras que las Fuerzas Armadas (MINFAR) han estado históricamente al mando de Raúl Castro, actual presidente de Cuba, o rey, si se prefiere. A Raúl no le caen bien los cercanos a su hermano mayor. Al menos así dicen algunos, porque si algo es particularmente complicado en Cuba, es saber dónde habita realmente la verdad. Hay tipos informados que sostienen lo contrario: que los hermanos Castro son dos caras de una misma moneda, un monstruo bifronte que siempre se las arregla para estar de acuerdo. Las noticias que salen de la isla están condenadas a la incierta condición de impresiones. No hay periodismo serio ni instituciones confiables.

En cierto modo, cualquier actividad que funciona, por esos lados, ha tenido que vérselas con más de un arreglín. Las familias que arriendan dormitorios de sus casas a los turistas conocen casi siempre a algún vecino del CDR – Comité de Defensa de la Revolución- que les facilita las cosas o evita que se les vuelvan imposibles. Esos pequeños comerciantes nunca faltan a las reuniones militantes. Sería suicida. Y es en esas reuniones, y en la fila del cine o del Coppelia, en los almacenes pagados en peso donde venden descuidados panes con croqueta, por donde las noticias corren, muchas veces sin demasiado fundamento. No hay diarios ni revistas que reporteen, ni un estado de derecho que dé garantías de que lo que asegura sea cierto. Todavía me cuesta entender por qué la familia del fallecido Roberto Baudrand se negó a realizarle una nueva autopsia en Chile. ¿Qué temería? Entiendo el respeto por un muerto, pero también el deseo de saber a ciencia cierta cómo murió. El zumbido de la incertidumbre es más torturador que cualquier verdad. El asunto es que las empresas Río Zaza y Sol y Son, ambas de Marambio, están formando parte de la “bola”, es decir, del rumor callejero. Hablan de corrupción. Según me cuentan, el tema no ha bajado a las veredas céntricas, está remitido, más bien, a la elite, a Miramar y el Vedado, y a la comunidad de posteadores que se las arreglan de milagro para conseguir acceso a internet. Puedo imaginarme perfectamente que se trate de un caso creado o bombeado por intereses políticos, pero la turbiedad del funcionamiento de las instituciones, de ese enjambre raro que son las empresas mixtas, donde los extranjeros y el Estado, o sus funcionarios, comparten miti-miti las ganancias, da para todo. Desde ya, a los cubanos se les paga en pesos un negocio que renta en dólares. Raúl está viviendo un momento complejo. Últimamente han arreciado las críticas, incluso de tipos tan fieles a la revolución como Silvio Rodríguez. Al cantautor le contestaron con un escupo en la cara; en medio del Gramma apareció una caricatura suya que decía: “Cuando eras pobre, estabas con los pobres; ahora que eres rico…”. A esta gente no le gusta que la contradigan. A Lage y Pérez Roque, sobre los que recaían muchas de las esperanzas para una transición sensata, los acusaron de envanecerse. Mostraron unos videos en los que hacían bromas con los Castro, y los mandaron para la casa. El asunto es literalmente así, los expulsados del régimen que no son condenados judicialmente, se someten al llamado “plan pijama”, es decir, a la permanencia obligada al interior de sus domicilios producto de la muerte social. La gente no los saluda más. La muerte del huelguista Orlando Zapata produjo un impacto tremendo. Según algunos, el gobierno usa estas noticias de escándalos y corrupciones cada tanto, por lo general en momentos difíciles, cuando conviene distraer la atención. A los cubanos no les gusta sentirse engañados y a sus cabecillas les basta con destapar cualquiera de las ollas en que ellos mismos han cocinado, para enfurecer multitudes. En los orígenes del caso que envuelve a Max Marambio está la condena a Rogelio Acevedo, ex ministro de Aeronáutica, a quien se acusó de negocios ilícitos con Cubana de Aviación. Terminaron encontrándole una bolsa con una sarta de millones de dólares en billetes adentro de un estanque. Nunca podrá saberse si eran suyos o se los pusieron para inculparlo. Acevedo fue uno de los dos niños que recorrieron la Sierra con el Che. Tanto a él como a su hermano puede vérseles en el primer capítulo de la película de Steve Soderbergh. Antes, por distintos motivos, fueron hechos a un lado Camilo Cienfuegos, Huber Matozs, Robaina, Carlos Aldana Escalante, y el mismo Che Guevara. El problema de Marambio es de proporciones, y él lo sabe. Desde la isla explican que si aún los órganos oficiales del Partido Comunista, hoy reducido a la voluntad de sus jerarcas (no se reúnen en un congreso desde hace años, por lo que más que un partido ahora parece una excusa), no se han manifestado públicamente, es porque se hallan preparando una artillería incontestable, seguramente repleta de datos escalofriantes y confesiones de cómplices arrepentidos. De estas inmolaciones está llena la revolución. La del escritor Heberto Padilla fue inolvidable, y tan escandalosa que motivó el fin de la complicidad de muchos intelectuales con el régimen castrista. Otras veces la pureza ofendida es menos clara. La historia es de miedo. En aquellos territorios donde la verdad y la mentira se confunden tan perfectamente, cualquier fantasía puede ser la realidad, y todo lo contrario.

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