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Nacional

30 de Abril de 2010

Juan Pablo Hermosilla: “Esto a uno le suena a Paul Schäfer”

Pablo Vergara
Pablo Vergara
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POR PABLO VERGARA
Es el abogado de los cuatro denunciantes que acusan al cura Fernando Karadima de abusos sexuales. Es columnista de The Clinic y uno de los mejores penalistas de Chile. Ahora le toca una causa que ya tiene la pradera ardiendo, con uno de los sacerdotes más influyentes del país enfrentando la investigación de un fiscal que indagará, también, si hay otros casos y si hubo encubrimiento por parte de más curas.

    Lee esta entrevista completa en la última edición de The Clinic.

¿Cómo describiría este sistema que denuncian sus clientes?
Un gran abuso de poder. Imagínese lo que es el poder religioso de ciertos sacerdotes. El caso de Karadima es paradigmático: él tiene el poder propio de la confesión y tiene por lo tanto el poder de liberar a la persona de sus pecados. Es al mismo tiempo el guía espiritual. Probablemente en su momento ellos lo ven como el guía espiritual más importante que hay en Chile, responsable efectivamente de muchas vocaciones sacerdotales. Y esta manipulación parte por el hecho que él escogía a algunos y eso ya era una cosa tremenda. Pero además, cuando se produce una sensación de impunidad completa sobre esto, sostenida en el tiempo, las víctimas quedan completamente expuestas y vulnerables a manipulaciones que están a la vista. Creo que esto se repite efectivamente en estos lugares y por eso que a uno le suena a Paul Schäfer. Es muy distinto en tantos aspectos, pero suena esa melodía parecida. Una situación de poder, con gente vulnerable y joven abajo y que ésta persona que detenta el poder lo usa en forma propia de una perversidad siquiátrica.

El mundo católico de elite está profundamente impactado. ¿Cómo han sentido esa radiación?
Lo siente todo el mundo. Aquí se trata de uno de los principales grupos religiosos de la elite chilena de los últimos 40 ó 50 años. Pero no hay que apresurarse en sacar conclusiones. Hoy la agenda es mucho más simple: investigar los hechos a fondo. Uno de los roles muy bonitos que tienen las instituciones de justicia del Estado es hacer reparaciones simbólicas por la vía de fijar cómo fueron los hechos.

En el Informe Especial, el obispo Ezatti reconoce que tuvo esta información el 2003. ¿Qué fue eso?
Bueno, ahí uno de mis defendidos mandó una carta dando cuenta de su experiencia y por lo que pudimos ver en la televisión parece ser que no tuvo mayor impacto. Y eso, también, creo que llama la atención, obviamente.

Se ha especulado que esto podría estar prescrito, ¿qué pasa en ese escenario?
Bueno, eso no se puede saber. Incluso El Mercurio publicó que yo había dicho que los hechos estaban prescritos y eso no es cierto, nunca lo dije porque además no lo podría decir porque nadie lo sabe. La prescripción opera desde que ocurre el último de los delitos y eso no sabemos cuándo ocurrió. Aquí aparecen hechos con características delictuales que se sostienen en el tiempo durante años, con distintas personas, que no tenemos por qué suponer que dejaron de ocurrir cuando mis defendidos se alejaron de Karadima. Por el contrario: todo indica que había un proceso en marcha y una forma de manipulación con jóvenes que seguía después, y creo que una de las funciones más importantes que tiene el fiscal. Si acá no hay que olvidar de qué se trata esto: más allá de los temas religiosos, políticos, de poder, se trata de seres humanos. Y lo que tiene que hacer el Estado es ver si han existido esos delitos. La prescripción ha sido una discusión instalada con interés comunicacional como para demostrar que esto no tiene sentido investigarlo. No quiero especular, pero puede ser una forma de tratar de frenar la investigación. Y eso no va a ocurrir. Los hechos son tan graves que en muchos aspectos superan el tema legal y pasan a aspectos morales y religiosos puros graves. Como no hay constancia que haya habido una investigación a fondo interna, lo que hay que empujar, como ciudadanos, es una investigación del Estado.

La defensa de Karadima ha hecho un giro raro, diciendo que eran mayores de edad, que no hay abuso sexual a menores.
Eso es discutible porque, si bien técnicamente habrá que ver las circunstancias, no hay que olvidar que hasta hace algunos años, la mayoría de edad eran los 21 años y no a los 18. Y, en segundo lugar, en tres a lo menos de los cuatro casos está claro que ocurrieron hechos antes de los 18. Pero estas discusiones no tienen sentido: acá lo que se necesita saber es si esto fue cierto o no, a cuánta gente abarcó; ¿hubo gente que lo encubriera? ¿Hubo gente que facilitara la comisión de estos delitos? ¿Y habrá otras personas que, aprovechándose de este ambiente, cometieron delitos también?

La Segunda hoy hace la diferencia con el caso Spiniak…
Es que… Hay delitos que son graves. La normalidad es una persona que se encuentra en una situación de poder, o tiene una situación de poder muy puntual, y que abusa de una víctima. Y hay otra situación -y por eso que la analogía finalmente no es con Spiniak, sino, siendo muy distinto, suena a Schäfer- donde existe un poder institucional del cual se aprovecha alguien para cometer estos delitos, que ponen a la víctima en una situación de indefensión mucho mayor de una víctima común y corriente. Esto es mucho más grave que si lo hubiera hecho el profesor de un colegio, porque el profesor no es un asesor espiritual, no es el encargado de decir qué es lo correcto o no que hacen los alumnos del punto de vista ético sexual. El sacerdote confesor, el guía espiritual, es el referente de eso y de tu vocación y de tu proximidad con lo celestial. Y que él, aprovechando esta situación, decida, en vez de dar protección y orientación a las víctimas, transformarse en alguien que desorienta, agrede y puede terminar destruyendo a una persona, es de lo peor que puede existir. Y por eso es que entiendo que se ha producido este revuelo, más allá de quien era Karadima objetivamente.

En Estados Unidos hay abogados que se dedican a estos casos. Cierto vespertino destacaba en tu perfil que eras columnista de nuestra revista, dando algún tipo de intención con eso. ¿Tú te vas a transformar en un caza curas?
No, jamás. No soy una persona religiosa, no soy creyente, pero tengo más bien una relación de afecto con la Iglesia Católica, y probablemente nos pasa a muchos que vivimos la dictadura con una Iglesia que nos prestó apoyo, espacio, protección y nos dio consejo. Y yo por lo menos no olvido esos tiempos. No me voy a transformar en un abogado que se dedique a perseguir a la Iglesia, pero tampoco puede sostenerse que uno la persiga cuando se persiguen responsabilidades personales sobre la comisión de delitos. Por eso hemos sido tan cuidadosos en cómo nos hemos referido, porque mis defendidos y yo estamos lejos de tratar de hacer de esto un acto de agresión contra la Iglesia Católica.

Como laico, ¿qué es lo que más le impacta de esto, aparte del delito?
La Iglesia cumple una función muy importante, de protectora de la gente frágil. Se preocupa de los presos, algunas instituciones se preocupan de los jóvenes adictos a las drogas, marginales. A uno le cuesta integrar en esa imagen espacios en los cuales existe la impunidad para afectar a gente joven que se entrega a la Iglesia como camino a Dios. Creo que eso es lo que más me ha impactado. Pero todavía es tiempo que se hagan las cosas bien por parte de la Iglesia, creo.

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