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Cultura

5 de Mayo de 2010

Lucho Barrios (1935-2010)

Por

Por Pepe Lempira
Fue la primera entrevista que tuve que hacer en toda mi vida. Él estaba sentado en un comedor oscuro, tapiado por postigos que parecía que nadie abría nunca, en las -ya en aquel entonces- un poco decadentosas oficinas del sello Alerce.

Parecía un hombre sorprendido de su propia fama. Esa fama diluida. La de ser profundamente conocido e idolatrado, pero sin ser un invitado de programas de televisión, ni número fijo de los escenarios más lustrosos. Se asombraba y abochornaba ante cualquier pregunta que le hiciera, tratando de darle pie para bombear (promocionar) su último disco, que era la excusa de la conversación. “Es un disquito sencillo, nada más, déjelo así”, decía con pudor supremo.

En verdad era un disco sencillo: solo boleréo cebolla y Lucho Barrios. Llegué a pensar que a él no le gustaba cómo había quedado. Pero la grabación era una hermosa hemorragia de sentimientos. Quizá tenía algunos detalles que, de acuerdo a la moda y los tiempos, pudieran ser considerados de mal gusto… Tecladitos, siempre tan dudosos los tecladitos. Pero se vuelven venerables cuando desaparecen del stock, como le sucedió al órgano Hammond.

Con todo y sus tecladitos, el disco estaba a medio camino entre lo anticuado y lo clásico, entre lo provinciano y lo universal. Lejos de la pretensión, en todo caso. En el área rara donde pueden existir las verdaderas obras de arte. Las que no generan simple asombro o conceptos, sino que algo tan despreciable e infinito como los sentimientos, por ejemplo, de una persona que cocina sin que nadie lo note.

Como ese oyente imaginario, Lucho Barrios parecía no haber nacido para entrar a codazos en la primera fila, ni para ofenderse porque sí. El rey del circuito gastronómico, el emperador de los pequeños festivales veraniegos y las semanas de los pueblos, estaba ahí, como encadenado -por casualidad- en las oficinas de un sello de la capital. Se le veía incluso incómodo de recibir atención o cualquier comentario parecido a la admiración.

También parecía a punto de llorar. Todo el tiempo. Eso lo recuerdo bien… Detalles insignificantes le aguaban el límite de los ojos. Y, en la conversación, su voz subía brevemente una octava trémula, como en el clímax de sus canciones… No creo que viviera dentro del traje del cantante, pero podría jurar que la canción y su tragedia si habitaban dentro de él.

Conversé con Lucho Barrios varias horas, incómodas, tímidas y amables. De vuelta en el diario, publicaron 3 párrafos sobre este genio y su “disquito”. Párrafos perdidos en la esquina inferior izquierda, bajo un gran titular dedicado a la gira del despreciable grupo vocal Boyzone… Pero al menos aquí se invierten los papeles, y Boyzone, que nadie recuerda ya, queda relegado a la última línea.

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