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Cultura

9 de Mayo de 2010

Dar duro

Por

“Te creís la más linda…”
Director: Ché Sandoval
Chile, 2010

POR RENÉ NARANJO
El primer estreno chileno del año es una buena sorpresa. “Te creís la más linda, pero erís la más puta” tiene toda la frescura, audacia y carga generacional que se espera de una ópera prima. Posee un definido sello autoral y una apuesta formal por la que se juega de punta a cabo. Y es también la confirmación de que la Escuela de Cine de Chile, de donde egresó su director José Manuel “Ché” Sandoval, es el auténtico crisol en el que se forjan las camadas más valiosas del cine chileno.

En “Te creís la más linda…” no hay impostaciones ni siutiquerías. Tampoco esos ansiosos deseos de convertirse en un éxito comercial a costa de gastados trucos de humor y sexo. Y no es que estos dos elementos falten. Al contrario. La película se plantea sin falsos pudores como una comedia sexual, pero con una perspectiva irónica, autoflagelante, a ratos casi masoquista.

No puede ser de otro modo, ya que su joven protagonista, Javier (que interpreta el debutante y carismático Martín Castillo) quiere darle duro a Valentina (Camila Le-Bert), la chica que ama, pero su condición de eyaculador precoz, “precocito”, se lo impide. El asunto, que ciertamente podría dar para drama, acá es presentado de manera risueña, con un énfasis en la manera tragicómica en que Javier deambula entre la casa de su amigo Nicolás (Francisco Braithwaite), que le quita las pololas, y el barrio Bellavista durante algo más de 24 horas.

Con un habla plagada de chilenismos y giros idiomáticos impredecibles, la película se construye sobre esa errancia de Javier, en su caminar desprovisto de otro destino que el evitar ir a la acomodada casa de sus padres. En ese devenir aliñado con constante cerveza, el protagonista se topa con esta Valentina que le gusta y con la que, sin éxito, quiere pololear. Entremedio aparecen otros llamativos personajes, como un par de asaltantes “cool”, unos parroquianos sabihondos de fútbol y una prostituta de fin de semana que interpreta muy bien Grimanesa Jiménez.

El director “Ché” Sandoval pone en escena relaciones de violencia verbal, emocional (“te enamorai en cuatro días, huevón?”, le espeta Valentina a Javier) y física (hay un furibundo combo que le dan a Javier en plena calle) y, casi sin filmar más que escenas de conversación, se sumerge de lleno en la dificultad de ser joven hoy en este Chile, donde la generación adulta no tiene legitimidad como referente de nada.

En el relato, que dura 80 minutos y está dividido en cinco secciones, se nota la influencia del Godard de “Masculino-Femenino” y la de los filmes chilenos de Raúl Ruiz, con instantes que evocan el cine independiente norteamericano y hasta la experimental “Chelsea Girls” de Andy Warhol. No obstante, aquí nada huele a tarea copiada y pasada en limpio. La mirada de Sandoval tiene potencia y sabe crear un universo muy personal, agudo, que mete el dedo en las contradicciones individuales y sociales y las saca a relucir. Asimismo, la cámara del director construye un Santiago propio, una ciudad modelada a su pinta, diseñada con el ojo de su cámara. Una ciudad en la que no hay edificios altos ni familias, y en la que los graffitis, junto a la oportuna música de Emilio Bascuñán, acompañan esas charlas en la que los protagonistas parecen apenas prestarse atención.

“Estoy mal, definitivamente mal” canta Adanovsky mientras Javier, que no había nacido para el terremoto del ’85, hace dedo en Providencia. Es el malestar de la chilenidad veinteañera, sin espacio ni representación social, pero con una voz poderosa que se quiere hacer escuchar de una buena vez.

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