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Nacional

14 de Mayo de 2010

Los bebés mimados de las casas comerciales

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Por Galo Nomez / Foto: Alejandro Olivares

Si hay un cliché con el que se pueda resumir el impacto que tuvo la movilización universitaria del doce de mayo, sólo cabría decir que pasó inadvertida para la opinión pública. Lamentable, considerando que los convocantes estaban motivados por una demanda legítima y que requiere de una solución urgente: la entrega de auténticas becas y facilidades de pago para los estudiantes damnificados por el terremoto, varios de los cuales se verán obligados en los próximos días a abandonar los planteles, pues se enfrentan al cobro de las mensualidades en circunstancias que algunos ni siquiera cuentan con recursos para comprar un cuaderno. Y expresado así: “auténticas”, porque el ejecutivo ha tratado de minimizar la situación ofreciendo limosnas como quien le arroja un pan a un enfermo de peste, demostrando que los gobernantes de derecha son muy eficientes a la hora de mantener los jardines de sus campos de golf.
Sin embargo, todo este cúmulo de antecedentes no fue suficiente para elevar a este acto de protesta más allá del acontecimiento anecdótico. Como causal, se puede esgrimir que tras un desastre natural de la envergadura del sismo de febrero, la gente está dispuesta sólo a escuchar mensajes de buena crianza, que le hablen de unidad y solidaridad mutua, cuestiones ante las cuales una huelga o una manifestación callejera aparecen como una suerte de antítesis, tanto en términos teóricos como sociológicos. También, se puede argüir el hecho de que es muy mal visto responderle con presiones de este tipo a una administración que recién ha cumplido dos meses en el cargo. Incluso se puede acusar a los medios masivos de comunicación de mostrar una actitud condescendiente con un gobierno con el cual comparten cierta afinidad ideológica. No obstante, quizá la explicación más certera al momento de describir esta carencia de atractivo, se halle en el debilitamiento que los movimientos estudiantiles universitarios han experimentado en los últimos años, el cual contiene signos de franca decadencia, factor que comparten con el conjunto de la comunidad académica en general. Dicha coyuntura es producto de una serie de circunstancias encadenadas, de las cuales la más visible es sin lugar a dudas el grado de desigualdad social que enfrenta el país, el que se palpa de manera especialmente delicada en la educación, y respecto del cual las universidades hablan mucho, mejor dicho cantinflean, pero no hacen nada para solucionarlo. Por el contrario, y a despecho de los discursos que afirman que ser alumno superior es un derecho y no un privilegio, en cada inicio de temporada somos testigos de un alza desmedida e irreal en el monto de los aranceles, aparte de las exigencias pecuniarias que los ya inscritos deben soportar en el ámbito interno de sus respectivas carreras, que parece, están diseñadas para excluir a quienes no cuentan con fuertes sumas de dinero. Conformando en definitiva, una pléyade, no intelectual, sino económica, que a la larga transforma a la supuesta universidad en un club cerrado y excluyente, donde las marchas reivindicativas no son sino divertimentos de hijitos de papá.
En tal sentido, es imprescindible plantearse la interrogante, respecto del por qué los estudiantes se lanzan en picada contra el gobierno de turno, pidiendo más aportes, y obran con guante blanco hacia sus autoridades académicas, que les siguen cobrando cuotas irracionales a sus compañeros, sabiendo que se encuentran en una situación precaria y desesperada. Para nadie es un secreto que los planteles amasan buenas cantidades de dinero, que reciben de sus propios alumnos, por medio de las matrículas y mensualidades, así como también del Estado –no sólo cuando éste asume el pago de los créditos-, de los privados que desean quedar bien con su conciencia –y quienes, contrario a lo que se cree, le entregan más ayuda al cártel de las veinticinco, que dicho sea de paso no está formado por entidades públicas-, y producto de ciertos negocios, como los cursos de perfeccionamiento, a los que le han sabido sacar ganancias. En verdad no les cuesta nada meterse la mano al bolsillo y ser más flexibles con los muchachos más necesitados. Pero los dirigentes de las federaciones, curiosamente, ni siquiera mencionan tal opción. Parece que existiera alguna amenaza de parte de los rectores, o una colusión entre ambas partes con promesas de beneficio mutuo: de hecho, en mis tiempos de estudiante universitario, la relación entre las dos instancias oscilaba entre esas situaciones. Sin embargo, los perjudicados aquí siempre son los más débiles: aquellos que precisamente, con su sola presencia, avalan aquella retórica repetida hasta la majadería por los decanos y académicos: “la universidad en la diversidad y en la universalidad”.
Para quien suponga que estas palabras sólo pueden ser emitidas por un neofascista, o en su defecto, por alguien que aprueba las políticas educaciones del actual gobierno de derecha, permítame contestarle que ese mito de que las universidades fueron un emblema de la lucha contra la dictadura militar, es tan falso como el que asegura que la iglesia católica hizo lo mismo. Es más: los planteles parecen sentirse conformes con la legislatura de Sebastián Piñera; cuando menos eso se desprende de su silencio respecto de la más reciente movilización. Deben de tener algo de gratitud con el especulador, sobre todo después de que, una vez conocidos los malos resultados de una prueba que pretendía evaluar a los egresados de pedagogía, éste le escupió todo su tufo y el de su hermano a los profesores, sin mencionar a quienes los preparaban. Durante los próximos cuatro años podrán gozar de su autonomía, que por ejemplo, la UTEM ha utilizado para inventar carreras sin campo laboral, o la Chile, para zamparse los montos fiscales destinados a la construcción de un instituto de sismología competente. Por eso no debe creerse en nada que provenga de una universidad, así como en nada que esté relacionado con papas u obispos.

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