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LA CALLE

9 de Junio de 2010

Religiosas sin pelos en la lengua: “Con Juan Pablo II la Iglesia involucionó”

Por

POR CATALINA MAY • FOTO: ALEJANDRO OLIVARES
Guillermina Luza y Eugenia Valdés, miembros de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús, son parte de las mujeres de la iglesia católica que han tenido que aceptar cumplir un rol secundario y alejado de toda cuota de influencia y poder. Viven y trabajan en una población en Puente Alto y, desde ahí, pelan a los curas poderosos y ricachones, a Juan Pablo II y a Karadima. Y cuentan qué están leyendo.
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Guillermina Luza (52) y Eugenia Valdés (43) no usan hábito, pero son religiosas. No les gusta que les digan monjas, porque dicen que esa palabra es en realidad el femenino de los monjes, es decir, de personas que han elegido una vida de oración y contemplación. En cambio, ellas -miembros de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús- son personas de acción y, en vez de aislarse y recluirse, se vinculan directamente con la parte más compleja de nuestra sociedad: viven en la población Los Ferroviarios, en Puente Alto, donde hacen trabajo pastoral y reciben y visitan a los vecinos. Desde que llegaron, hace dos meses, les han entrado a robar doce veces. Pero ellas no se asustan ni se escandalizan. “Nosotras estamos en lugares de vulnerabilidad y lo sabemos. Jesús nos enseña a estar con los más pobres, porque la pobreza es un pecado social y moral”, dice Guillermina.

LA IGLESIA DE ABAJO

Además, ambas son profesoras. Eugenia, del colegio Sagrado Corazón de Apoquindo y Guillermina, de una escuela básica. Sus sueldos van a parar al fondo común de su congegación y son fundamentales para su supervivencia. A ellas el Vaticano no les manda lucas. Aparte de sus sueldos, la congregación tiene algunas propiedades, por lo que recibe algo de plata por arriendos, y sería.

En la casa de su comunidad viven cuatro religiosas que, además de todo lo anterior, van a la feria, hacen el aseo, lavan su ropa, hacen las compras, cocinan. Rezan juntas todos los días a las 9:30 de la noche y tratan de ver las noticias. También leen, y no sólo libros religiosos. Eugenia está leyendo el libro autobiográfico de Barack Obama, y Guillermina “¿En qué creen los que no creen?”, un diálogo entre Carlo María Martini, arzobispo de Milán, y Umberto Eco. Descansan poco.

Algunos números atrás, The Clinic conversó con estudiantes de Teología de la UC, una de las cuales -Bernardita Zambrano, miembro de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús- dijo: “Yo no formo parte de la Iglesia oficial, no doy directrices, soy de la iglesia de abajo. Y lo que veo desde mi realidad es una iglesia lejana y dirigida sólo por hombres”. A raíz de eso, The Clinic se interesó en ir a conocer a las mujeres de esa “iglesia de abajo”, para conversar sobre la hegemonía masculina que hoy tiene al Vaticano viviendo una de sus mayores crisis, con casos como el de Karadima destapándose en todo el mundo.

-Yo creo que las crisis son buenas, que la iglesia está llegando a un punto histórico en que pasaremos a una nueva etapa. Hace tiempo que veíamos la venida de esta crisis-, asegura Guillermina. Y Eugenia agrega: “Después del Concilio Vaticano II se abrió a una nueva forma de ser Iglesia y vivir el evangelio, pero desde los años 80 y el papado de Juan Pablo II, empezamos a vivir una involución al pre Vaticano II. La Iglesia empezó a cerrarse, a no dialogar y a dictaminar conductas sin discusión. Un retroceso importante fue en el concepto de sacerdocio, en el rol del presbítero”.

CURAS PODEROSOS

El impulso dado por Juan Pablo II al empoderamiento de movimientos conservadores como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo “y también algunos diocesanos, que no tienen congregación, pero son muy conservadores”, dicen las religiosas, llevó a que en la iglesia católica empezaran a predominar las jerarquías. “Es que es más fácil formar bajo la ley, bajo lo piramidal, donde hay un jefe que manda y dice cómo vamos a funcionar. Dialogar implica un desafío mayor, escuchar, transar. Acoger la diversidad, que es un tema conflictivo desde el origen de la Iglesia. Y esa diversidad también tiene que ver con un tema de género”, explica Guillermina.

“El párroco cada vez asumió más autoridad y los laicos o religiosas quedaron por debajo. Esto tiene que ver con el poder”, agrega Eugenia. Y ese poder que la estructura piramidal de la Iglesia confiere a los párrocos por sobre sus feligreses, es el que ha permitido que existan y se mantengan en secreto casos como el de Karadima o el de Maciel. Curas que, como dicen sus denunciantes, parecían ser enviados directos de Dios, que determinaban qué era pecado y qué no, y que tenían a sus “preferidos” y les hacían creer que eso era un honor. “Yo antes de ser religiosa estuve en misas en El Bosque y Karadima es un hombre carismático, pero no es mi estilo. Se sabía que tenía este grupo cerrado en el que había discriminaciones y descalificaciones”, cuenta Eugenia.

Dicen que si bien no pueden determinar si son ciertas o no las denuncias en contra del cura de El Bosque, les parecen “creíbles” e inaceptables. Sobre el paso de tortuga de las investigaciones eclesiásticas al respecto, dice Eugenia:

-Eso está dentro del contexto de cómo procedió la Iglesia entera. La carta que le mandó el Papa a los irlandeses se refiere a situaciones que ocurrieron a mediados del siglo pasado. Así enfrentó la Iglesia los abusos. Igual como tapó a los sacerdotes que tuvieron hijos y tapó los abusos de mujeres, que también han existido y de los que nada se ha dicho. Todos en la Iglesia sabíamos esto-. Y Guillermina agrega: “Para mí son errores gravísimos que viví con amargura. Pero sabía que eran cosas que tarde o temprano iban a caer, porque Dios no iba a sostenerlo. Y el actual Papa ha sido valiente y muy importante para que esto pasara”.

Sobre la contradicción entre la iglesia cartucha y moralina -más preocupada de prohibir las relaciones sexuales fuera del matrimonio, el uso del condón y la píldora del día después, que de usar sus fuerzas para luchar por la justicia social, por ejemplo- y el ocultamiento que ha hecho de los pedófilos que hay en sus filas, las religiosas dicen que las cosas no son tan así. Que son los medios fachos de nuestro país los que sólo le dan espacio a las alas conservadoras de la Iglesia -porque estos no están preocupados de promover la justicia social y sí de prohibir la píldora- y así hacen creer a las audiencias que la Iglesia es sólo eso. Y que tampoco hay tantos pedófilos: “Basta que sea un caso para que sea importante y doloroso, pero son casos acotados. Lo dijo el Cardenal en su carta: son 20 casos en Chile que se están investigando; y aquí hay miles de sacerdotes. Pero son cosas que no pueden pasar y está bien que se sepan”.

Tampoco creen que el celibato tenga algo que ver al respecto. “No tiene relación con eso. Nos hemos enterado de varios casos de pedófilos que no son célibes. Tampoco tiene que ver con la homosexualidad, sino con una doble vida”, dice Guillermina. Para ellas, el celibato es una opción, no una imposición. Dice Eugenia: “Los religiosos optamos y hacemos votos de pobreza, castidad y obediencia. Es distinto al sacerdote diocesano, que tiene votos de castidad y de obediencia al obispo. En ese caso podría ser opcional, como lo es en otras iglesias. Pero uno elige el celibato porque se siente llamada a entregarse al evangelio y al servicio a los demás. Es una opción de exclusividad. Si alguien opta por casarse, también está haciendo un compromiso de fidelidad como opción”.

-Lo elegimos, aunque sabemos que implicará un trabajo personal, porque es un signo concreto del reino de Dios. Y si yo empezara a faltar a ese compromiso, la pregunta detrás sería si la opción que hice, vivir el evangelio, construir una comunidad, trabajar con los otros, tiene sentido aún para mí o no. Y si ya no lo tiene, se empiezan a buscar compensaciones.

PATIO TRASERO

Las mujeres en la Iglesia, es evidente, tienen un rol secundario, si es que ya esto no es mucho decir. Eso, a pesar de la adoración intensa que los curas sienten hacia la figura de la virgen María. “Es por lo mismo que un hombre adora a su mamá, pero ella no tiene autoridad. La iglesia es profundamente patriarcal y machista”, asegura Eugenia.

¿Se sienten en el patio trasero de la Iglesia?
E: En algunas situaciones nos sentimos no tomadas en cuenta. Rechazadas, descalificadas.
G: Manipuladas.
E: Abusadas. Pero tiene que ver con el rol de las mujeres en la sociedad.
G: Aunque hay lugares en que he trabajado codo a codo con hombres, consagrados y laicos. En las bases, la mayoría de los integrantes de las comunidades cristianas son mujeres. A mí en lo personal no me interesa estar en la jerarquía, porque creo que está cayendo por su propio peso. La mujer en la historia ha tendido menos al poder y uno de nuestros aportes es el sentido de comunidad.
E: Sin embargo, a mí sí me gustaría que la mujer tuviera más protagonismo, porque en la realidad somos hombres y mujeres. Pero nosotros no necesitamos el poder para evangelizar.
El rol de las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús tiene que ver con la educación. No sólo con la educación formal, sino también, como ellas dicen, con la “promoción de las personas”. Por eso su opción es ir a vivir entre los más olvidados por la sociedad. Hay religiosas de esta congregación viviendo en poblaciones en Estación Central, Lo Espejo, Melipilla, Concepción, Antofagasta y Puente Alto.

¿Cómo es que ustedes, aperradas y viviendo en poblaciones, son parte de la misma Iglesia que los curas en autos de último modelo?
E: A mí eso me indigna. Pero aunque los curas diocesanos no hacen votos de pobreza, igual hay algunos que son consecuentes con el evangelio.
G: Es el costo también de la institucionalización de la fe y de una institución que va envejeciendo y que tenemos poca energía para renovar.

¿Qué piensan de las monjas de claustro?
G: La Iglesia tiene diversidad de carismas y dentro de eso está la vida contemplativa.
E: Es como cuando tienes un hermano poeta, que te puede parecer un inútil, pero bueno, es su vocación.

Frente a la disminución en el número de mujeres que se deciden por ser monjas -que incluso llevó a que el año pasado la Congregación de las Hermanas Siervas del Inmaculado Corazón de María dejara de estar a cargo del colegio Villa María-, estas religiosas no se muestran sorprendidas. Dicen que tiene que ver con el mundo materialista y lleno de estímulos en el que estamos viviendo y con la gran cantidad de opciones que hoy existen para las mujeres. “Hemos perdido la dimensión trascendente de la vida. Pero deberemos volver a buscarla, porque esto nos queda corto”, dice Eugenia. Y luego agrega: “También influye la disminución de la credibilidad de la Iglesia”.

¿Cómo sería la Iglesia si, por arte de magia, las mujeres tomaran el poder que hoy tienen el Papa, los obispos y los curas?
E: Es que si estuviéramos a cargo no existiría esa estructura. No repetiríamos el modelo.
G: Seríamos una Iglesia más comunitaria, acogedora y diversa.

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