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Opinión

13 de Junio de 2010

El tongo de la sociedad de valores

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POR CRISTOBAL BELLOLIO
Si la “sociedad de oportunidades” que promueve el Presidente Piñera llega a convertirse en una realidad, entonces la “sociedad de valores” que también predica comienza al mismo tiempo a resquebrajarse. La razón es sencilla: las sociedades que incrementan sustantiva e igualitariamente su capital cultural tienden a alejarse de los denominados “valores tradicionales” tan caros al discurso conservador. Si Chile se transforma en un país desarrollado (lo que sigue midiéndose fundamentalmente en términos de ingreso per cápita y no de matrimonios celebrados), entonces la derecha deberá hacerse cargo de la cuota de modernidad que acarrea por sí misma la modernización.

El problema es conceptual: ¿qué entendemos por valores? Los estudios comparativos demuestran dos ejes para entender el asunto: uno de ellos divide a las naciones entre aquellas que se aferran a valores tradicionales versus aquellas que promueven valores racional / seculares. Entre las primeras están aquellas que fomentan la religiosidad, el apego al modelo clásico de familia, la exaltación del patriotismo y la obediencia a la autoridad. Entre las segundas, las que respetan igualmente las diferentes opciones de vida, la participación crítica, el empoderamiento ciudadano y la confianza interpersonal. ¿De cuál sociedad de valores habla La Moneda?

El otro eje relevante es aquel que distingue entre países con economías de supervivencia y aquellas que ya dejaron atrás esa etapa para adentrarse en economías de autorrealización. Evidentemente, temas que en estas últimas se caen de maduros en las primeras pueden considerarse un lujo (o “de elite”, como insiste la UDI). Claro, hay que satisfacer otras demandas más urgentes, como dicen algunos gobernantes para evadir la promoción de libertades individuales o derechos políticos. Lo interesante es que los países pobres no sólo se sitúan en la parte baja de este eje relativo al desarrollo económico, sino que suelen además identificarse con los “valores tradicionales” anteriormente descritos, salvo excepciones. Y viceversa, los países que despegan económicamente tienden a volverse más liberales (como ya lo son hoy las clases más educadas de nuestro país, aunque se piense lo contrario).

El sueño de un Chile desarrollado, con igualdad de oportunidades y vocación democrática, lleva necesariamente a un Chile que cuestiona sus valores tradicionales. De hecho, ya está ocurriendo en las nuevas generaciones, lo que aún no tiene correlato en el discurso político. Ya no hay un solo tipo de familia ni una sola opción sexual respetable ni una sola forma de control de natalidad. El derecho a elegir, como manifestación de la dignidad del hombre libre, no se limita a sus compras de supermercado; se extiende a sus aspiraciones de autonomía personal. Tal como la economía de mercado empujó ciertos procesos democráticos (ambos fundados en la libertad), la extensión de las capacidades personales a partir del desarrollo económico empuja también una mayor pluralidad de life choices.

En su discurso del 21 de mayo, Piñera sostuvo que su agenda valórica representaba el verdadero “progresismo”. Aunque estemos de acuerdo en que éste es un concepto cacofónico, la cuerda no puede estirarse tanto. Fue un mensaje muy cercano a lo que los norteamericanos llamaron conservadurismo compasivo, que esencialmente consistía en gobernar con la Biblia en una mano y las herramientas del Estado en la otra. Bill Clinton se quejaba amargamente de que George W. Bush le arrebataba las banderas al mundo demócrata al validar el rol del Estado. Pero Bush, además, era un prolífico evangelizador. Dicen que no hubo otro Presidente de EEUU que mencionara tantas veces a Dios. Piñera lo hizo varias veces en el Congreso Pleno. No tiene nada de malo, por supuesto, pero uno esperaría que la investidura republicana hiciera efecto. De la misma manera como justificó la ausencia de los partidos de derecha en su discurso (“porque soy Presidente de todos los chilenos”), se le podría exigir que tampoco saque a relucir su credo particular en estas instancias.

El mandamás de RN Carlos Larraín acaba de demostrar con sus declaraciones que en parte importante de la derecha apenas se tolera la diversidad. Ni hablar de apreciarla como fuente de posibilidades y potencialidades. El problema es que el Presidente ha lanzado un desafío que, de ser exitoso, cambiará los códigos culturales de los chilenos: la “sociedad de las oportunidades” puede ser el fin de la “sociedad de valores” tal como tradicionalmente la entendemos… ¿Sabrá lo que está haciendo?

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