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Nacional

21 de Junio de 2010

Las “aldeas” del sur: Los campamentos del bicentenario

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POR CLAUDIO PIZARRO • FOTOGRAFÍAS: ALEJANDRO OLIVARES
Pasearse por los campamentos del sur como retroceder 30 años en la historia de Chile. La gente ha vuelto a lavar en bateas, acarrear baldes de agua y comer a la luz de las velas. Un país que volvió al blanco y negro de la noche a la mañana. Con mediaguas plastificadas, chozas de cartón y bonos por doquier. Es el rostro de la reconstrucción y todas las dudas que se vienen ahora que se desencadena el invierno.

El agua comenzó a filtrarse por las hendiduras de las tablas y al cabo de un rato ya había alcanzado el colchón donde dormía junto a sus dos hijos. Fue un mes y medio atrás. La lluvia empezó a caer un viernes en la tarde y en unas cuantas horas ya había anegado la mediagua. Una precipitación insignificante para Lota pero que a Luisa Ortiz terminó por desmoronar. La mujer, embarazada de cuatro meses, tomó entonces una drástica determinación. “Vamos a tener que volver a la carpa”, le dijo a su marido. Aquella noche volvieron a dormir todos juntos en la tienda, abandonando la caseta que les entregó el gobierno. Los niños lloraban y Luisa no hallaba qué decirles.

-Tuve que consolarlos y explicarles que pronto íbamos a estar mejor, fue como un consuelo -recuerda.

Al otro día Víctor León, su esposo, junto a otros hombres de la “aldea” -nombre con que el gobierno rebautizó a los campamentos-, se reunieron y comenzaron a desclavar las tablas mal puestas y las acomodaron nuevamente para que no se colara el viento y la lluvia.

-Si parecían cortinas, uno pasaba por fuera y veía los movimientos de la gente adentro -relata Luisa.

Una escena que contrastaba con el anuncio del gobierno que por esos días ponía fin a la emergencia inaugurando el proceso de reconstrucción. Una “reconstrucción” que en la zona de la catástrofe aún está en la fase de refacción de las viviendas entregadas.

Luisa, de hecho, todavía no forra completamente su vivienda por dentro. El municipio le entregó 16 paneles de terciado pero aún le faltan otros 6 para completar la aislación. Y lo peor es que no tiene plata para hacerlo y las lluvias están al acecho.

-Todo esto es indigno, uno siente rabia, impotencia y dice chuta: ¿cuándo vamos a tener una solución de verdad?

Es lo mismo que se preguntan miles de damnificados en el sur del país. Gente que perdió sus hogares y se quedó con lo puesto. Porque pasearse por los campamentos del sur, hoy, es como retroceder 30 años en la historia de Chile. La gente ha vuelto a lavar en bateas, acarrean baldes de agua y come a la luz de las velas.

Albina Oñate, una anciana de 70 años, sale todas las tardes a tomar el sol afuera de su mediagua junto a su amiga Isolina Aravena y conversan “sobre lo que les está pasando”. Ambas viven en el campamento El Morro, instalado a escasas cuadras del municipio. Las mujeres viven con una pensión de 75 mil pesos y con ella deben batírselas todo el mes. La vida les ha cambiado drásticamente. A falta de duchas deben trapearse el cuerpo con un paño untado en agua tibia. “Ni nuestras abuelas vivían así”, alegan.

Por suerte no les ha faltado comida. El municipio se ha encargado de repartir canastas familiares y cocinan juntas para no desperdiciar el gas. A eso de las siete de la tarde cada una se encierra en su mediagua. El frío a esa hora es intenso. Albina prende una vela mientras se acuesta y la apaga rápidamente para que dure más. En la oscuridad de su nuevo hogar la anciana reza en silencio.

Recuerda sus días en la Villa Ilusión, una población de mineros que se vino abajo con el terremoto, y pide a Dios para volver a tener una casa digna.

A CAMPO TRAVIESA

Fue una estampida motivada por el espanto. Escasos minutos después del terremoto 120 familias subieron a los cerros de Tumbes en busca de refugio. La mayoría eran pescadores de las caletas Candelaria, Cantera y Puerto Inglés, que sufrieron la pérdida total de sus viviendas. De la noche a la mañana estaban allí, viviendo entremedio del bosque en improvisados “rucos” construidos con lo que botó la ola. Literalmente: casuchas miserables paradas con palos, plásticos y maderas. Margarita Vergara llegó con su hijo recién nacido la misma noche del terremoto y desde entonces no se ha movido del lugar. Ha sido una experiencia traumática.

-Pensar que le tenía de todo a mi guagüita, una casa grande, cuna, ropa, coche y ahora mira donde estoy…no se lo doy a nadie –se queja.

Las condiciones de vida en el campamento son extremas. Todavía no tienen luz, ni baños químicos, y el
agua les llega en un camión aljibe. El que más ha sufrido es el pequeño Christofer. Como el “ruco” tiene piso de tierra a los pocos días se le infectó el ombligo y fue internado en el hospital Naval. También ha conocido de cerca la crudeza del invierno.

-Cuando hubo la primera lluvia nos tuvimos que levantar a las cinco de la mañana porque el agua se había pasado, a mi hijo se le mojó el colchón, por suerte que el resfriado se le pasó y ahora dormimos en un somier -cuenta Margarita.

La gente ha tenido que arreglárselas como puede. Ante la ausencia de baño no queda otra que salir a dar un paseo por el bosque. Pero hay que ir con precaución.

-Cuando uno baja tiene que ir silbando para no pillar a las señoras sentadas por ahí -cuenta Patricio Durán.

Ni hablar de la intimidad de parejas. Los pescadores, medio en broma, aseguran que tienen que invitar a “la vieja a buscar leña”.

-Ahí le hacemos una zancadilla y listo -agrega Pedro Bastías.

El buen humor, sin embargo, se esfuma en cuanto aparece el administrador del predio: el comandante en retiro Tomás Wilson. El hombre, aseguran, se siente a sus anchas en el terreno perteneciente a la Armada.

-La otra vez pilló a alguien cortando unas ramas y le dijo que él prefería un árbol que a nosotros -cuenta Lilian Bastidas, dirigenta del campamento.

A tanto ha llegado su prepotencia, aseguran, que durante una semana los mantuvo sin agua e impidió el ingreso al predio de camiones con ayuda.

-Lo hizo como una medida de presión para que nos fuéramos, Lamentablemente como no teníamos luz no lo pudimos grabar con los celulares, es su palabra contra la nuestra -cuenta Patricio Durán.

El diputado Cristián Campos conoce el tema de cerca y no duda en calificar al funcionario como “un pequeño dictador que ha sembrado el terror en el campamento”.

Lo peor de todo es que las familias albergadas no tienen título de dominio pues sus caletas se encuentran bajo administración de la Armada, que recibió los terrenos en comodato después del golpe de Estado de 1973. Para colmo de males, la institución prohibió reconstruir donde habitaban y ofreció a cambio un terreno ubicado en unas quebradas ubicadas en caleta Tumbes.

-Son quebradas húmedas, con ojos de agua, entremedio de unas chacras… ¡Dónde voy a meter a seis personas en una casa de 18 metros cuadrados! No corresponde, si somos seres humanos –se queja Juan Carlos Contreras.

La lucha por un pedazo de tierra digno es una de las batallas que se vislumbra en el horizonte. Situación que ineludiblemente comprometerá los intereses de la Armada, pues administra el 50% del territorio de la comuna de Talcahuano. El senador Alejandro Navarro es partidario de que la institución ceda parte de sus terrenos para enfrentar el proceso de reconstrucción.

-Tiene que haber un acuerdo que respete las condiciones geopolíticas de la Armada pero que también respete el derecho de los ciudadanos de Talcahuano para poder administrar un territorio que está ampliamente desbalanceado… A mi juicio no tiene otra salida que entregar un paño al ministerio de Vivienda para la construcción de viviendas definitivas -asegura.

La Armada no quiso hablar con The Clinic para este reportaje.

LAS MEDIAGUAS MILLONARIAS

La villa Santa Clara fue uno de los sectores más afectado por el tsunami en Talcahuano. El agua entró varios kilómetros y arrasó con las viviendas apostadas en un terreno ubicado bajo el nivel del mar. Un recurso de protección interpuesto el año 2006 por la coordinadora ambiental “Talcahueño” alertó sobre el peligro que enfrentaba la población por tratarse de un “área de riesgo natural, inundación, anegamiento sísmico y tsunami”. El tiempo les dio la razón. Cuatro años más tarde la población quedó sumida en el lodo y nueve habitantes del sector perdieron la vida. Los restantes todavía luchan por levantarse desde los escombros, curiosamente, en el mismo lugar. Juan Carlos Fernández es uno de ellos. Un mes después del tsunami recibió un par de mediaguas de un Techo para Chile que armaron los voluntarios en su devastado terreno. Pero todavía no puede habitarlas.

-Nos tocaron las mediaguas más malitas, se gotean enteras, el agua se pasa por las junturas y como el techo no está forrado se gotea con el rocío de las mañanas -alega.

Rodríguez, agobiado por la situación, decidió desarmarlas y pagarle a unos maestros para que la instalaran de nuevo. Mientras, arrienda una vivienda a escasas cuadras de su terreno. Hasta el momento ha gastado 130 mil pesos y eso que todavía no ha comprado las ventanas, ni la puerta, ni tampoco el cierre perimetral. En total, calcula, tendrá que desembolsar alrededor de 600 mil pesos antes de que pueda habitarla.

-Igual se agradece que me hayan regalado una mediagua, eso no lo niego, pero que den algo digno y que sirva. Tengo un nieto que sufre de asma y, así como está la casa, lo traigo y en una semana se me muere -dice.

Las críticas a las mediaguas instaladas por un Techo para Chile, que administró 15 mil millones de pesos asignados por la campaña “Chile ayuda a Chile”, no sólo sacaron ronchas en los pobladores, también la intendenta Van Rysselberghe las ninguneó sin piedad, al igual que algunos arquitectos. Uno de los críticos más enconados fue Miguel Lawner, ex director ejecutivo de la Cormu, entidad encargada del mejoramiento urbano durante la Unidad Popular. “Las mediaguas de Un Techo para Chile han sido diseñadas por gente incompetente y se han instalado sin que exista un mínimo de fiscalización”, asegura. A juicio del arquitecto las viviendas presentan errores estructurales “impresentables”.

-Uno de ellos es la ausencia de diagonales, indispensables para la resistencia a vientos o temblores; otro es la carencia de aleros lo que es imperdonable en una zona de lluvia y, por último, la instalación de pollos de fundación sin la debida impregnación para resistir la humedad -comenta.

Diego Sierte, coordinador de un Techo para Chile en la Octava región, alega que la prensa “ha sido muy dura y que la situación no fue tan así”.

-Es posible que algunos voluntarios no hayan puesto bien un clavito; fue una minoría de los 55 mil que movilizamos, Por eso ahora estamos buscando los casos, uno a uno, para poder reparar las viviendas -sostiene.

Con todo, las 20 mil mediaguas prometidas por Un Techo para Chile fueron construidas con un mes de anticipación y un ahorro de 3 mil millones de pesos. Situación que, lejos de calmar los ánimos, generó más resquemores.

-Es patético que haya sobrado esa plata y no se haya utilizado en haber hecho mediaguas de mejor calidad -se lamenta Lawner.

Diego Sierte, en tanto, da vuelta la página. “Ahora le corresponde al gobierno hacer la segunda etapa”, advierte. El proceso comenzó con la instalación de una membrana de polietileno adherida a la mediagua a través de corchetes. Una medida inusual para enfrentar las lluvias que la gente se ha tomado con cierto humor.

-Una señora me dijo, después que le plastificaron su casa, que sentía que estaba viviendo dentro de un condón -cuenta el diputado por la zona Cristián Campos.

Las promesas desde entonces no han cesado. El gobierno ofreció, además, un kit eléctrico compuesto por cuatro enchufes y dos soquetes. Y eso que en algunos campamentos todavía ni siquiera hay luz.

Las mayores expectativas, sin embargo, la ha generado el bono de 100 mil pesos, incluido en el programa Manos a la Obra, implementado para refaccionar las viviendas. No son pocos los que piensan que, sumando los gastos en mejoras, se trataría de las mediaguas más caras de la historia del país.

-Si ya casi bordean el millón de pesos -agrega el concejal Hernán Pino de Talcahuano.

Y eso, sin contar el “bono abril”, consistente en 100 mil pesos, que el gobierno prometió entregar a las empresas constructoras por cada vivienda instalada en los sectores damnificados. Medida cuestionada por el diputado Patricio Vallespín quien envió un oficio al ministerio de Vivienda.

-A mí me parece que es un incentivo mal puesto que otorga más plata a quienes deben estar obligados a hacer las cosas bien. Además, ha existido poca transparencia que se puede prestar para algún tipo de negociado- detalla.

Es la misma suspicacia que tienen algunos alcaldes. La adjudicación de 8 mil millones de pesos a Easy, Sodimac y Construmat, encargados de proveer los materiales para la reconstrucción, ha desatado una serie de reclamos. El alcalde de Talcahuano, Gastón Saavedra, cuenta que ha constatado sobreprecios en algunos productos debido a la distribución monopólica de las grandes cadenas.

-Lo que pasó es que Sodimac no nos entregó todo el stock que pedimos de zinc, luego le pedimos que nos enviaran más y cuando lo hicieron las planchas habían cambiado de valor -detalla.

Para Claudio Arriagada, presidente de la Asociación de Municipalidades, la demora en la entrega de materiales ha retrasado el proceso de reconstrucción. “Es un círculo vicioso”, agrega.

-Si esto funciona como los economatos de Pisagua, en tiempos de las salitreras: sólo se puede comprar con fichas en las pulperías -cuenta.

LETRA CHICA

A lo lejos, viniendo desde Penco, se divisa una loma con innumerables techos repartidos a un costado de la carretera. Las casitas se asemejan a esas grandes estructuras compuestas por diversas piezas de dominó. Una imagen monótona, casi en blanco y negro, que irrumpe en el paisaje plagado de bosques. Es el campamento (la “aldea”) El Molino, el más grande asentamiento de emergencia construido tras el terremoto, ubicado a cuatro kilómetros de Dichato. En el lugar hay instaladas 519 mediaguas. A diferencia de otras aldeas, las casas construidas en la zona, se aprecian mucho más presentables. Al menos desde el punto de vista estético. Son la segunda camada de mediaguas, “mejoradas”, pero que aún no cuentan con forro interior. El orgullo de la intendenta Van Rysselberghe que, cuentan, expulsó con viento fresco a un Techo para Chile de Dichato.

-No es que nos haya echado, pero es efectivo que no quiso coordinarse para trabajar en algunos lugares, así que tomamos otros sectores como Coliumo -cuenta Diego Sierte, coordinador de un Techo para Chile en la Octava Región. La Intendencia de la VIII región no quiso hablar en este reportaje.
El terreno donde se emplaza el campamento fue arrendado a Forestal Arauco, propiedad del grupo Angelini, en 5 millones de pesos anuales. Una ganga si se considera que se trata de un terreno de 9 hectáreas. Pero no todo es tan maravilloso como se pinta. La letra chica del contrato, según el alcalde de Tomé, Eduardo Aguilera, estipula que si en el plazo de dos años el terreno no es devuelto, el gobierno se compromete a comprar el paño a un valor de 0,4 UF el metro cuadrado.

-Una cifra exagerada para un terreno forestal que ni siquiera está urbanizado – agrega Aguilera.

La gran dificultad que tiene el municipio es precisamente la escasez de suelos para construir soluciones habitacionales futuras. Algo similar a lo que ocurre en Talcahuano con la Armada.

-Las forestales poco a poco nos han ido invadiendo y estamos obligados a negociar con ellas para ver cómo podemos resolver los temas de terrenos -asegura Aguilera.

Una situación que se torna aún más compleja si se considera que Corma, la Corporación de la Madera que agrupa a los grandes dueños de bosques, llegó a un acuerdo con la intendencia para construir viviendas. O sea, aparte de ser dueños de los terrenos, los arriendan, venden la madera y, más encima, construyen las casas.

-Corma tiene la sartén por el mango porque posee el control monopólico de la madera y, por tanto, tiene la llave para la producción de las casas. Es una situación que se venía arrastrando y que ha hecho quebrar a los aserraderos pequeños de la región del Bío-Bío. Creo que la reconstrucción ha tenido un claro sesgo al favorecer a los proveedores mayoritarios en desmedro de las PYMES -denuncia el senador Alejandro Navarro.

Emilio Uribe, Gerente General de Corma en la Octava región, se defiende argumentando que se trata de una asociación gremial que tiene 250 asociados que van de las grandes empresas hasta profesionales independientes. “No hay por tanto una posición privilegiada”, asiente.

La gente del campamento, pese no a estar al tanto del tenor de estas disputas, vislumbra que algo raro se agita en el ambiente. No son pocos los que creen que el futuro de Dichato estaría “cocinado”.

-La gran riqueza de Dichato es el turismo. Por eso creo que van a venir grandes personajes con dinero a construir edificios y a la gente que vivía en el borde costero se la va a corretear a los cerros. No hay que olvidar que en los grandes balnearios los ricos viven a la orilla del mar y los pobres en Chuchunco -afirma Miguel Barra, dirigente del campamento.

Moisés Soto, un ex empresario gastronómico que perdió su negocio en el tsunami y que hoy habita en el campamento, asegura que don Guillermo Yanke, dueño de Pingueral, “anda ofreciendo plata por los terrenos para hacer un acceso principal por la playa”.

Soto, que en sus mejores tiempos ofreció empleo a 10 personas en su restorán, todavía no se acostumbra a vivir en el campamento.

-Lo que pasa es que uno es quitado de bulla, no le gusta el boche, y aquí uno escucha a cabros gritoneando a sus mamás y agarrándolas a garabatos -dice.

Un problema que, según los expertos, puede ir en franco aumento. Ángela Saavedra, jefa territorial del Hogar de Cristo, piensa que la prioridad es levantar “el capital social que se perdió tras el terremoto”.

-Si bien no podemos generalizar, estamos claros que se vienen temáticas súper complejas a nivel de familia como la cesantía, que muchas veces implica violencia intrafamiliar, alcoholismo, deserción escolar y situaciones de abuso en contra de los niños y la mujer -asegura.

Moisés Soto, pese a llevar poco más de un mes en su mediagua, ha visto situaciones que lo incomodan. Dice que hay mucha gente que se aprovecha y sigue pidiendo ayuda cuando tienen la despensa llena por lo menos para un año.

-Cuando llega una camioneta a entregar ayuda hay personas que prácticamente se tiran encima con tal de quitarle algo a quien está recibiendo y eso no puede ser, se ve feo -alega.

Si hay algo que Soto aprendió viviendo en el campamento es que hay personas que no sólo perdieron sus casas tras el tsunami. Hay algo que representa una pérdida mayor, a su juicio, y que no se ve a simple vista: la dignidad.
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Más fotos de Alejandro Olivares de los campamentos del sur en este enlace

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