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LA CALLE

22 de Junio de 2010

Flaiteando en Sudáfrica

Por

Por Leo Salazar, desde algún lugar de Sudáfrica

Chilenos en Sudáfrica hay por montones. Andan los solitarios, los que se hicieron de amigos acá, los
organizados con itinerario completo, y los que van arreglando la carga en el camino. Las historias se acumulan por doquier y es fácil escuchar por las calles la frase: “Wena compare ¿Soi de Chile?”. Aquí, dos relatos de lo que se cuenta en Sudáfrica en blanco, azul y rojo.

Al Tito se lo cagó otro chileno: Tito llegó con su hermana a Sudáfrica. Conocieron a otro chileno que vino solo y pasó 10 días con un centroamericano amante de la escalada, que lo llevó a unas montañas de Durban, lejos del Mundial. Tito, la hermana y el nuevo amigo comenzaron a moverse juntos y, tras el triunfo sobre Honduras, se fueron “a despedir de Nelspruit”. Estaban “tomando chelas cuando llegó una mina chilena re simpática”. Cuando entró en confianza, la muchacha les presentó a sus amigotes, “cuatro locos de Chile medios flaites”.
“Tomaron cerveza gratis y eran medios balsas”, dice Tito. Al rato un tipo le “tiró el palo” a la hermana del Tito de si le podía prestar la tarjeta de crédito, “porque la suya tenía un problema raro”. Hastiados, Tito les ofreció ir a dejarlos. Le dijeron que estaban en una hostal a un par de cuadras. Cuando llevaban como media hora arriba del auto arrendado por Tito, “los flaites empezaron como hablar más pesao. Yo les dije que los dejaba hasta ahí nomás y me dijeron que me calmara y que me pagarían por el pique”. Al final los tipos se bajaron y le pasaron a Tito cinco billetes de 10 rands. Como 4 lucas. Todos eran falsos.

Aníbal “la hizo” con un guardia del estadio: Aníbal, su hijo y su esposa llegaron a Port Elizabeth tres días antes del partido de Chile y Suiza. Aterrizaron “como un cuarto pa la una y a las una y media jugaba Alemania con Serbia”. Arrendaron rápido un auto, dejaron las cosas en la hostal y partieron al estadio, para ver si alcanzaban a ver el partido de los alemanes “al menos en el segundo tiempo”. Sin entradas, Aníbal, su hijo y su esposa llegaron a una de las puertas del Nelson Mandela Bay y le comenzaron a hacer ojitos a un par de guardias. “Hasta que uno picó y me hizo una seña”, cuenta Aníbal. “Me decía que esperara. De repente vino otra niña y me llamó a un lado: ‘150 rand cada uno’, me dijo. Yo le pasé la plata, ni sabía cuánto era. Tuvimos que esperar un rato más y pum… Nos metimos al partido

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