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Poder

27 de Junio de 2010

Las siervas de Maciel que el Vaticano no reconoce

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JORGE ROJAS G./ Ilustración: Marcelo Calquín
Viven en una especie de esclavitud voluntaria, ven a sus familias una vez al año y deben entregar todos sus bienes a la congregación. En Chile existen varias Consagradas, más que sacerdotes legionarios, y todas de familias muy influyentes, como la hija del abogado Fernando Barros o la del ministro de educación Joaquín Lavín. Hoy no están reconocidas por el Vaticano. Algo no menor, porque se pone en cuestión el que sean verdaderas religiosas y los objetivos de su misión: “sólo trabajábamos para conseguir dinero y vocaciones para conseguir más dinero y así construir el imperio de Maciel”, dice una norteamericana que se retiró del grupo.

Hace una semanas la revista mexicana Milenio destapó la última crisis de los Legionarios de Cristo. Cuando ya se pensaba que los abusos sexuales a seminaristas y las hijas que Marcial Macial, fundador de la orden, había dejado repartidas por el mundo eran todo lo que se podía esperar, la filtración de parte del informe que prepara la Comisión Investigadora, integrada por cinco obispos entre ellos el de Concepción Ricardo Ezzati, aportó un nuevo dato: en la congregación existen cerca de 900 mujeres consagradas que no están reconocidas como congregación por el Vaticano y que viven como si fueran monjas, pero sin serlo. Es decir, en terminos simples, pertenecen a una congregación ficticia que, dentro de otra congregación, se ocupaba principalmente de recolectar dinero y conseguir nuevas vocaciones.

-En cierta forma éramos como esclavas, porque sólo trabajábamos para conseguir dinero y vocaciones para conseguir más dinero y así construir el imperio de Maciel. Yo siento que los legionarios no podían hacer todo lo que Maciel quería, en cambio nosotras podíamos llegar a otro nivel de la sociedad -dice Marita La Palm (28), ex Consagrada estadounidense.

Las ramas de las Consagradas llegan a varias partes del mundo. Hay mexicanas, españolas, francesas, italianas, alemanas y, por supuesto, chilenas. Todas muy ligadas a familias influyentes localmente, como son el caso de la hija de Luis Hernán Cubillos o la del abogado Fernando Barros. Pero sin duda quien más figuración tiene es Paulina Lavín León, hija del actual Ministro de Educación y ex candidato presidencial de la UDI, el supernumerario del Opus Dei Joaquín Lavín.

Paulina entró a postular a la vida consagrada en el 2003 y desde ese momento no ha abandonado la Legión. Tampoco lo ha hecho ahora, que es gerenta de una de las casas de las Consagradas en España.

-Joaquín Lavín va todos los años a ver a su hija en familia. Por lo que sé, allá no vive mal. Hacen votos de pobreza, pero viven de la caridad -dice un cercano al ministro. Y agrega que en estos últimos días la familia le ha bajado el perfil a lo que dicen los medios sobre las prácticas a las que eran sometidas las Consagradas y creen que todo esto es mentira.
Pero el caso de Paulina Lavín está lejos de lo que le sucedió a Ángeles Coloma, hija del presidente de la UDI, Juan Antonio Coloma. Según cuenta alguien que la conoce, Ángeles tuvo que abandonar la vida consagrada por una enfermedad sin que su familia se enterara de detalles.

VIDA DE ESCLAVA

Las enfermedades en las Consagradas son algo reiterativo. El reportaje de la revista Milenio consigna que “antes de cumplir los 30 años de edad tienen síntomas serios de fibromialgia, neurosis, colitis, gastritis, trastornos del sueño y depresión”. Así le ocurrió a Marita La Palm que abandonó la casa de las Consagradas de Monterrey a los 20 años, dos años después de haberse integrado.

-Me hacían creer que abandonar la vocación era una traición. Me molestaba la obediencia ciega, las promesas privadas y el que tuviésemos que decirle santo a Maciel.

Marita, al igual que todas sus compañeras, seguían órdenes muy estrictas, relatadas en un capítulo de los Estatutos del Regnum Christi. Allí se establece que a los 15 años de haberse consagrado se les exigirá que entreguen la mitad de sus bienes patrimoniales; y a los 25, la totalidad de ellos. También hay normas de visita: sus padres las pueden ver una vez al año y tienen derecho a una llamada mensual. A eso se suma que toda su vida se realiza en completa vigilancia: no pueden hablar entre ellas de cosas personales, salvo durante la media hora del almuerzo y los diez minutos antes del final de día y cada correo electrónico que mandan es revisado por la superiora.

-En dos años de vida consagrada vi a mi familia una sola vez y los llamé sólo en ciertas ocasiones. Además, no tenía el privilegio de meterme a Internet, por eso siento que fui abusada emocionalmente -dice Marita.

Fue eso lo que le gatilló una depresión, que finalmente fue determinante para que sus superioras no la dejaran seguir con su vida consagrada. Así quedó registrado en una carta que el propio Maciel le envió, aunque ella no cree que esas palabras hayan salido de su boca, sino que de algún legionario bondadoso: “he estado meditando delante de Dios nuestro Señor y he llegado a la conclusión de que Él no la llama a la vida consagrada. Por lo cual, creo que es mejor que viva en su casa como miembro de primer grado del Movimiento y comience a llevar una vida normal en el mundo, participando en las diversas actividades formativas y espirituales que le ofrece el Regnum Christi”, decía la carta.

No todos creen que testimonios como el de Marita sean verdad. Juan Carlos Eichholz, simpatizante de la Legión, asegura que esto tiene mucho de malicia.

-Las consagradas son el equivalente de los curas. En la práctica son monjas modernas, que no andan con trajes, que viven en comunidades y que trabajan en los colegios o en distintos apostolados. Eso que sale de que no pueden ver a los papás y que prácticamente se las raptan no es cierto, porque el proceso es el mismo que el de los curas. Hablar de esclavas es malicioso -concluye.

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