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Cultura

4 de Julio de 2010

Mario Silva, escritor: La nueva y chacal voz de los bajos fondos

Claudio Pizarro
Claudio Pizarro
Por

POR CLAUDIO PIZARRO
Tiene el mismo nombre de un famoso narcotraficante criollo. Antes de los 10 años presenció un asesinato y una violación. Estuvo internado en la Fundación Mi Casa, fue cabo de la Fuerza Aérea y ahora se perfila como una de las voces literarias más potentes del mundo marginal. Realismo puro y duro el de Silva -autor celebrado por Paco Rivano y Lafourcade-, que ahora acaba de publicar “El Roberto y la Julia”. Conózcalo, vale la pena oír su voz.

¿Por qué un cabo de la Fuerza Aérea decide transformarse en escritor?
-Porque era un cabo medio marciano. En vez de meterme a estudiar en la universidad pedí permiso en la Fach para hacer un taller literario. Al principio me miraron raro, pero igual me dieron permiso. Y después, imagínate a un tipo de uniforme entrando en la Sech (Sociedad de Escritores de Chile) en pleno gobierno militar. Era una huevá surrealista.

¿Con quién te topaste en aquellos años?
-Llegaban los tipos más raros del mundo, había un ambiente anárquico total. Estaba Pedro Lemebel, que en ese tiempo era Pedro Mardones, y Sergio Parra. También estaba la Pilar Clemente y nuestro profesor era el Guatón Iglesias, un licenciado en filosofía que trabajaba en El Mercurio.

¿Cómo era Lemebel en aquel entonces?
-Nunca fuimos amigos, por el hecho de ser yo uniformado, pero cuando había que hacer crítica de cuentos era muy objetivo. Siempre me tuvo cierta distancia.

¿A lo mejor pensaba que eras sapo?
-No sé, a lo mejor. Si todo el mundo me veía como un ser rarísimo. Me acuerdo que en una oportunidad me tocó ser jurado de un premio y andaba con mi cámara sacando fotos y cada vez que lo hacía un huevón de pelo largo se tapaba la cara.

Ese sí pensaba que eras sapo
-No, al contrario, el tipo era el que andaba sapeando. Si yo hubiera sido sapo no hubiera estado con uniforme.

¿Nunca tuviste problemas con los milicos?
-Fíjate que no, al principio respingaron la nariz pero me dejaron tranquilo. Incluso llevé obras de teatro de Luis Rivano a mi unidad y, cuando publiqué mi primer libro, que lo hice con fotocopias y corchetes, se los vendí a todos mis compañeros.

DROGUETT, NUESTRO PROUST

¿Cómo conociste al “Paco” Rivano, otro ex uniformado adicto a las letras?
-Siempre iba a comprar libros a Bandera y lo veía de lejos. Cruzábamos un par de palabras y nada más. Cuando fui creciendo conversábamos un poco más hasta que un día llegué de uniforme y le dije si podía leer un cuento mío. “Pero dígame la firme, necesito que un escritor de su experiencia me dé su opinión”, le dije.

¿Y cómo te fue?
-A la semana llegué y me dijo que estaba súper bueno pero que no sabía cómo terminaba. Se me había olvidado pasarle el final así que se lo conté. Después, ese cuento ganó la tercera mención honrosa del grupo que teníamos en el taller.

¿Cuánto influyó Rivano en tu vocación literaria?
-El Paco, como buen librepensador, se preocupó de no crear una “escuela” Rivano, y eso se lo agradezco mucho. Con el tiempo he trabajado con gente de cine, teatro, pero, lejos, él es la persona más creativa con la que me ha tocado estar, y eso influye mucho cuando eres joven. En el fondo creo que me motivó su capacidad de ser autodidacta.

¿Por qué de vez en cuando aparecen especímenes literarios en los cuarteles?
-Porque las fuerzas armadas son un sistema muy ordenado y la gente que llega es muy aspiracional, tiradora para arriba. En la unidad que estaba, que era de telecomunicaciones, éramos 40 electrónicos y la mitad terminó siendo ingeniero. Yo preferí la escritura y no me arrepiento.

¿Quienes son tus referentes en la literatura nacional?
-El que más me gusta es Rivano, definitivamente. También influyó mucho Antonio Montero, a mi juicio, un escritor subvalorado. Edwards me gusta aunque lo encuentro disparejo. Fuguet me agradó en un comienzo pero después me di cuenta que era un escritor satélite que le faltaba aire local. El otro que influyó terriblemente en mí fue Manuel Rojas, y Antonio Acevedo Hernández en teatro. Carlos Droguett me fascina, es nuestro Proust. A la Isabel Allende la encuentro entretenida…

¿Tienes algún candidato al premio nacional de literatura?
-No, para mí es un premio político. Se lo ganó Volodia y eso que fue estalinista toda su puta vida. No podría justificar a un huevón que se pitió 40 millones de rusos.

“LA POBLA”

¿Por qué decidiste escribir sobre la marginalidad urbana?
-Porque hay cabros de población que no han leído en toda su vida un libro y, de repente, cuando leen algo mío, dicen que les gusta porque “manyan lo que nosotros manyamos”. Eso es porque mis personajes hablan como ellos, son parecidos a ellos y se sienten identificados. Para mí como escritor es súper importante abrir una ventanita. No quiero hacer una revolución. La idea es comunicar mundos porque mientras más mundos conoces tienes mayores opciones de escoger.

¿Te apasiona el realismo?
-Mira, yo nunca me tragué a Papelucho. Y no estaba equivocado porque el obispo Cox, quien inspiró el Papelucho, terminó culeándose a los cabros chicos. Pero, en cambio, cuando leí a Rivano encontré que no mentía y sus historias tenían relación con lo que yo vivía.

¿Te sentiste interpelado?
-En la literatura eso es muy importante. El realismo mágico lo encuentro demasiado rococó, alambicado, no tiene ninguna relación conmigo, con mi mundo.

En tus libros hablas del arribo de la droga a las poblaciones y de cómo ha influido en los pobres. ¿Cómo lo has percibido?
-Para mí la droga es un equivalente de la peste negra. Fíjate que en los tiempos míos, cuando era lolo, una persona para ser alcohólica y terminar con cirrosis se demoraba entre 3 a 6 años. Hoy en día agarras a un cabro, le das durante 6 días pasta base y lo haces adicto. Si esta cuestión es una epidemia.

En el libro “El Roberto y la Julia”, recientemente premiado, los denominas zombies…
-Lo que pasa es que la droga es un narcótico social y los que ejercen el poder tienen clarísimo para lo que sirve. Tomarse un litro de cerveza es mucho más barato que comprarse un kilo de pan. Con eso te digo todo.

¿Cuánto ha cambiado la vida en las poblaciones?
-Mucho, las poblaciones perdieron la solidaridad. Antes, en la población Clara Estrella, en Lo Espejo, de donde provengo, los vecinos armaban sus casas como si fueran mingas. Todos ayudaban a construir sus hogares y le tomaban más cariño a su población. El trabajo es la mejor manera de filtrar socialmente a las personas. Ahora, en cambio, cada uno mata su toro. Si te tengo que pisar la cabeza te la piso careraja porque lo importante es lo que yo quiero, no lo que queremos.

Es parte del cambio de valores implementado por el sistema neoliberal…
-Claro, los cabros son hijos putativos del sistema neoliberal, por eso las poblaciones se han puesto mucho más violentas. De hecho se da un fenómeno: todos los choros de la “Caro”, de la Santa Adriana, cuando pueden comprarse una casa lo hacen en la población Clara Estrella porque les da estatus. Esta población fue hecha a pulso y ese espíritu se perdió. A la gente le enseñaron a “pescar” y en otras poblaciones les regalaban el pescado. Y eso, inconscientemente, mata la dignidad de las personas.

El famoso asistencialismo…
-Bueno, el asistencialismo es derivado de nuestra cultura católica, que para lo único que sirve es para fabricar pobres y limosneros. Es eso. Fíjate ahora lo que pasó con el terremoto: un sector de la derecha agarró los millones, se consigue la mano de obra gratis, no pagan impuestos y trabajan con los pobres. Después la gente sale alegando en la tele porque no le han traído las mediaguas en vez de enseñarles a hacer las casas y que ellos las instalen. Por eso creo que hay un abismo enorme entre la generación de nuestros padres y esta de ahora.

¿Cuándo se establece el quiebre?
-Cuando el gobierno militar elimina todas las conquistas sociales y aparece el nuevo Código del trabajo, las AFP, las tarjetas de crédito y todo lo demás. Fue un retroceso enorme. Ahora, con el Transantiago, se está replicando el sistema de fichas que había en las salitreras. Te sacan el circulante, trabajan con tu dinero y te obligan a tener una tarjeta. Ya no tienes el cash y cuando no lo tienes, no mandas. Te limitan tu libertad. Eres como un becerro que todos los días debe alimentar su tarjetita.

¿Somos más pobres en la actualidad?
-Para mí la pobreza es una enfermedad del alma. La publicidad lo primero que hace es enfermarte el alma, llenarte de angustia y cuando te llena de angustia consigue que te conformes con ganar una cagá de sueldo o meterte a la pasta base. Los que son más pillos pasan el cuarto medio, agarran una pega y en ella chorean lo que pueden. Lo que más quiere la gente es estar encalillada porque esa huevá le da estatus.

¿Sentido de pertenencia?
-Claro, el sentido de pertenencia es la deuda, o sea, tú eres alguien porque debes. Y todo el mundo debe huevás. Es algo sociológico. Yo me separé de mi mujer por deudas, no por adulterio. Y en eso soy careraja. Es una nueva forma de fabricar pobres. Ahora claro, hay una razón económica en todo esto, y es que nuestro empresariado, en su afán por ser cada vez más rico, intenta emparejar hacia abajo. De ahí mi teoría de que la clase media les sale muy cara y por lo tanto hay que hacerla desaparecer.

¿Cómo crees que perciben esta situación los jóvenes?
-Súper fácil: no tienen norte. Y uno de los primeros objetivos para que esto sucediera fue hacer desaparecer la lectura. El conocimiento en estos momentos depende de varias interfaces. La mayoría de los profes dice que los cabros se metan a Internet pero, si no tienes plata, estás fuera. Cuánta gente en la periferia no tiene plata para pagarle una hora a sus hijos en el ciber porque le significa medio kilo de pan. Y así te van limitando, obligando a ser ignorante.

¿Está mal pelado el chancho?
-Demasiado, la desigualdad me preocupa porque, te lo digo, vamos a una confrontación social la huevona de grande. Me lo demostraron los saqueos del terremoto porque fueron transversales: robaron los policías, los bomberos, los detectives y la gente común y corriente. Todo eso responde a un sentimiento de injusticia muy grande.

¿Cómo se va a desencadenar?
-Eso va a surgir por generación espontánea a través de una coyuntura. No me atrevo a decir cuándo. Lo que sí tengo claro es que se trata de un síndrome latente que se rebela cuando veo que el que ejerce justicia, y el que hace de asistente social en la población, es el huevón que vende droga.

HÉROES MARGINALES

Hace unos años ganaste un premio que organizó la Dirección del Trabajo con un cuento que se llamaba “El cojinova” ¿Está inspirado en una historia real?
-Sí, cuando era niño vendía diarios en las micros, un día me agarraron unos compadres, me quitaron los diarios, me robaron las monedas y me sacaron la chucha. Hablé con mi papá y el viejo me recomendó a un amigo suyo que sabía boxear. Y ahí aprendí. Tenía buena cintura y reflejos. Una tarde me topé con el compadre que me había frisqueado, lo invité a pelear y le saqué la cresta.

¿Es cierto que en tus correrías de niño presenciaste un asesinato?
-Sí, fue cuando tenía tres años y vivía en la población Santa Ester. Mi familia arrendaba tres piezas y, como éramos 12 hermanos, siempre estaba jugando en la calle. Esa vez estaba afuera de un clandestino y cacho que se produce una pelea. De repente salen unos compadres, uno le golpea los genitales al otro, se agacha y le entierra el cortaplumas unas cinco veces. Las puñaladas, con la espalda curvada, sonaban como cuando le entierras el cuchillo a una sandía madura. Años después presencié una violación.

¡¿Qué?!
-Tenía siete años y venía con un amigo del colegio cuando nos topamos con unos indigentes que estaban violando a una abuelita. De inmediato avisamos y un grupo de mujeres los atacó con piedras. Después la historia la conté en un cuento que se llamó La Tía Tula.

¿Cómo creciste en un entorno así sin contaminarte?
-Debe ser porque tuve la suerte de que mis padres me querían, eso es todo. Lamentablemente los cabros hoy en día viven sin sentirse amados. En este momento hay una gran desintegración de la familia, la primera célula del cuerpo social, que si desaparece ni Carlos Marx ni nadie la va a reconstruir nuevamente.

De hecho hay tantas madres presas como niños viviendo a la deriva…
-Y eso influye en que el referente de los niños sea la televisión, es ésta la que suplanta a los padres. Les muestra los vicios de la publicidad, esos amores sórdidos venezolanos, entonces desde muy chicos se saben de memoria las poses del Kamasutra pero les da vergüenza conseguirse condones. Con eso lo único que consigues es que una cabra de 14 años quede embarazada y a los 20 tenga tres hijos de distintos papás. ¿Qué va a hacer entonces esa madre? Va a salir a trabajar a una empresa de aseo y los cabros se los cuidará la mamá o el tío que, en una de esas, es un degenerado que se pesca a los cabros chicos y chao.

En tu niñez pasaste por la Fundación Mi Casa. ¿Conoces de cerca el tema del desarraigo familiar?
-La diferencia es que yo mismo me interné porque mi padre, que había quedado viudo, no se la podía con todos mis hermanos. El viejo estaba súper mal.

¿Como fue tu vida allí?
-Maravillosa, comía todos los días, había limpieza y teníamos ropa limpia. Estaba el pabellón de los chicos, los medianos y los universitarios. Entonces tenías referentes porque había cabros que venían del Mapocho y estaban estudiando una carrera. Era un estímulo. Después la Fundación se pervirtió cuando la tomó un director militar para engrosar las cuentas de Pinochet.

¿Qué piensas del Sename?
-En eso voy a ser bien subjetivo: para mí el Sename lo hizo desaparecer toda esta gente que vino del exilio y que trabajó en instituciones europeas. Por agarrar pitutos los huevones distorsionaron todo. No entendían nada de situación irregular. No hay nada más terrible que un pequeño burgués tratando de solucionar los problemas a los pobres. Sobre todo aquellos provenientes de la whiskizquierda. Puta que son terribles.

¿Cómo crees que manejaron el caso del Cisarro?
-El Sename no podía hacer nada porque el chico arrastraba una carga genética súper fuerte. Si tienes a una mamá que se pegó un polvo por haberse fumado un mono y no sabe quién es el papá de la guagua, va a tener cero afecto hacia ese niño. Entonces lo deja tirado y el pendejo se cría a la buena de Dios. Después lo agarra la abuela que, como no puede trabajar, le dice al niño que trabaje. ¿Cómo? No es problema de la abuela sino del cabro chico. El Sename no puede hacer nada.

A diferencia de estos casos, tus personajes siempre logran sortear la adversidad. ¿Por qué?
-Siempre en la vida, por muy adversas que sean las condiciones, encuentras a alguien que te da la mano. En mi caso fue mi padre, mi profesor de básica, mi tía Luisa, mi tío Jorge. Personas que cuando tienes dudas aparecen, alumbran y se van. Y uno se queda con esa luz y sigue adelante. Y si se te vuelve a nublar la huevá, aparecen de nuevo. Pero esa luz hay que buscarla.

¿A lo mejor está demasiada oculta?
-Claro, porque el drama dentro de los códigos de la pobreza es que cuando quieres tirar para arriba es tu propia gente, no los poderosos, los que te tratan de mantener en su nivel. Te dicen: “No te podí escapar huevón, estai preso aquí igual que nosotros, no te las vai a dar de especial porque voh soy tan picante o más picante que nosotros”.

Es por este chaqueteo que intentas imprimirle una luz de esperanza a tus personajes…
-Por supuesto, soy cristiano, y tengo la tesis de que cada persona tiene la condición innata de ser héroe de su propia historia, por muy adversa que sea la batalla. Aunque todo el mundo te diga que no: los programas de televisión, el 133 y toda la huevá. No importa, pese a que te digan que allí no hay héroes, los hay.

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