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Opinión

14 de Julio de 2010

La utilidad de los pobres

Pepe Lempira
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Por Pepe Lempira

Los pobres pueden llegar a ser un excelente tema de sobremesa para quienes no lo son. Incluso, en ciertos colegios de elite, la gente sin posesiones ni redes sociales influyentes es casi una materia más de la malla curricular. Los menesterosos hasta son visitados por tours escolares en su ambiente salvaje. Yo he visto los land rovers del safari social en los campamentos. Ahí los pobres son presentados al blondo alumnado como un verdadero trampolín sobre el cual impulsarse para llegar al Cielo. Porque un kilo de azúcar para los necesitados es uno de los pasajes más económicos disponibles para unas largas vacaciones en cierto Caribe metafísico llamado “vida eterna”.

“Ayudándolos sólo un poco, yo me ayudo bastante”. Esa parece ser la moraleja que la clase dirigente del país ha aprendido desde hace generaciones sobre estos alienígenas que les resultan tan familiares.

Porque de la misma manera que la Coca Cola organiza sus ganancias mundialeras transando lesotenses. O tal como los cigarrillos equivalen a billetes en muchas cárceles. Así, también, la moneda circulante de la política y la virtud son los pobres. En esos ámbitos son argumento, excusa, llave, extras, escenografía, capital, limpian, cargan cosas y hasta pueden votar.

El verdadero precio cotidiano de ser un personero de cierto éxito local, no es el ataque de los contrarios. Porque se puede flotar toda una vida siendo diputado por Traiguén o Última Esperanza sin que nadie te critique. El real e inevitable costo que todo dignatario debe pagar (el mismo que Insulza decidió esquivar en las pasadas presidenciales) es tener que abrazar pobres. O escuchar con paciencia sus necesidades. Y vaya que les cuesta y resulta repugnante, pero nuestros representantes saben que en el fondo vale la pena. Porque, tal como el kilo de azúcar podía llevar al niño de mami al Cielo, palmotear a unas cuantas viejas puede trasladar al adulto al Consejo Municipal o a la Cámara Baja.

Así que la lección infantil no se ha desperdiciado, e incluso su aplicación se hace más eficiente a medida que el aventajado alumno crece. Con los años el chiquillo se ahorrará el kilo de azúcar y se contentará, como decíamos, con el palmoteo o, simplemente, con mentar a los pobres de vez en cuando. De manera que ya no tendrá que ni siquiera meterse la mano en el bolsillo…

No me jodan. No nos veamos la suerte entre gitanos. Todos sabemos en qué feudo vivimos. Hemos recorrido este paraíso fiscal de la desigualdad, este paisaje récord Guinness de los contrastes. Si algunas de las ranchas más frías y miserables del país están ubicadas en la Curva Nº 1 del Camino a Farellones. Lo único en que nos diferencia es a quién culpamos de la situación.

Por lo pronto, sabemos que la clase dirigente (incluida buena parte de la concertacionista) señala en la intimidad como responsable a los propios pobres y a sus malas costumbres… A la mentalidad miserable, que por misteriosas razones crecería en la miseria. A esa incomprensible manera de actuar que tienen, como si no existieran oportunidades para ellos.

Pero les tengo noticias: hablar de los pobres y de lo que tendrían que hacer desde otra galaxia, es como que un niño te describa los dolores de parto y la menstruación: Todos los que no están arriba del land rover se percatan de que el safari está de paso. Los pobres pueden no ser necesariamente sabios y pintorescos, pero saben muy bien que nadie que no sean ellos va a salvarlos. Y tienen razón.

CASEN

Entonces no puede importar menos que venga el último comisario político (de cualquier rincón del espectro) a decirnos que los pobres son menos que antes. O –como ocurrió ayer- a desayunarnos con la noticia de que aumentaron escandalosamente de número (casualmente, durante el reciente gobierno de una popular señora, cuya imagen Su Excelencia ha ordenado destruir). Porque cualquier estadística que salga del comisariato llamado Mideplan (antigua cueva de fanáticos y chicago-boys, hace poco recuperada para llevar agua al viejo molino) no huele a dato científico o preocupación sincera, sino que a propaganda… Más que huele, desde siempre apesta a vieja utilización y a un ministro haciendo su pega política.

El ministro actual (a él mismo le gusta remarcarlo), habría obtenido tenues nociones de humanidad viendo una película sobre un médico-payaso llamado Patch Adams. Apelando a estos nobles sentimientos, le digo a él, y también a los redactores de las pasadas encuestas: ¡Déjense, por pudor, de manosear a los pobres! ¡O consíguanse sus propios pobres, por decencia!

…Bah, me disculpo. Verdad que eran suyos. Verdad que venían con la tierra… No he dicho nada.

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