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Poder

14 de Julio de 2010

Una intervención muy financiera: Vaticano 1, Legionarios 0

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Por Roberto Blancarte, Milenio de México
Si fuera un juego de futbol, después de haber estado cerrado, finalmente la Santa Sede le habría metido un gol a los Legionarios. Con el nombramiento del arzobispo Velasio de Paolis en tanto que delegado pontificio, el Vaticano se asegura de revisar a fondo lo que le parece más importante rescatar de los Legionarios de Cristo: su dinero. O más bien el dinero que graciosamente recolectó de las clases altas, aprovechándose de sus sentimientos de culpa y la necesidad de congraciarse con la sociedad y de paso con las divinidades. De Paolis fue el prefecto para los Asuntos Económicos de la Santa Sede, lo que garantiza que las diversas cuentas (o lo que hayan dejado a la vista) de la congregación religiosa serán revisadas a conciencia y puestas al servicio de la Iglesia católica, como siempre debió haber sido. Que los Legionarios hayan expresado su “viva gratitud”, “mucha alegría” y gran “expectativa” por dicho nombramiento, no es más que parte de la estudiada hipocresía a la que los miembros de esta congregación están acostumbrados o quizás una señal de que ellos mismos ya no saben qué hacer con sus finanzas, seguramente tan enredadas como su carisma y vocación religiosa.

La historia de la riqueza de la Iglesia en México es vieja, tanto como su presencia en estas tierras, donde mostró tempranamente mucha intolerancia y ambición. Las diversas fuentes de acumulación de esta riqueza fueron el diezmo obligatorio, los aranceles, la administración de capellanías y obras pías, las limosnas y en general las contribuciones de los feligreses. Todo estaba basado en el temor a la condena eterna y la supuesta existencia del purgatorio, hoy negada por el Vaticano, que empujaba a los fieles a dejar dinero para que se rezara por sus almas y pudieran abandonar ese lugar de transición y dirigirse al cielo.

Como narran los historiadores económicos de la Colonia (ver por ejemplo los libros de John Schwaller. Orígenes de la riqueza de la Iglesia en México: ingresos eclesiásticos y finanzas de la Iglesia 1523-1600 en el Fondo de Cultura Económica, 1990, y de Gisela von Wobeser El crédito eclesiástico en la Nueva España. México, del Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1994), las obras piadosas se realizaban mediante la donación de los llamados “bienes de fundación”, que podían ser fondos en dinero, bienes inmuebles, tierras o documentos de crédito, es decir todo cosas que tuvieran un valor económico y cuya finalidad era fundar o ayudar a mantener un convento, la edificación o reparación de parroquias y capillas o para ayudar a alguna institución de beneficencia, como hospitales, escuelas, colegios y casas de huérfanos, entre otros. Esto podía hacerse de varias formas, la más común era donar una cantidad de dinero en efectivo que conformaba un fondo que debía permanecer intacto, donde el monto solamente podía ser prestado a interés con el fin de obtener un beneficio que fuera utilizado para mantener en operación la misma. Otra forma fue por medio de la donación de un bien inmueble o tierras, ya que la persona o institución que quedaba como administrador de la misma podía arrendar la propiedad o venderla e invertir el efectivo, para utilizar el beneficio para el sostenimiento de la misma. Un método menos utilizado fue establecer un gravamen sobre alguna propiedad y que del interés generado se obtuviera el ingreso necesario el sostenimiento de la obra. También existían obras en las que los bienes donados no eran invertidos, sino que se utilizaban directamente para la construcción, reparación o equipamiento de algún edificio o en compra de objetos para el culto; sin embargo, no era muy común esta firma de donación. Las capellanías funcionaban de manera parecida. Se buscaba que la base económica que las sustentaba durara lo más posible para que pudieran desarrollar su finalidad de ofrecer misas por la salvación del alma de su fundador, o de quien se estableciera por el donante. La idea era que permanecieran en el tiempo lo más largo posible y algunos donativos eran tan cuantiosos y fueron tan bien administrados que en efecto duraron siglos. Los fondos servían para mantener al capellán que estaría encargado de ofrecer cierto número de misas en memoria de la persona que le fuera indicada, mediante los réditos de esa inversión.

Como se puede apreciar, lo único que hicieron Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo fue utilizar un sistema parecido basado en la necesidad de gracia divina y reconocimiento social para aprovecharse de los fieles y extraer la máxima cantidad de dinero posible. Algunos dirán que fue para beneficio y gloria de la Iglesia; otros advertirán que, por lo menos parte de ese dinero no fue precisamente para la institución y su misión evangelizadora, sino para el bienestar personal del fundador de los Legionarios, sus amantes, sus drogas y sus muchos vicios y crímenes. Y todo ello sin mayor supervisión de la Santa Sede, la cual estaba fuera de la jugada; no así algunos de sus miembros, que al parecer aprovechaban esta cómoda situación. El hecho es que esa etapa parece haber llegado a su fin. El Papa les acaba de poner un delegado, que parece más un auditor, especializado en cuentas pequeñas, cuentas grandes y quizás hasta cuentas ocultas.

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