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Opinión

28 de Agosto de 2010

La historia está hecha de gente

Juan Pablo Barros
Juan Pablo Barros
Por

Portales. La última carta
Documental
Dir: Paula Leonvendagar

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Hablar de un muerto, que ya es casi solo polvo, puede sonar algo inútil. Si el fantasma del finado se corporiza a diario en nuestra forma de convivencia, pues el asunto puede hacerse interesante. Pero, cuando la momia del difunto aparece ya físicamente entre nosotros, el tema se vuelve más urgente.

Apariciones fantasmales… Ayer, sin ir más lejos, la fuerza pública ingresó, saltándose cualquier consideración jurídica, a reprimir descontentos en un campus de la Universidad de Chile. No es aventurado suponer que bastantes deben haber celebrado que finalmente se imponga el “orden”. Para que vuelva “cada uno a lo suyo”. El estudiante a estudiar (lo dijo una vez Cecilia Bolocco), el comerciante a comerciar, y –por supuesto- la autoridad a mandar… Así se podría resumir una forma de razonamiento que se ha extendido durante siglos, al punto de alcanzar cierta categoría de “sentido común” en amplios segmentos de la población.

Esta rudimentaria “filosofía política”, que -como ya se ha hecho notar en alguna ocasión- no es más que la suma de unos cuantos aforismos de sobremesa empresarial, tiene en Chile un santo secular. Un “héroe” canonizado por una muerte sangrienta: Diego Portales. El epígono del autoritarismo libremercadista, que se vuelve ostentador de un monopolio a la primera oportunidad. El ministro muerto a ballonetazos en los peladeros del Cerro Barón, en medio de una sublevación de militares liberales. El supuesto arquitecto de la institucionalidad chilena, que -en realidad- los testimonios muestran llevando sacos de dinero a los cuarteles, para comprar a la soldadesca y orquestar convenientes golpes de estado. El hombre fuerte, elevado por los autores tradicionales de la historia oficial (Encina y, con sus reparos, Barros Arana) a la categoría de un pensador o estadista. Algo que seguramente al mismo Portales (rudo y poco elaborado) sorprendería primero que a nadie. Pero las paradojas no parecen abandonar nunca a este personaje. El dictatorial comerciante que despreció la educación formal y sistemática, ahora incluso presta su nombre a una universidad liberal santiaguina. Una impostura casi asimilable a que, en un siglo más, la Escuela Militar fuera rebautizada “Gato Alquinta”.

En el 2005 fue descubierto un ataúd enterrado en suelo de la Catedral de Santiago. En el interior apareció la momia acribillada y remendada del triministro de la mano de hierro. Este hallazgo arqueológico -entre tétrico y mágico- es el punto de partida para el fino y riguroso documental “Portales, la última carta”, de la directora Paula Leonvendagar.

Es muy probable que este largometraje sea (entre todas las películas, telefilms, reportajes y documentales que han surgido en este Bicentenario) el acercamiento audiovisual más interesante y valiente que se haya hecho a la biografía de uno de los miembros del panteón nacional. Sobre todo, por no caer nunca en las idealizaciones románticas, que se convierten en la cantera de narradores menos seguros. O de directores que se acercan, por encargo y con obsequiosa reverencia, a contar las vidas de los próceres. De ellos ha salido una irregular hornada, compuesta de muchos retratos malogrados, planos… hieráticos. Obras que terminaron por añadir otra capa de estuco sobre nuestros patrióticos santitos de yeso.

Y no es de extrañar. Hay una manera habitual de aproximarse a los ingredientes de lo propio (como lo son los llamados próceres, los sucesos colectivos memorables o los símbolos comunitarios). Un modo típico, que aparece una y otra vez; sea que se esté hablando de la nación, de la generación ochentera o del viejo barrio: Es la reafirmación benévola, que logra evocar la misma emoción autocomplaciente de los himnos cantados a todo pulmón. Ese entusiasmo efímero que hace gritar a coro: “somos los que somos y los demás, palomos”.

Paula Leonvendagar y su equipo optaron por el otro camino. No se interesaron en el figurín de yeso. Aceptaron auscultar a Portales desde la subjetividad, el respeto bien entendido y la genuina curiosidad. Seguramente, para mantener la honestidad intelectual. Pero, quizá también, porque puede que la directora entienda algo que muchos de sus colegas olvidaron al recorrer el camino de los “héroes”: La épica puede seducir a los niños. Y la épica habita a gusto en el mundo de la fantasía. Pero las narraciones más sublimes son sobre humanidad, no sobre poses ecuestres. Son sobre contradicción y ambiguedad, no sobre idealizadas personas de una sola línea. En las grandes narraciones tienen cabida lo dudoso, la mentira y las bajas pasiones. Y todos estos elementos se encuentran de sobra, y sin necesidad de inventar nada, en personajes como Portales. Porque la historia, para decepción del chovinista, está hecha del mismo porfiado material que las obras Shakespeare. La historia está hecha de gente. De nada más, pero, también, de nada menos.

Esa verdad densa de las personas reales, que en el fondo nunca cambian, es la clave de la circularidad del tiempo. Porque el tiempo es el que se encarga, como en una broma macabra, de que la estatua del golpista, ubicada frente a La Moneda, exhiba un orificio de bala en su cara de bronce. Muy cerca de donde el Portales de carne y hueso recibió el tiro a quemarropa que aún desfigura las facciones de la momia. La estatua fue acribillada por el mismo golpismo conservador y plutocrático del que fue precursor el ministro. Solo que un 11 de septiembre de 1973, cuando se inauguraba -otra vez- un nuevo régimen, que se denominaba a sí mismo “portaleano”.
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Sinopsis “Portales, La Última Carta” from Sólo por las Niñas on Vimeo.

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