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Opinión

3 de Septiembre de 2010

Pero se mueve (Eppur si muove)

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

Foto: Alejandro Olivares
El martes 24 en la tarde, salió a marchar gente por las calles de La Serena, Valparaíso, Talca, Concepción, Coyhaique, Temuco y Curicó. En el centro de Santiago se juntaron cerca de 4000. Fueron convocados misteriosamente a través de vías cibernéticas y del boca a boca durante el día. En las noticias de la hora de almuerzo se informó de la agitación que había provocado la aprobación, por la Corema, del proyecto de las centrales termoeléctricas Barrancones, a 23 kilómetros de Punta de Choros. Entonces se dijo al aire que grupos con nombres enteramente desconocidos estaban llamando a reunirse esa misma tarde, a las 19 horas en Ahumada con Alameda. Una columna harto numerosa, de mil o dos mil individuos, partió a la siete en punto por el paseo peatonal, rumbo a la Plaza de Armas. Al llegar frente a la Catedral, se detuvo. Los marchantes portaban carteles escritos en páginas de cuaderno, pedazos de cartulina, bandejas de empanadas. Por teléfono, llamaban otros contando que un lote nada despreciable, el de los impuntuales, reunido en la boca del metro, esperaba instrucciones. Pero aquí no había quién las diera, y al difundirse la información de que un piquete había llegado a la Catedral, el cardumen las enfiló hacia allá. Ambas aglomeraciones se reunieron a la altura de Huérfanos. Cada tanto se gritaba “¡A-La-Moneda! ¡A-La-Moneda!” El asunto terminó con los pacos actuando desproporcionadamente, arrojando lacrimógenas, zorrillos, guanacos, etc., etc. Ronda la sensación de que andan muy represores. En la Universidad de Chile actuaron como energúmenos. Una amiga que trabaja en los alrededores de palacio me dijo: “si siguen, la gente se va a chorear”. Desde unos parlantes, en la Plaza Constitución, un cabo repetía: “No está permitido manifestarse”. Después Piñera conversó con los dueños de Suez Energy y, como suelen hacer los empresarios, se cerró un negocio mayoritariamente desconocido para nosotros, pero que tuvo como una de sus consecuencias el traslado del proyecto termoeléctrico. De que Piñera lo hizo de mala manera, ¡qué duda cabe! Quizás sea que no se acostumbra del todo a las formalidades de la institucionalidad pública. Dejó como chaleco de mono a su ministra de medio ambiente, a cada uno de sus representantes en la Corema, y a la Corema misma. Los columnistas del fin de semana lo hicieron bolsa en forma unánime. Tenían toda la razón, pero convengamos que somos un país de leguleyos. De todo lo acontecido, ahí se concentró el análisis. El tema de la energía, sin embargo, se apoderó de la discusión pública. Piñera lo bombeó más todavía yendo a monillentear a Punta de Choros. Dicen que le tocó el mar movido y que sus acompañantes -Espina, entre ellos-, iban cagados de miedo arriba del bote. Después los mojó una ola y regresaron estilando. Yo no pasaría por alto, así como así, lo que sucedió ese martes. Ningún partido político habría sido capaz de convocar a una manifestación como la que se produjo ese día. Algunos han optado por minimizar el asunto considerándolo un tema de “ecologistas”, y a los ecologistas una especies de verduras, pero yo estuve ahí, y lo que vi no fue precisamente eso. Buena parte de los protestantes eran jóvenes, en su mayoría de clase media, pero también familias de la mano, gente con una conciencia política más sofisticada, al parecer, que la de sus decaídos representantes. El desfase es evidente. Los mineros, desde los 800 metros de profundidad, se han encargado de recalcarlo. “Acá, amigos míos, y este es un mensaje para el pueblo entero, la familia minera no es aquella familia que conocieron hace 100 años atrás. Hoy día, el minero es un minero educado, es un minero que se puede hablar con él, es un minero que usted puede sacar pecho compadre y se puede sentar en cualquier mesa de Chile”, dijeron desde el fondo. Una inteligencia y sensatez invisibilizada por los medios abunda en Chile. La televisión prefiere explotar cierta sensualidad tontona, y es probable que muchas de estas inteligencias la disfruten a la hora del descanso, pero pocas veces asoma la otra cara de la moneda. En las provincias, para sorpresa de los capitalinos, también suceden cosas y hay humanos que conversan con un alto nivel de información. No se trata simplemente de ecologistas encandilados con el paisaje ni de twitteros miembros de la elite. La revolución tecnológica es en nuestro país más generacional que social. La hija de una tejedora de redes de Calbuco, no es raro que tenga facebook, y que un viejo millonario lo desconozca. Los pobladores de Peñalolén se han organizado para reclamar por los inconvenientes de tener antenas de celulares cerca. Son demasiadas las caricaturas circulantes, así de izquierda como de derecha. Yo apostaría que muchos de los que salieron esa tarde, mañana podrían marchar apoyando la dignidad del pueblo mapuche o una reforma radical en la educación. Los enamorados de Punta de Choros eran los menos. Quizás se trataba de gente a la que, en primer lugar, no le gusta que la pasen a llevar, con una idea de convivencia que defender, y a la que seguramente mueve algo más que el dinero. No tengo recuerdo en las últimas décadas, con la excepción de los pingüinos, de otra protesta a nivel nacional. Quizás tuvo su dosis inconsciente de reivindicación de lo local, de lo alejado del núcleo central, y sería interesante que con esa reivindicación se vinculara también la discusión energética, porque más allá de las soluciones técnicas por discutir, una comunidad que se autoabastece energéticamente no es poca la independencia y poder que gana. Queda por verse cómo evoluciona la historia. Por el momento, se pasarían de bobos los supuestos políticos de recambio, si no atienden a estos movimientos ciudadanos y sus preocupaciones. También los analistas. Más que en las universidades y los partidos y los centros de estudio, hoy por hoy las ideas parece que hay que buscarlas en las calles. Hay que ponerle coto al paternalismo. La democracia es ahora un reto más complejo que al amparo de la dictadura.

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