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Opinión

5 de Septiembre de 2010

Columna de Carolina Tohá: Me gusta pensar en Salvador Allende

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Por Carolina Tohá / Presidenta del PPD
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Me gusta pensar que la Unidad Popular, cuyo triunfo en las elecciones presidenciales de 1970 recordamos hoy, fue una gran gran coalición, profundamente arraigada en la historia de nuestro pueblo y que encarnaba las esperanzas de décadas del movimiento obrero y popular chileno. Su virtud era que, además, no se limitaba solo a eso: era la expresión de una amplia cultura progresista que abarcaba a los intelectuales, a artistas, a las universidades, a los jóvenes de entonces y a vastos sectores de las clases medias. Su limitación es que no era suficientemente amplia: no alcanzaba para construir una mayoría.

Me gusta pensar en Allende cuando decía que la revolución chilena debía ser con empanadas y vino tinto, queriendo indicar que ésta debía realizarse de acuerdo con las tradiciones republicanas y democráticas de Chile. Después aprendimos que los cambios sociales, para ser de mayorías, además de las empanadas y el vino tinto, debían contener a la Virgen del Carmen entre sus emblemas. Y, al día de hoy, debiéramos decir que también debieran tener la bandera multicolor de los pueblos originarios.

El Partido por la Democracia es en gran parte hijo de esa reflexión y se siente, por ese motivo, heredero de Salvador Allende pese a haber nacido después de su muerte. En Allende siempre hemos tenido una inspiración y un ejemplo.

Me gusta pensar en Salvador Allende no tanto como el último presidente constitucional del Chile democrático previo al Golpe sino como el primer chileno que resistió a Pinochet, el que sentó de una vez y para siempre la fuerza moral de quienes habrían de resistir a la dictadura durante una larga noche. Allende gastó sus ultimas energías, sus últimas palabras no para defenderse, no para denostar a sus adversarios, sino para cargar la reserva moral de su pueblo, de sus ideas, y en los largos años de horror que vinieron después eso mantuvo viva a mucha gente, les dio esperanza y fortaleza.

Me gusta pensar que cuando Salvador Allende en su discurso final dijo “Pagaré con mi vida la defensa de principios que son caros a esta patria” estaba pensando en ofrecer un ejemplo de dignidad a las nuevas generaciones de chilenos. Al empuñar un fusil no estaba deshaciendo en un día lo que había sido la inspiración de su vida: la conjugación de las aspiraciones de igualdad con la libertad, la construcción del socialismo con las armas de la democracia. Con ese fusil Allende no cambió de camino sino que quiso simbolizar su misión de Presidente que defendió la democracia hasta el último, con su vida, en un enfrentamiento perdido de antemano en el lenguaje de las armas, pero ganado al final en el idioma de los principios republicanos.

Me gusta pensar que estamos aquí todos conmemorando ese día que a algunos de los presentes nos dividió, a nosotros o a nuestros padres, pero hoy lo entendemos de un modo distinto. Ese 4 de septiembre fue posible porque en la sociedad chilena de entonces hubo sueños de justicia y de igualdad que construyeron entre muchos, por décadas, con persistencia, con altos y bajos, sueños que avanzaron y llegaron mas allá de nuestras capacidades políticas de la época y terminaron levantando fantasmas y temores que se transformaron en odio y muerte. Esos sueños dividieron y enemistaron a sectores políticos y ciudadanos que en una gran medida los compartían. De esas heridas y desencuentros nos supimos sobreponer y, en gran parte, si ha existido un entendimiento de centro izquierda durante los últimos 20 años ha sido gracias a que aprendimos esa lección.

Me gusta pensar también por estos días, en las incomprensiones y dificultades que enfrentó Salvado Allende para llegar a ser el líder que fue y para darle forma a ese proyecto ambicioso y único que fue la Vía Chilena al Socialismo. En estos tiempos de la inmediatez, del exitismo, del individualismo, Allende nos recuerda que también hay que saber construir para después, machacar y esperar, que no siempre se puede ganar, que a veces hay que perder para ganar después y que los grandes políticos no son solamente los que brillan en el éxito sino los que saben parase después de las derrotas.

Me gusta ver las fotos de esa época, los rostros de alegría, de esperanza inocente, cuando todo parecía posible, cuando los chilenos más humildes pensaban que habían tomado la historia en sus manos y que todo iba a cambiar, todo iba a salir bien, como en las películas. Se que ustedes están pensando que no salió todo bien, vino mucho sufrimiento y fue tanto lo que perdimos, no sólo lo que no logramos alcanzar durante la Unidad Popular, sino lo que ya habíamos logrado y nos fue arrebatado: la democracia, los derechos sociales, los derechos humanos¿ la organización popular. Y es verdad que así fue. Pero es verdad también que un pueblo que ha podido soñar guarda una ambición en su identidad, una especie de faro que le da sentido a la historia, y que obliga a no caer en el puro pragmatismo, la ironía y el cálculo. Cuando uno vez los rostros de esa época es imposible no conmoverse, no cuestionarse y tratar de ir más allá.

También me gusta pensar algo que es duro de asumir pero que es también estimulante: hace años que venimos pensando que la Unidad Popular ya es historia, que la dictadura militar quedó atrás, pero la verdad es que la transición y nuestros 20 años de gobiernos concertacionistas son historia también y tenemos que empezar a mirarlos como tal. Y a pensar en la nueva historia que queremos hacer ahora, la nueva Concertación y la nueva mayoría que debemos construir.

Si alguna vez pudimos reponernos de esa debacle que fue el Golpe de Estado y a todo lo que vino después, tendremos que poder nomás enfrentar este momento y empezar de nuevo, mirar hacia adelante y volver a pensar qué queremos para Chile y cómo lo vamos a hacer.

Allende ya no está, la Unidad Popular tampoco, Estados Unidos, el gran Estados Unidos, está presidido por un hombre negro, y un gobierno de derecha dirige las labores para rescatar a 33 trabajadores desde el fondo de una mina, en medio de los twets de alegria de moros y cristianos. No hay miedo, no hay muertos, solo la pura y simple democracia. El Bicentenario nos pilla en medio de estas sorpresas, pero también en un año de terremotos, debates sobre la tributación minera, accidentes laborales y mapuche en hulega de hambre. Ha cambiado Chile, infinitamente, tenemos que mirarlo de nuevo, pero sigue siendo Chile, profundamente Chile, con sus temas y sus historias de siempre: el cobre, los terremotos, los mineros, los indígenas, las desigualdades.

Recordar el 4 de septiembre es especial este año, me gusta hacerlo más que nunca, porque vemos la historia avanzar, vemos cómo nuestras ideas y la gente que representamos ha ido dejando su huella, hemos pasado momentos de gloria y de desgracia, hemos recibido aplausos y palos, honores y humillaciones, pero al final, las ideas que representamos están bien paradas en la historia de Chile y nuestra labor, ahora, es que levanten una luz en el horizonte, una nueva promesa para nuestro país, para el futuro, para los chilenos de hoy y los de mañana.

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