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Opinión

11 de Septiembre de 2010

Pasaje escogido: El pecado original

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POR CARLOS MARX
Hemos visto cómo el dinero se transforma en capital, cómo gracias al capital se produce plusvalor y del plusvalor más capital. Sin embargo, la acumulación de capital presupone el plusvalor, el plusvalor, la producción capitalista, y ésta, a su vez, la existencia de grandes masas de capital y fuerza de trabajo en manos de los productores de mercancías. Por tanto, todo este movimiento pareciera girar en un círculo vicioso, del cual sólo salimos si suponemos una acumulación “originaria”, previa a la acumulación capitalista (“previous accumulation”, como dice Adam Smith), una acumulación que no es resultado del modo de producción capitalista, sino su punto de partida.

Esta acumulación originaria desempeña en la economía política más o menos el mismo papel que el pecado original en la teología. Adán mordió la manzana, y con ello el pecado se apoderó del género humano. Se explica su origen contándolo como un anécdota del pasado. En tiempos muy remotos había, de un lado, una élite laboriosa, inteligente y ante todo muy ahorrativa y, del otro, una pandilla de descamisados y holgazanes que dilapidaban todo lo que tenían y aún más. Es cierto que la leyenda del pecado original teológico nos cuenta cómo el hombre se vio condenado a ganarse el pan con el sudor de su frente; en cambio, la historia del pecado original económico nos revela cómo hay gente que no necesita sudar para lograrlo. Pero da lo mismo. Resultó así que los primeros acumularon riqueza, y los últimos no tuvieron finalmente nada que vender salvo su propia piel. Y de este pecado original data la pobreza de las grandes masas que aún hoy, pese a todo su trabajo, no tienen nada que vender salvo a sí mismas, y la riqueza de unos pocos, que crece constantemente, aunque éstos hace mucho que han dejado de trabajar. El señor Thiers predica, por ejemplo, en defensa de la propiedad esas insulsas niñerías a los otrora tan ingeniosos franceses, haciéndolo además con la seriedad y solemnidad del estadista. Pues no bien entra en juego la cuestión de la propiedad, es una obligación sagrada atenerse al punto de vista de la fábula infantil como la única correcta para todas las edades y niveles de desarrollo. Como se sabe, en la historia real el gran papel lo desempeñan la conquista, la subyugación, el despojo, en una palabra, la violencia. En la economía política, tan apacible, desde siempre imperó el idilio. El derecho y el “trabajo” fueron permanentemente los únicos medios de enriquecimiento, por supuesto, siempre a excepción de “este año”. En los hechos, los métodos de la acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos.
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(Extracto del capítulo XXIV -“El secreto de la acumulación originaria”- de la Sección Séptima del Libro 1 de “El Capital”)

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