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Opinión

17 de Septiembre de 2010

“¡Gloria al salvador de Chile!”

San Martín se distinguía de O´Higgins y en menor medida de Carrera (también un ex-oficial español en las guerras napoleónicas), en que era un militar profesional e insisto, un español, no un criollo. Por eso lo suyo, en el fondo, es un intento de “reconquista” de América, de conquista en reverso, esta vez para los sudamericanos, pero con las mismas miras y lógicas geográficas de los primeros conquistadores españoles.

Alfredo Jocelyn Holt
Alfredo Jocelyn Holt
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Aún a riesgo de ofender la proverbial tontería patriotera chilena —mejor dicho, queriendo, proponiéndomelo, a fin de fastidiarla y sacarla de quicio porque se lo merece y que le duela— digamos lo que siempre se ha sabido pero no se admite por mezquindad y ninguneo. Este país es independiente gracias a José de San Martín. Quién siempre lo tuvo claro fue el mismísimo O`Higgins, ya en Maipú, cuando llegó tarde, pero no tan tarde como para dejar de exclamar, en un gesto de reconocimiento que lo ennoblece, “¡Gloria al salvador de Chile!”. Es que una cosa es O´Higgins; otra muy distinta, sus hinchas que nos vienen hinchando desde aquel entonces.

Fue San Martín quien concibió la fórmula que nos sacó de encima, primero a los ejércitos del Perú, y luego, al imperio del Rey español. Su idea es clave, y probablemente no se le podría haber ocurrido a nadie más que a un español. San Martín lo era. Había nacido en Yapeyú, al sur del hoy día Paraguay, pero partió con sus padres españoles rumbo a la Península, a los siete años, de donde no volvió sino 27 años después, tras una carrera larga en los ejércitos del Rey, y sólo para hacer lo que hizo. Concretamente, continentalizar la guerra contra el imperio, asentándose en Cuyo, preparando la arremetida contra el Chile ocupado, o —también posible— a la espera de que los españoles hicieran el cruce primero. Adicionalmente, fraguando una hábil campaña de desinformación en torno a varios flancos posibles que desconcertó a los españoles en Santiago. Liderando un ejército transandino-chileno, en ese orden —argentino luego chileno— por el predominio de las tropas, la oficialidad y los recursos envueltos. Y llevando a feliz término la extraordinaria hazaña andina, digna de un Aníbal (la historiografía entera se sirve de la analogía clásica para entender lo que hizo). Digna también de antiguos conquistadores de a caballo, igual de españoles, tres siglos antes, que también gustaban ubicarse en un mapa continental de colosales proporciones.

San Martín, en eso, antecede a Bolívar. Se distinguía de éste, de O´Higgins y en menor medida de Carrera (también un ex-oficial español en las guerras napoleónicas), en que era un militar profesional e insisto, un español, no un criollo. Por eso lo suyo, en el fondo, es un intento de “reconquista” de América, de conquista en reverso, esta vez para los sudamericanos, pero con las mismas miras y lógicas geográficas de los primeros conquistadores españoles. Una suerte de reescritura y corrección de ese momento proverbial. Y, al igual que los conquistadores, sin apego a una localidad circunscrita a estas tierras, desligado de presiones, conflictos e intereses atados a un lugar de origen, lo cual le permitiría pensar el asunto en términos estrictamente estratégico militares y a gran escala.

La idea era simple y brillante, por lo mismo más complicada de entender para quienes no compartían ese espectro radial de visión en grande. Había que liberar a Chile primero (una fortaleza o castillo natural, inexpugnable, lo llamó alguna vez) para de ahí proceder en contra del virreinato limeño y terminar con la presencia española en el subcontinente. Cuestión que lo llevó a distanciarse de Buenos Aires con sus interminables rencillas internas y su obsesivo prejuicio a favor de una guerra sin éxito en Alto Perú (hoy Bolivia); acercarse a los británicos (gustaba de rodearse de ingleses y se le tuvo muchas veces de agente de esa potencia) para que le dieran el vamos respecto a Chile y lo secundaran con refuerzos navales; enemistarse con los chilenos, una vez aquí y antes de partir a Lima, porque apoyaba a O´Higgins, personaje resistido, no unánimemente querido; y, en fin, porque aceptó que la proclamación de Independencia chilena en 1818 fuera no sólo respecto del Virreinato peruano sino también, y más crucial, de Buenos Aires.

Esto último, probablemente una concesión coyuntural, táctica, cuyo propósito no fue otro que asegurarse, a cambio, fondos con cargo a un Chile independiente que financiaría la escuadra y le permitiría llegar al Callao, que es lo que terminó por suceder. Nuevamente, hay que tener en cuenta sus miras más en grande. Si hemos de dar crédito a las intenciones del Congreso Continental de Tucumán de 1816 que explican lo que haría desde Cuyo, lo que se ambicionaba era nada menos que la Independencia para las Provincias Unidas de Sud-América. En otras palabras, no romper cierta unidad legada de los españoles, o bien, paradójicamente, restablecer el virreinato original, sin españoles, para los americanos. Propósito que, de haberse logrado, podría haber resultado en una unidad extensísima, que habría abarcado el Perú, el Alto Perú, Chile, y buena parte de los territorios rioplatenses y la ladera oriental de los Andes. Lo cual habría requerido, sin duda, de una gran figura unificadora, probablemente un monarca (incluso indiano), solución que, de hecho, se barajó en dicho congreso.

Esto último concordante con sus simpatías personales, no precisamente republicanas sino monárquicas. Sus apegos además —repito— nunca fueron localistas, y la cartografía que manejaba era de alcance imperial. Pensaba en términos de imperios ya existentes pero ya no viables (el español), de virreinatos que podían devenir en otra cosa (unidades nacionales potentes, no piezas piñufles de un rompecabezas sin posibilidad de rearmarse que es lo que terminó ocurriendo por años después de la Independencia), y de potencias mundiales que no podían dejar de considerarse en cualquier reconfiguración futura, puntualmente, los británicos.

Aunque enteramente en el plano de la especulación, no es descartable que sus inclinaciones hayan sido pro-británicas. Inglaterra estaba detrás de las pretensiones legitimistas españolas. Aunque retornaran los Borbones al trono no estaba claro que los españoles pudieran volver a manejar un imperio ultramarino. Con todo, había que preservar esta parte del mundo de otras potencias (Francia desde luego) y los ingleses favorecían un neo-imperialismo más laxo, de tipo estrictamente comercial, no militar, favorable a nosotros.

Sin embargo, al igual que Aníbal, terminó derrotado. Lima fue su Cartago, y debió dejarle libre la pista a ese confuso genial, alborotador y agitador infatigable que fue Bolívar, retirándose a la Europa de donde venía, donde vivió 26 años hasta su muerte, sin volver, porque ya nada tenía qué hacer por estos lados.

Con todo, que a causa de este complejo rediseño imperial frustrado, igual ayudó a liberar eventualmente a Chile, algo de eso ocurrió. Aunque, ¿qué tanto? Visto el asunto como lo hemos estado conceptuando, nuestra independencia inicial no fue más que una consecuencia no intencionada de un cuadro inacabado, algo más ambicioso que nunca se materializó. Para San Martín, Chile no era otra cosa que un bastión o plataforma para propósitos infinitamente superiores que nunca se concretaron. La historia enredó aún más el asunto tiempo después. De hecho, se requirieron dos guerras adicionales contra el Perú (contra la Confederación Perú-boliviana y la guerra del salitre o del Pacífico) para afianzar nuestra autonomía algo mediana de tamaño, alcanzada hasta ese entonces. Autonomía de fabricación local, “a la chilena”, conforme a un recetario o “formulario nacional” que, a falta de otro más portentoso, terminó por imponerse.

Curioso, pues, que estemos “celebrando” supuestamente nuestra Independencia. La gente se confunde un poco. Estamos a 200 años del inicio de un proceso bastante más intricado que lo que vulgarmente se supone. Hace 200 años atrás sólo comenzamos a pensarnos en términos republicanos y liberales, de la mano de una oligarquía política notable, sofisticada e ilustrada. En 1818 nos “independizamos” formalmente hasta por ahí no más. Y, a juzgar por lo que seguramente imaginaba San Martín, en efecto, hasta ahí no más. Lo cual es muy chileno después de todo. Este país es, fue, sigue siendo, lo que se pudo.

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