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Cultura

25 de Septiembre de 2010

Reportaje: Monos alcohólicos, jaleros y violados

Claudio Pizarro
Claudio Pizarro
Por
    Fotos: Alejandro Olivares

La doctora Elba Muñoz tiene un centro de atención y rehabilitación de primates en Peñaflor. Al recinto no sólo han llegado monos epilépticos, mutilados, ciegos, inválidos y violados, sino también un puñado adicto a las drogas. Historias que impactan no sólo por la suerte que corrieron los macacos sino por las extrañas aficiones de sus amos.
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Los únicos que han percibido mi presencia son una jauría de perros que se abalanza en dirección a la reja haciendo alarde de sus colmillos. Una muchacha de cabellera cobriza se asoma desde una casona y comienza a caminar rumbo a la entrada. Por un momento pienso que todo es un error y que en vez de un centro de rehabilitación de monos he llegado a la perrera municipal.

-¿Es éste el centro de atención de primates? -pregunto casi por instinto.

La pelirroja asiente con la cabeza y abre el portón.

Los perros comienzan a olisquearme mientras avanzo a duras penas. En el pick-up de una camioneta hay dos mujeres que revuelven con sus manos un arsenal de fruta picada. Más allá, en dirección a los árboles, se aprecia una infinidad de jaulas de distintos tamaños y alturas. Sólo ahora puedo apreciar el escenario en toda su magnitud: el lugar está plagado de monos.

Desde un estrecho sendero, rengueando y apoyada en un bastón, aparece una mujer de cabellera ensortijada. Es Elba Muñoz, la dueña del predio y principal gestora de esta extraña iniciativa que tiene habitando a 160 primates en la comuna de Peñaflor, a varios miles de kilómetros de la selva tropical. Es un proyecto que lleva 14 años y que ha transformado a su propietaria en una suerte de “Reina de los monos”.

Hace un par de semanas, Elba apareció en televisión luego que el SAG, Servicio Agrícola Ganadero, decomisara a un mono tití pigmeo, el primate más pequeño del mundo, a un ciudadano peruano que pretendía ingresarlo ilegalmente al país. Su historia no es aislada.

Mientras Elba se interna por uno de los tantos caminos que se entrecruzan alrededor de las jaulas comenta que por cada uno de estos especímenes que llega a Chile existe una cadena de muerte de alrededor de 60 monos. Calculo que para que estos animales estén aquí los cazadores han debido eliminar a lo menos 9.600 monos.

-Cada uno de estos animales es un sobreviviente, un verdadero atleta de la selva que para estar acá ha tenido que sortear un estrés tremendo -asegura.

Elba se sienta en una banca y comienza un pormenorizado relato de una cacería. Cuenta que, por lo general, como las hembras trasladan a sus crías a 30 metros de altura, los traficantes les disparan y, luego de matarlas, les quitan a sus hijos. Es probable, dice, que algunas sólo queden heridas y mueran 10 días después por una infección o devoradas por algún depredador. Pero la cadena de muerte no termina ahí. Lo más probable, asegura Elba, es que los líderes del grupo persigan al cazador en busca de la cría robada y mueran baleados.

-Por eso la gran mayoría de los traficantes trae 10 ó 15 animales de los que, seguramente, sobreviven con suerte dos -asegura.

Pese a que los monos figuran en el listado de especies en peligro de extinción, su caza indiscriminada aún continúa. Los primates son un negocio altamente lucrativo. Y no sólo para los traficantes. Con el boom de inmigrantes que ingresa a Chile, sostiene Elba, “se ha revitalizado el mercado de mascotas exóticas”.

-Existe un nuevo brote de tráfico proveniente de gente indocumentada que, en vez de traerse unos dólares en el bolsillo, prefieren traerse un mono- cuenta Elba.

Situación refrendada por el ciudadano peruano que pretendía vender al mono tití en una cifra cercana a los dos millones de pesos. Un chimpancé, agrega Elba, puede costar alrededor de 50 millones. Una cantidad exorbitante si multiplicamos el contenido de cada jaula que hay alrededor nuestro. El tráfico de animales en el mundo mueve más de 4.000 millones de dólares por año. Sólo el año pasado en Chile fueron decomisados más de 400 animales exóticos avaluados en más de 90 millones de pesos. Elba no está para recuentos trágicos.

“¿Y CÓMO CRISTÓBAL?”

Luego de una breve interrupción producto de la llegada de un mono capuchino recién decomisado, Elba regresa a conversar. Nuevamente se sienta en el mismo banco justo al frente de la jaula de un adorable mono barrigudo. El ejemplar es uno de sus regalones. Hace 16 años tuvo uno igual y fue su primera aproximación con el mundo de los primates. La llegada de Cristóbal, nombre con que bautizó al mono, fue casual: un vecino, enterado de la afición por los animales de la familia, un día golpeó la puerta de la casa y se los ofreció. Elba quedó encantada con el animal y su marido terminó por comprarlo en 400 mil pesos.

-De inmediato me tomó como su madre. Con el tiempo fui aprendiendo que era uno de los monos que mejor se adaptaba a vivir con los humanos así que decidimos no tenerlo en cautiverio y que viviera como uno más en la casa… los niños estaban fascinados -recuerda.

La decisión, tomada a la ligera, no sólo terminó por transformar los hábitos del primate sino también de la familia, que comenzó a tratarlo casi como un humano. Cristóbal prácticamente se transformó en el quinto hijo de Elba.

-Al principio no se alejaba más de dos metros de mí, saltaba arriba de mi hombro, ya no podía más con mi columna. Cuando jugaba me dejaba entera moreteada. Y el pelo, olvídate, tenía así una maraña en la cabeza -cuenta Elba.

A tal punto alcanzó la incorporación de Cristóbal a la familia, que un pequeño sobrino, cuando su madre intentó quitarle los pañales argumentando que eran el único niño del clan que todavía usaba, el pequeño le contestó: “¿y cómo Cristóbal?”

El barrigudo utilizaba pañales para evitar orinarse en la mesa. En rigor, era tratado como un niño más. Cuando los primos jugaban a lanzarse desde un mueble a un sofá-cama, Cristóbal hacía la fila igual que todos antes de tirarse. La imitación era parte de su vida lúdica. En otros aspectos, sin embargo, se comportaba como un perfecto mono. En el living de la casa, recuerda Elba, tenían una percha gigante donde se balanceaba hasta alcanzar el impulso necesario para volar hacia una palmera. A veces salían a comprar y el monicaco revolvía la cocina completa. Cuando la familia regresaba de las compras los muebles estaban impregnados de huevos y harina.

-Tú no sabías si llorar, reírte o limpiar. Había que tener una paciencia infinita -cuenta Elba.

Pese a todo, la familia no claudicó. A lo más tomaron medidas para evitar las embestidas del primate. La colección de botellas de perfume que Elba traía de sus viajes terminó guardada en una caja, igual que una fina selección de adornos de porcelana.

Para una navidad, asegura Elba, descubrieron que Cristóbal le tenía terror a unas máscaras de Halloween. La estrategia aquel año fue rodear el pino navideño de máscaras.

-Cuando la gente llegaba, pensaba que éramos una familia satánica- rememora Elba.

Esa navidad el árbol resultó incólume, no así la exclusiva loza inglesa de Elba.

-Había armado una mesa maravillosa, con servicios de plata, todo precioso, cuando de repente me paro y siento un estruendo. Toda la loza estaba en el suelo. Al final terminamos con todas las sillas amarradas a la mesa con un elástico -cuenta.

Elba, sentada en el asiento de madera, observa a un barrigudo colgado de una rama en su jaula, mueve la cabeza como recordando a Cristóbal, y luego suelta: “ahí me di cuenta que no puedes vivir con un mono en tu casa, te trastorna la vida y lo que es peor: tampoco lo haces feliz”.

Pese a las continuas recriminaciones, Cristóbal continuó viviendo dentro de la casa. Para colmo, algunos vecinos comenzaron a abandonar a sus monos afuera de la casa de Elba. En menos de dos años ya tenía cinco macacos saltando en el living.

-Era una casa de locos… de repente, mientras tejía, uno me agarraba la lana y salía arrancando, a mi hijo le sacaban su estuche, corrían por los pasillos, se trepaban en las cortinas y le tiraban los lápices- recuerda Elba.

Vivir en esas condiciones era, literalmente, como tener a diario un cumpleaños de monos en su hogar. Mantener el aseo, una tarea titánica. Recién entonces fue cuando decidió enjaular a todos los animales y pedir una autorización al SAG para su tenencia. Un par de años más tarde solicitó un permiso para abrir un centro de rehabilitación de primates. Fue el 18 de marzo del año 1996. Desde entonces, cada mono decomisado por el SAG es enviado a la parcela de Elba.

SÍNDROME DE ABSTINENCIA

En los 14 años que lleva el centro abierto, Elba ha recibido todo tipo de monos: barrigudos, cai capuchinos, cai cariblancos, aulladores, titís, monos ardillas y monos arañas. Todos, indistintamente, han llegado con algún tipo de trastorno sicológico. Hace años, recuerda Elba, el zoológico de la comuna de La Pintana le entregó un animal con instintos suicidas. Se llamaba Lucho.

-El mono estuvo guardado en una bodega, empezó a comerse la cola y se agarraba a cabezazos. También tuvimos una monita que fue encontrada en un bosque y que también se comía la cola. Son monos que, como no tienen la personalidad para agredir a otros, se dañan a sí mismos. Son actitudes similares a las automutilaciones de los presos en la cárcel- cuenta Elba.

En todos estos años Elba Muñoz ha visto de todo: monos quemados, epilépticos, mutilados, ciegos e inválidos. Incluso, asegura, no faltan los que llegan con algún tipo de adicción como el Nico, un cai capuchino, proveniente de un taller de muebles en avenida Matta.

-El mono estaba completamente idiotizado, azotaba su cabeza en la jaula, se mordía las manos, se sacaba los pelos y venía pasado a alcohol. Mi marido me dijo que, probablemente, padecía un síndrome de abstinencia -cuenta.

Elba llamó de inmediato a sus antiguos dueños quienes le confesaron que “a lo mejor le faltaba su dosis diaria de cervecita”.

-El gallo me contó, como si nada, que le daba al menos dos latas diarias y si no tenía le ofrecía un toquecito de pisco. Imagínate, si el mono pesaba apenas dos kilos y medio -recuerda.

El Nico finalmente logró desintoxicarse a puro jugo de betarraga y tranquilizantes. Sin embargo, nada pudieron hacer para salvar su hígado. En la actualidad padece una cirrosis hepática que incubó en sus duros días de encierro en la mueblería. Elba muestra su jaula. Nico todavía luce inquieto. No tanto como antes. Cuesta imaginárselo aferrado a la botella.

-El problema es que el hígado de los monos sintetiza la anestesia y es imposible realizar algún procedimiento sin ella -asegura Elba.

Panchito es otro espécimen que llegó al recinto con síndrome de abstinencia. Fue 10 años atrás. Venía de una casa particular de Santiago y su afición era otra: la cocaína.

-Llegó con unos comportamientos espantosos, era un mono que de repente estaba eufórico y al rato súper deprimido. Era totalmente bipolar -recuerda.

Elba cuenta que su dueña le contó “carepalo” que su marido lo drogaba y luego le daba tranquilizantes. Panchito terminó tan reventado que una noche se escapó de la jaula y atacó a su “proveedor”. Probablemente se trataba de una clásica mexicana. Nadie lo puede saber con exactitud. Lo cierto es que el mono no estaba en sus cabales y terminó agrediendo a su “dealer”, quien terminó hospitalizado con horribles heridas en su cuerpo. Es probable que haya sido el precio que debió pagar para conquistar su libertad.

A la mañana siguiente Panchito fue encontrado a las afueras de un jardín infantil. El SAG lo capturó y se lo llevó a Peñaflor.

-Su dueña finalmente lo entregó de forma voluntaria, ahora el mono vive tranquilamente sin ningún problema- cuenta Elba.

De todas las historias contadas por Elba, la que viene a continuación es la más extraña. En rigor no sólo refleja la patología de un mono sino también la de su amo. Hace un tiempo atrás llegó al centro Damián, un cai capuchino proveniente del norte del país que, al igual que sus antecesores, también tenía extraños comportamientos. Elba cuenta que en cuanto llegó se percataron que el mono se introducía continuamente “su mano en el ano”. La jaula por más que la limpiaban pasaba salpicada de sangre.

-Era una conducta totalmente irracional, cuando vino el veterinario lo examinó y concluyó que tenía profundas lesiones internas producto de abusos reiterados -asegura Elba.

Damián, según el especialista, había sido violado. “Yo lo encontré increíble. Ahí me di cuenta que el ser humano es capaz de todo lo que uno se pueda imaginar”, relata con encono.

Miro la jaula de Damián y pienso en las teorías acerca del origen del sida. Elba me cuenta que en Indonesia existen prostíbulos con hembras orangutanes. La miro aún más incrédulo.

– ¿Quizá pudo ser otro animal?- pregunto.

– ¿Cuándo has visto a un perro abusando de otra especie?, me responde algo ofuscada. Luego agrega con rostro taciturno mirando la jaula de Damián: “hay cosas súper oscuras en los humanos”.
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