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Opinión

26 de Septiembre de 2010

Swan song

Tal Pinto
Tal Pinto
Por

    ESTRELLAS MUERTAS
    Álvaro Bisama
    Alfaguara, 2010, 185 páginas

El Bicentenario ha vuelto a poner en circulación o, mejor dicho, ha intensificado los debates sobre la identidad nacional. Han reaparecido los dogmáticos de la cultura (nos une un tejido eterno), de la razón (caracteres inmensos en un contrato nos obligan a ceder las armas y cumplir con los designios de la ley) y de todo lo demás. Una vez se apague el sonido bruto de esta fiesta patriótica, todas estas ideas volverán a la clandestinidad de la academia y los cenáculos técnicos de los think tanks, y los pocos en que hoy resuena este debate también volverán a lo mismo de siempre, ahora en el año doscientos uno de Chile.

Álvaro Bisama, para quien la novela de formación es una especie de canto de sirena, en “Estrellas muertas”, su tercera novela, relata una historia de amor y despedida entre dos amantes que es también una historia de amor y despedida de una etapa de la historia nacional. En un café de Valparaíso una pareja se apresta -él, reticente, ella, decidida- a terminar su relación. Entre cafés, silencio y tristeza, ella descubre una foto en el diario de una ex compañera de universidad, Javiera, comunista, torturada, exiliada, y comienza a contar su historia, que es a su vez el relato de su juventud, y el del nacimiento del Chile democrático en la década de los noventa.

Javiera presenta una generación perdida; Javiera es la generación a la que Bolaño dedicó toda su obra: jóvenes que sobrevivieron a las dictaduras latinoamericanas para convertirse en fantasmas, funcionarios o yuppies. Javiera pertenece a la primera categoría. Obtusa y quebrada, no ve que su mundo se ha acabado, que en el nuevo Chile no hay espacio para ella. Y hace lo esperable: vuelve a la universidad, con el nada secreto anhelo de recuperar su tiempo perdido. Pero es una mujer a la deriva, asunto que Bisama se encarga de subrayar cada vez que puede -es más, las imágenes que abren y cierran el libro refieren a un naufragio-, y el desastre es inevitable, trémulo y terrible.

Por contraste, la narradora recién comienza su madurez. La novela insinúa que tampoco hay espacio para ella en este nuevo país. Su adicción al jarabe para la tos es una señal casi paródica de la nueva clase de joven post dictadura, al que no le alcanza para la cocaína, es muy punk para la marihuana, y demasiado burgués para la pasta. El jarabe acentúa la sensación de no estar en ninguna parte, una melancolía de aspecto artificial en el Chile pujante.

Toda canción de despedida es una canción de amor. Esa es la ironía que Bisama bien resuelve en “Estrellas muertas”, su novela más kunderiana. Se va un Chile y llega otro, y con ese tránsito hay quienes quedan en un limbo, inseguros de su identidad, viviendo vidas que no les pertenecen, cisnes en la mitad de una laguna, en el centro de un bosque.

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