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Opinión

24 de Octubre de 2010

La vida doble

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POR RICARDO SOLARI
En los últimos días, a propósito del affaire Guzmán y del caso Apablaza, tuve en mente la última novela de Arturo Fontaine, “La vida doble”. Porque de repente se trata de explicar lo inexplicable. Citando al ex-vocero del FMPR, Enrique Villanueva, nadie en su sano juicio mataría a un senador elegido por los ciudadanos. Hoy es difícil explicar los disparos de ayer. Mucho menos si se perdió la guerra.

Veinte años después del asesinato, el caso enfrenta a la cúpula del grupo político-militar en una disputa abierta por el comandante Hernández Norambuena, la que ya ha cobrado arrestos y solicitudes de extradición.
Es que los tiempos han cambiado. En Chile.

Pero en la Argentina actual, donde la lucha entre buenos y malos está tan vigente como en el primer día de las batallas que estuvieron detrás de la muerte de Guzmán, nadie pensó ni por un instante en que Galvarino Aplabaza sería extraditado. “Es que simplemente no se entrega a un compañero”. Y esa es una razón más que suficiente, dicen en ese país los que respaldan el refugio del dirigente del FPMR.

La novela de Arturo Fontaine, “La vida doble”, es útil para entender ese cercano ayer.

El texto quedará registrado como una vibrante ficción que relata la traición de una militante de izquierda que, quebrada en la tortura, pasa a trabajar para los servicios de seguridad de Pinochet. Fontaine nos remite al trayecto recorrido por seres que, como la Flaca Alejandra, colaboraron con sus enemigos y entregaron a sus antiguos camaradas a la detención y, no pocas veces, a la muerte. La descripción de esta tragedia vale la pena por sí misma. “La vida doble” de Fontaine es una contribución a la memoria de esos tiempos terribles.

Germán Marín, en su magnífica novela “El palacio de la risa”, ya nos había llevado de paseo a ese infierno.

Apasiona el tema. Tengo infinito respeto por los caídos, incluyendo allí a amigos y parientes. Pero creo fundamental abordar el tema de la delación con enorme cuidado. Precisamente el carácter complejo del personaje central presentado en “La vida doble” hace aun más difícil el juicio. Hay que haber estado en ese lugar para saber qué pasó en esos días y esas noches, para poder sentenciar tranquilamente de qué se trata cuando hablamos de traición.

Fontaine, testigo controvertido, hombre de derechas en esa época de tragedias, reflexiona también acerca del cambio de paradigma, sobre aquella tremenda trasformación desde ese mundo brutalmente confrontado de la lucha revolucionaria a lo licuoso de la sociedad actual. Porque de verdad el centro de novela es la descripción de la pasión que llevó a una generación a levantarse en armas y a dejarlo todo detrás de la idea de la revolución.

“Para nosotros, la ‘Historia’ -esa palabra tenía entonces mucha carga- daba la orientación a nuestras vidas, y la Historia era algo así como un largo peregrinaje colectivo y redentor, un duro y tortuoso Purgatorio que conducía al Paraíso. Pertenecer a esa hermandad, pienso ahora, le daba a mi vida dispersa una forma y una dirección, la incorporaba a un coro de peregrinos convirtiendo mis caprichos y azares y pequeñeces en destino y salvación. La gota de mi vida minúscula se transfiguraba al formar parte de un rio. La nuestra era una Historia Sagrada. El revolucionario-¿pero quien entiende hoy lo que era eso?-sacrifica su felicidad. Su muerte lo justifica y abre el camino a la Sociedad Nueva. Eso era creer.” (“La vida doble”, página 136).

Por eso es tan difícil entender esos hechos de ayer.

La nueva generación tiene preocupaciones poéticas, artísticas, sociales, existenciales y políticas distintas a las de esos años de terror y utopías. Los que lean a Fontaine quizás algo vislumbren, no solo respecto del horror, sino también acerca del porqué marchamos tanto.

El ciclo político que condujo al asesinato de Jaime Guzmán ha concluido. Los servicios secretos que destruían en cuerpo y alma están disueltos. Pero los fantasmas de aquel tiempo, como nos recuerdan la novela de Fontaine y, de pronto, las noticias cotidianas, siguen presentes por todos lados.

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En la foto: Jaime Guzmán argumenta en televisión sobre la necesidad de una dictadura militar.

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