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Opinión

30 de Octubre de 2010

Sebastián, esta vez no fue toda tu culpa

Pepe Lempira
Pepe Lempira
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Esta vez no tienes toda la culpa. Lo debo aclarar. Aunque sería más sabroso que la tuvieras, a propósito de tu último error garrafal: escribir ingenuamente un slogan nazi en el libro de visitas de la presidencia alemana. Te has consagrado universalmente, tras una semana de fama mundial, como una especie de Bush de macetero. Un aura que te hace mucha justicia, Sebastián. Ahora los lectores de la prensa mundial son deleitados con tus sabrosas anécdotas. Empiezan a repetir tus piñericosas. Se asombran de que creas en Robison Crusoe. Pero escribir “Deutschland über alles” no fue necesariamente tu culpa…

Qué rara es la vida contigo. Primera vez que no eres responsable y ahora se te conoce en medio mundo como un tarado. Bueno, tampoco el éxito del rescate era en rigor mérito tuyo; así que, supongo, se equilibra el Cosmos con esta suma de involuntariedad. Todo sucede en torno tuyo por razones equivocadas. Ayer se salvaban vidas por rating. Hoy eres un bárbaro perdido en Europa, solo por haber recibido la mejor educación privada disponible en Chile. A pesar de ese privilegio, todavía tienes problemas para conjugar el verbo “cubrir”. Das a la humanidad un mensaje esperanzador, que tampoco estarás feliz de personificar: no se necesita ser culto para llegar a multimillonario y presidente.

Cómo tus funcionarios explican, la responsabilidad del bochorno es más bien de los curas alemanes que te educaron. Ellos, largo tiempo después de la derrota del Tercer Reich, hacían caso omiso de la culpa germana por haber perpetrado las mayores atrocidades. Esos curas de moledera te enseñaron en el Verbo Divino el himno original de Alemania, prohibido tras el fin de la guerra en la llamada “Padre Patria” (Vaterland). Claro. La estrofa eliminada connota supremacía racial y oculta muy mal el deseo germano de fagocitar toda la Tierra. “Alemania sobre todo, sobre todo el mundo…”, continúa el verso, resumiendo en pocas frases el programa político hitleriano. Las palabras calzaban bien, así que los nazis comenzaban siempre sus actos cantándolas.

Los curas que venían de ese país (tan derrotado que tenía que borronear su propio himno nacional), aparentemente no estaban muy convencidos de la culpa alemana. Y eso es mucho decir, considerando lo querida que es la culpa para los sacerdotes.

En los 80, varias décadas después de ti, Piñera, tuve contacto con ellos. Fue en otro colegio de la misma congregación, el Liceo Alemán. Aunque Chile vivía en carne propia los horrores del fascismo, ahí seguían enseñando el himno de Alemania a la manera nazi. Y nos instruían sobre la grandeza de Alemania. Esa grandeza no estaba empañada por el pasado y los campos de exterminio, sino que por el comunismo y la baja tasa de natalidad de la república federal. Ese mismo índice que te preocupaba en el mensaje presidencial del 21 de mayo. Los curas eran a la antigüita. Tenían mentalidad de potencia colonial, que crece a medida que virtuosas mujeres rubias crían niños sanos; soldados y sacerdotes de la “Padre Patria”. La Alemania moderna y berlinesa -esa que pregona el Goethe Institut- con su arte de vanguardia y sus asquerosos ciclos de Fassbinder, les parecía tan lamentable a los curas que quedaba fuera de su vitrina de lo alemán.

El panorama escolar, como tantos detalles de nuestra historia reciente, confirmaba la caricatura hollywoodense de Latinoamérica como refugio de nazis o, en este caso, de semi-nazis. Buena parte de la elite chilena se crió bajo la influencia de estos seres añejos y gravemente miopes. No eran necesariamente criminales de guerra. Los rubios curitas gozaban de estimación aristocrática por su disciplina y sus maneras rígidas, propias de un mayordomo. Si a mí y a ti, Piñera, nos mandaron a aprender de los desechos tóxicos de Alemania, fue por los prejuicios raciales de nuestros padres. Sabían que Hitler y compañía eran unos villanos, pero tenían todos los ingredientes para haberse cuadrado en Nuremberg en los años 30. Porque, tal como los alemanes tras la hiperinflación, eran miedosos y vulgares. Eran vulgarmente temerosos de la vulgaridad latinoamericana, valga el trabalenguas. Y se sentían cercados, como soldados españoles en un fuerte de la frontera del Bío Bío. Rodeados de cabezas chuzas y morenas. De aullidos salvajes y simiescos.

Ahora, para mí fue cosa de que pasaran pocos años para enterarme que la primera estrofa del himno resulta vomitiva para el alemán promedio. Si tú no supiste aprenderlo después, de eso no le eches la culpa a los curas. Tal vez sólo sea que encarnas toda la vulgaridad de la elite latinoamericana. Eso sí lo escogiste, si es que algo se escoge en este mundo.

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