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Opinión

25 de Noviembre de 2010

Editorial: Acto fallido

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

A la ENADE llegó un mendigo de mentira contratado por el Ministerio de Planificación (MIDEPLAN). Digo mal, no fue un mendigo, sino un “hombre en situación de calle”, que es la manera como llaman en palacio a los individuos que no tienen nada, o, mejor aún, al rol que esos individuos, sin nombre ni cara reconocible, sin vida, privados hasta de personalidad, representan en las cifras y análisis económicos. El falso harapiento, según rezaba la noticia, causó cierto escozor entre los presentes e incluso alertó a los guardias, para quienes, seamos francos, un pobre es un delincuente al acecho, un tipo al que por contrato se debe mantener lejos, y no sólo por peligro, sino también por estética, por buen gusto, por no aguar la fiesta, un delincuente que si no roba, ensucia, perturba y desagrada. En realidad, no hay ninguna cláusula que lo consigne, como tampoco ningún manual de publicidad señala expresamente que la gente fea, salvo que sea tan fea que llegue a ser graciosa, aparezca promoviendo un producto delicado. Y, no obstante, la norma existe. Los que en pleno cóctel de la ENADE continuaron degustando sus sanguchitos -en la tele se vio a un gordo elegantoso mordiendo un tapadito de pavo mientras la cámara seguía al comediante que, digamos de paso, no debe haber sido ningún potentado para prestarse por plata a semejante papelón-, sospecho que adivinaron de antemano que se trataba de una broma. Convengamos que el actual gobierno es buenazo para los chistes y las monadas.

Como sea, la presencia de un pobre de mentira en el encuentro del gran empresariado significa muchísimo. ¿Es que acaso les resulta enteramente inimaginable tener de invitado a uno de verdad? ¿No resulta concebible la presencia de alguien que les cuente en qué consiste no tener nada, querer y no poder, o ya incluso no poder querer? ¿Por qué un pobre sólo puede soportarse cerca como ficción, como presencia fingida, como el fantasma mudo de una realidad por corregir sin la intervención de quienes la padecen? El gran problema de Chile no es que duerman unos cuantos en las veredas. Eso sucede en casi todas partes del mundo, incluso del desarrollado. El problema serio de este país es que a ellos no se les reconozca suficientemente su existencia, que se les vea como una cifra por mejorar y jamás como una voz capaz de intervenir, incluso más allá de su voluntad de hacerlo. Lo verdaderamente serio, y que en esta parafernalia queda más que evidenciado, es que aquí no seamos capaces de aceptar que aquel a quien se invita en la persona de un actor, no pueda presentarse en carne y hueso, con nombre y apellido, y los mismos derechos que el más rico de los ricos, a poner sobre el tapete no sólo sus miserias, sino también sus pareceres en cualquier ámbito de las decisiones públicas. A veces -Freud lo entendía así-, los hombres nos manifestamos sinceramente mediante nuestros actos fallidos. Queremos decir algo, pero con las palabras o gestos que utilizamos decimos otra cosa. Aquí sucedió así; pretendiendo exponer un problema, el que quedó de manifiesto fue otro: el clasismo desatado de nuestra elite empresarial y la mirada que, al menos parte de este gobierno, tiene sobre la pobreza. Su dificultad para aceptar al otro como igual. Una triste y pequeña concepción de la democracia, paternal, de propinas y chorreos. Se supone que este año habrá mucha plata circulando. Los mendigos quizás vean sus tarros repletos de monedas, pero mientras esto no cambie, no dejarán de ser mendigos.
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    Ilustración: Artefacto de Nicanor Parra.

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