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Opinión

9 de Diciembre de 2010

Editorial: Relax Chile

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

    Ilustración: Ajab

Todo indica que hay un mundo conservador que siente, imagino, que lleva muchos años amordazado, viendo cómo las costumbres se relajan y rondan por el ámbito público diálogos, imágenes e ideas inaceptables. Los últimos días, los hemos visto actuar. Ha circulado por ahí un mail, emitido originariamente desde una página web caricaturescamente conservadora, constituida -según me explicó Fermín, uno de sus adherentes-, únicamente por jóvenes sin militancia ni proximidad a ninguna congregación religiosa en particular, un mail, decía, en que se llama a no consumir los productos que auspicien en The Clinic y, a quienes los contratan, a desistir de tan aberrante complicidad. A continuación constata el mail que CCU ya respondió al llamado, tras una portada controvertida en que llamamos Penedicto a Benedicto XVI, luego de conceder que hay veces en que puede ser preferible usar condón a caer sin cálculo en los abismos del sexo. Efectivamente, por esos días, la productora que invitaba al concierto El Abrazo –reunión de músicos chilenos y argentinos-, le pidió a nuestra gerente comercial que retirara del sitio web el anuncio promocional del evento, porque Cristal, la marca auspiciadora del recital, se lo estaba exigiendo. El mail en cuestión corrió mucho más allá de las redes de un curioso grupo juvenil; le llegó, según fuimos sabiendo, a buena parte de un círculo social (clase alta), algunos de los cuales nos mostraron con sorpresa esta campaña, y otros con preocupación. No todos los católicos ni todos los empresarios son iguales. Aún quedan, sin embargo, un puñado de esos que se juran dueños de la moral y la palabra respeto, a pesar de que en el último tiempo varios de sus líderes más vociferantes se hayan revelado como simples sinvergüenzas: Maciel, Karadima, etc. Para estos señores, acallar sus delitos era buena educación y gritarlos a los cuatro vientos una escandalosa falta de decoro.

El domingo recién pasado, en el cuerpo de Reportajes de El Mercurio, apareció una nota inquietante. El diario manifestaba su extrañeza de que un ministerio –el de Transportes-, hubiera puesto un aviso en The Clinic, una publicación tan crítica del gobierno. La nota iba ilustrada con una foto en que nuestro semanario se reía del cumpleaños del presidente. Consultados los responsables, contestaron que lo hacían porque se trataba de un medio que leían los políticos y líderes de opinión. Creo que el artículo no añadía el dato nada despreciable –con toda modestia-, de que somos la revista más leída de Chile. Respondieron, dicho sea de paso, como era pertinente hacerlo. ¿Acaso El Mercurio, evidentemente anti concertacionista, no ponía avisos del gobierno en tiempos de Bachelet o Lagos? ¿Es un reconocimiento explícito de que ellos no contrariarían nunca a quien les ponga un spot? ¿Qué se meten ellos en dónde publicite un avisador?

En el ciberespacio prendió la polémica. Hubo quienes defendieron la libertad de las empresas de avisar donde se les antojara y una buena mayoría que protestaba en contra del boicot. Fueron muchos los que participaron del debate, y no necesariamente por amor a The Clinic. A estas alturas del desarrollo de nuestra nueva democracia, es creciente el número de ciudadanos que se rebelan ante las pretensiones de unos pocos arrogantes de decidir por ellos mismos, de que se les impongan credos, de que les ordenen qué pensar y hacer en la esfera de sus vidas privadas. Las marcas, qué duda cabe, son libres de escoger el lugar desde el que se promocionen, así como los compradores lo son de elegir el producto que los convenza. Si consumir una cerveza conlleva un compromiso con el Opus Dei, es comprensible que muchos le teman a su resaca. El peligro radica en que hallándose tan concentrada la riqueza y tan concentrados los medios de comunicación, esa malla de influencias sea capaz de silenciar toda voz que los contradiga. Si La Moneda llegara a identificarse con esos grupos, cosa que dudo seriamente que aceptara así como así (aunque son muchos los lazos que los vinculan), querría decir que nuestro país vive momentos peligrosos. Yo tiendo a pensar, más bien, que late una demanda por pluralismo y diálogos nuevos, sin condenas de antemano, sin inquisiciones, donde el decir de cada uno pueda ser escuchado lo más abiertamente posible, como sucede en las mesas distendidas, donde la formalidad severa sucumbe ante la vitalidad de la convivencia. De este modo lo entienden quienes avisando con nosotros buscan llegar a lectores que otros no alcanzan. Si a tal o cual se le pasó la mano, es un tema de segundo orden, y que merece un análisis aparte. Lo importante es que podamos estirarla, sin que nadie nos la corte.

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